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El desarrollo y la soja (primera parte)


por Gustavo Setrini

Hace pocos días se pronosticó que en el 2017 Paraguay marcará un nuevo record en la producción de soja. Mientras tanto, un parteaguas político crece alrededor de la expansión de la economía sojera y las polarizadas interpretaciones sobre su aporte al desarrollo paraguayo. Por un lado, están los que la ven como una tardía modernización de la agricultura paraguaya, que a su vez acelerará la modernización de la economía, la sociedad y la política. Por otro lado, están los que la califican como agro-extractivismo e imperialismo económico que sólo genera pobreza y destrucción ambiental. Aquí evaluaré la primera postura, y consideraré las posturas críticas en un segundo escrito.
Antes que nada, se pueden hacer tres observaciones irrebatibles. Primero, la expansión sojera ha provocado una radical transformación de la geografía económica y natural del país, desplazando tanto a la agricultura de subsistencia como al latinfundismo improductivo y causando pérdidas irreversibles de biodiversidad. Segundo, el aumento de la renta agrícola ha convertido el complejo sojero en una de las principales fuentes de divisas y crecimiento macroeconómico en el país. Tercero, la agricultura mecanizada es intensiva en su uso de tierra y capital y poco intensiva en su uso de mano de obra, lo cual ha generado una migración de la población rural agrícola a las ciudades y hacia el empleo en el sector de servicios. Los desalojos como el reciente caso de Guahory, demuestran que, además de presiones económicas, la violencia privada y estatal también imponen esta migración.

…las lecciones principales para Paraguay de los casos más exitosos de desarrollo tardío son, primero, que el libre mercado por sí solo no generó el desarrollo y, segundo, que la agricultura a gran escala y las exportaciones agrícolas tuvieron un rol limitado.

Los defensores de la soja argumentan que estos son cambios para el bien, que los costos ambientales y sociales son temporales, y que los que se oponen son enemigos del progreso. Esto implica que estos costos serán compensados de forma espontánea por los avances sociales que el crecimiento económico permitirá. En tal caso, las políticas del Estado deberían acelerar esta transformación, liberando el efecto modernizante del mercado.

Las grandes teorías de desarrollo del siglo XX, tanto las teorías marxistas, como las respuestas dadas por la teoría de la modernización en los EEUU y por las teorías estructuralistas en Latinoamérica, tomaron por sentado una sola trayectoria tecnológica para el desarrollo económico, que iría sucesivamente traspasando y superando etapas agrarias, industriales, y pos-industriales. En cada etapa el crecimiento económico sería impulsado por el dinamismo de determinados sectores e industrias estratégicas. En distintos momentos históricos, la industria textil, de acero, ferroviaria, y de automóviles, han desempeñado este papel en distintos países. Según esta lógica, uno podría razonar que los servicios de alto valor (como la manipulación de datos de internet y la inteligencia artificial), y la manufactura avanzada (como por ejemplo la energía renovable, la nanotecnología, y la bioingeniería) se convertirán en los sectores estratégicos del futuro.

¿Qué dicen estas teorías acerca de las perspectivas de un país agroexportador como Paraguay? Durante el siglo XX, no se cuestionaba la definición de la modernización como una sucesión de revoluciones tecnológicas que gradualmente minimizaron la importancia económica del agro. Estas visiones concordaban en que el rol de la agricultura era el de generar recursos (insumos industriales y alimentos baratos) para la transformación sectorial y tecnológica de la economía. La disputa ideológica y política principal fue si el motor de estas transformaciones en países subdesarrollados debería ser el mercado internacional o el Estado.

Dentro de este marco, las lecciones principales para Paraguay de los casos más exitosos de desarrollo tardío son, primero, que el libre mercado por sí solo no generó el desarrollo y, segundo, que la agricultura a gran escala y las exportaciones agrícolas tuvieron un rol limitado.

En países como Japón, Corea del sur y Taiwán, la reforma agraria, la modernización de la agricultura a pequeña y mediana escala, y el cooperativismo fueron precursores a la industrialización. Estos procesos rurales produjeron un excedente económico que el Estado extrajo para reinvertir en el sector industrial bajo protecciones comerciales. La disciplina estatal recompuso la estructura social de estos países en clases agrarias, obreras y empresariales, todas funcionales al avance tecnológico, al desarrollo de economías nacionales capitalistas y a la inserción competitiva de ellas dentro de la economía internacional.

Debería quedar claro que Paraguay no sigue esta trayectoria. Si bien la producción y exportación de soja genera capital que se podría invertir en la generación de industrias estratégicas, los niveles de extracción tributaria en Paraguay son ínfimos y están limitados por el poder político del agro. Al mismo tiempo, la reinversión privada se destina a sectores pocos estratégicos y especulativos como la construcción y los inmuebles. Bajo estas condiciones el crecimiento económico Paraguayo continuará generando crecientes niveles de desigualdad, destrucción ambiental y subordinación económica a empresas extranjeras.

Descartando el status quo, se podría debatir tanto la utilidad de convertir Paraguay en una economía urbana basada en manufactura y servicios de alto valor, como las políticas necesarias para hacerlo. Para esto, se debería contemplar las reformas tributarias, educativas y de la función pública para que el Estado paraguayo tenga los recursos fiscales y las capacidades administrativas necesarias para emprender ese tipo de desarrollo. También se debería debatir sobre cuáles son las industrias con mayor capacidad para generar rentas dinámicas y altos niveles de empleo e ingreso en la economía actual. Así, teóricamente, se podría elaborar una estrategia para que los ingresos per cápita, el consumo privado y la provisión de bienes y servicios públicos converjan con los de los países desarrollados.

Sin embargo, se puede cuestionar no solamente la viabilidad de esta trayectoria de desarrollo en un mundo con recursos naturales cada vez más limitados, sino también su mismo atractivo en un contexto donde los países ricos atraviesan profundas crisis sociales y de bienestar. Los críticos de la soja buscan replantear la utilidad de la agricultura para que no sea una fuente de capitales sino de satisfacción de necesidades básicas, de alimentación sana, de protección del medio ambiente y de sustento cultural para comunidades rurales. Esta visión y los profundos cambios políticos e institucionales que reivindica será el enfoque en un futuro escrito.

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