Salud

El problema de la individualización de la salud en el Paraguay


por Guillermo Sequera

En nuestro país, cerca de 1.200 muertes al año, aproximadamente, se deben a accidentes de tránsito. El Paraguay tiene una de las tasas per cápita más altas de esta mortalidad en la región. Gran parte de estas muertes están relacionadas a la falta de utilización del casco, del cinturón de seguridad y al imcumplimiento de las reglas del tránsito. Pero también, más de 3.300 muertes al año son ocasionadas por el consumo de tabaco, en tanto que otro número similar de personas muere por sobrepeso y obesidad. A esto es importante añadir la cantidad de suicidios registrados, la cual es superior a uno por día.

Existen muchos otros números parecidos, casi aterradores en su gran mayoría. Los números de muertes son el último y más frío indicador para considerar la salud de una sociedad. Pero lo paradójico es que, aunque estas muertes reflejen dramas y causas profundamente sociales, pareciera que cuando se las discute públicamente se las justifica como derivadas de decisiones meramente individuales. Así, pareciera que la sociedad en general nada tiene que ver, como si en los ejemplos arriba citados cada individuo hubiera elegido de qué morir.

Utilizar motocicleta para trasladarse, fumar, trabajar en una obra sin protección, almorzar siempre tortillas y empanadas fritas, parecen, unos más que otros, procesos exclusivamente voluntarios de elección. Así, la idea de elecciones voluntarias sobre cuestiones que definen nuestro estilo de vida, se alinea a una premisa que considera a la salud como un asunto netamente individual. El problema radica en que, el afianzar esto último, fomenta políticas de salud orientadas a proteger individuos y no a la sociedad. Por lo cual, esta idea estimula al discurso de la privatización del sistema de salud, el de ir hacia un sistema de salud donde se reconocen sólo a quienes toman “buenas decisiones” o, mejor dicho, a donde van quienes pueden acceder a pesar de sus “malas decisiones”. Se podría decir que, de esta manera, éste sería un sistema más justo, donde nadie le debe a nadie. En otras palabras, donde nadie estaría pagando con sus aportes la irresponsabilidad y malas “decisiones” de otros.

Sin embargo, entender la salud y la enfermedad fuera del ámbito social, como algo netamente individual, es amputar al concepto de salud. La salud no se limita al simple acceso a los servicios de atención sanitaria. La salud es también un buen sistema de transporte público o vial, que permita llegar al lugar de trabajo o a la escuela. Es protección laboral, acceso a comida sana, barata y deseada. Salud también es construir mediáticamente estereotipos divertidos, exitosos y a la vez saludables, sin Coca Cola ni cigarrillos entre los dedos. Salud es la buena educación en la infancia y la familia completa reunida a la hora de comer. Salud es el barrio, los amigos, las redes sociales. Desde este enfoque social de la salud, hasta padecer una enfermedad genética sería más sostenible.

No en vano, uno de los estudios que sirvió de cimiento para la construcción de lo que hoy llamamos sociología, fue justamente el estudio de un fenómeno de salud: el suicidio. Emile Durkheim presentó y fundamentó, sin muchas vueltas, al suicidio como un hecho social, porque éste, aunque sea un acto aparentemente individual, depende total y exclusivamente de la influencia de su entorno social.

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Fuente: Última Hora

Por lo tanto, la salud es un constructo individual dentro de una dinámica ineludiblemente social. Nadie está en condiciones de garantizar, completamente, su propia salud, de ser su único guardián. Es cierto, la autorresponsabilidad es gran parte de esa garantía y las instituciones deben estimularlo, pero ésta debe tener un papel secundario o periférico. La autorresponsabilidad no puede ser absolutizada. Porque al absolutizarla, el Estado deslinda sus responsabilidades. Si fuera así, el dengue sería sólo una cuestión de la irresponsabilidad individual y no una cuestión de responsabilidad social; por tanto, de interés del Estado. El dengue está sumamente relacionado con la falta de acceso al agua potable en diferentes barrios de la capital, lo cual obliga a las personas a guardar latones de agua cada semana. Es también un problema relacionado con la falta de recolección de basura de forma periódica, que genera condiciones ideales para la reproducción de mosquitos a lo largo y ancho de las ciudades.

Si asociar los problemas de salud y muerte de una sociedad a conductas individuales ya es un problema en sí, otro más grande es pretender que las soluciones vengan solo desde los servicios sanitarios. Querer esto es buscar tapar el sol con un dedo. Si en la actualidad hay muchos infartos, el abordaje no es sólo mejorar la carencia de unidades estatales que presten atención coronaria. Es apuntar al modo de vida de la población, a qué se come hoy, a cómo se vive hoy. El modo de vida está configurado por el entorno en que se vive, por tanto es ahí donde hay que buscar problemas y soluciones. Un ejemplo fácil es la obesidad. Ésta no es culpa del vicio personal, sino de la excesiva disponibilidad de alimentos ricos en grasas y azúcares, así como de la completa desregulación estatal en el área de la nutrición.

Estamos ante un discurso dominante de la individualización de la salud desde autoridades institucionales y desde los medios. Es el momento de un debate que forme una sociedad más responsable de la salud de su gente, pero no en el sentido amputado del concepto de salud. Una sociedad que trabaje por un Estado que entienda que la salud es también obras públicas inclusivas, educación de calidad, soberanía alimentaria, la dignificación de las condiciones laborales, la salud del medio ambiente y, ni qué decir, de un sistema judicial que funcione, entre otras tantas cosas. La salud, así como la libertad, es un bien social que entre todos debemos defender y mejorar. El beneficio será siempre para todos.

* Foto de portada: Nico Veo Lacalle.

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