Derecho

La delincuencia y las ideas sobre la cuestión criminal


Por Carlos César Trapani.

Las recientes declaraciones del director del Instituto Superior de Educación Policial (ISEPOL) causaron tremenda sorpresa. Después del trágico caso del tiroteo a un transporte escolar, un medio radial lo entrevistó para saber qué tipo de consideraciones realizan los agentes policiales para identificar sospechosos. Esta fue su respuesta: en la academia policial se dicta una asignatura donde estudian a Cesare Lombroso para identificar la criminalidad. Básicamente, la idea de Lombroso es que el perfil de potencial delincuente de una persona depende de sus rasgos físicos y psíquicos.

Estudiar a Lombroso no es el problema. De hecho, cualquier programa académico que aspire recorrer el hilo histórico de las teorías criminológicas deberá detenerse en este médico italiano. La criminología positivista, como se conoce al cuerpo sistematizado de ideas cuyo exponente más famoso es el autor referido, constituyó, entre otras cosas, un primer gran gesto de definición del objeto de estudio de la criminología, de acuerdo a una matriz epistemológica: el positivismo.

En perspectiva histórica, esa lectura biologicista y sicologicista del hombre “anormal” con predisposición a delinquir, puede verse, también, como parte de la reacción al pensamiento clásico. La escuela clásica, que construía su programa penal sobre los principios de igualdad y racionalidad, estableció, entre su legado, una escala de penas que no hacía distinciones para los delitos. Sin embargo, la decisión jurídica de no distinguir entre las personas era muy cuestionable. Era obvia la necesidad de diferenciar atendiendo las condiciones particulares de cada persona que ingresaba al sistema penal (no podía tratarse igual que a los demás, por ejemplo, a ancianos y dementes, o, asimismo, desconocer el medio social del transgresor). Así, el revisionismo clasicista, que introdujo circunstancias atenuantes y dio una historia de vida a los delincuentes (antecedentes), abrió las puertas de las cárceles a expertos que pudieran perfilar a las personas, para luego asignar sanciones de manera diferenciada.

En Paraguay estamos en puertas de una reforma del sistema penal y penitenciario, anunciado como prioridad del gobierno que ya designó a sus delegados en el pasado octubre. Por lo tanto, es fundamental pensar qué tipo de trayectorias intelectuales modelarán esta gestión pública.

Desde entonces, mucha agua corrió bajo el puente de la criminología, más allá de la superación del determinismo de la tradición positivista. Por ejemplo, las teorías sociológicas vinieron a criticar al individualismo analítico por no dar cuenta de la realidad social. Se sostuvo, primero, que la conducta desviada sólo podía entenderse por la tensión que producía la división del trabajo en la sociedad. Luego, que la desviación era un tipo de adaptación a un problema que implicaba la contraposición de la estructura social y la estructura cultural: el infractor es alguien que persigue un fin socialmente difundido, como el éxito económico, pero, por la distribución desigual de las oportunidades, apela a medios ilegítimos para alcanzarlo. Asimismo, se ha afirmado también que el control social genera la desviación. Es decir, alguien se vuelve transgresor cuando empieza a ser tratado como tal. En el marco de la interacción social, entonces, el individuo se reprograma y hasta empieza a percibirse como socialmente desviado.

Por otro lado, contemporáneamente se ha dicho que el castigo es un instrumento más al servicio del neoliberalismo y del proyecto de retracción del Estado de bienestar. O sea, que se despliegan políticas punitivas para aplacar las demandas sociales. También se ha argumentado recientemente que la política criminal está conducida por la emotividad y que el Estado, en esas condiciones, transforma la infraestructura de la prevención del delito pensando como víctima. Esto no es otra cosa que dejar de lado el ideal de rehabilitación y retomar la bandera de responder al crimen con un castigo de igual intensidad, pero con una justicia expresiva que mande mensajes contundentes para el público protegido.  

Como puede verse, existen muchas miradas sobre los problemas que hacen a la cuestión criminal. Algunas tienen menos que decir, mientras otras todavía alimentan la discusión.

En Paraguay estamos en puertas de una reforma del sistema penal y penitenciario, anunciado como prioridad del gobierno que ya designó a sus delegados en el pasado octubre. Por lo tanto, es fundamental pensar qué tipo de trayectorias intelectuales modelarán esta gestión pública. Quiero decir, si nos interesa una reforma institucional exitosa en este campo, deberíamos preguntarnos qué tanto se tendrá en cuenta la gestión de un campo de conocimiento complejo y polivalente, como describe a la criminología Máximo Sozzo, siendo que intenta entender comportamientos que son, en gran parte, causa y efecto del accionar del Estado. Por consiguiente, una buena gestión debería empezar cortando la correa de transmisión de ciertos enfoques que han venido configurando nuestras políticas penales. Si queremos hacer frente al punitivismo, a sus ideas y sus prácticas, debemos incorporar al debate público exploraciones disciplinarias que dejen ver todas las implicancias (políticas, económicas, sociales y culturales) del sistema de justicia penal, en lugar de resolver como siempre y a puertas cerradas.

Fuente de la imagen: Criminal Man.

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