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Paraguay: los desafíos de generar más riqueza y enterrar la corrupción


Por Eduardo Nakayama*.

La pandemia sirvió para desnudar décadas de corrupción que según Transparencia Internacional colocó a nuestro país entre los más corruptos del mundo (132/180). Este flagelo castiga los recursos destinados a áreas claves como educación y salud, lo cual es grave considerando que Paraguay tiene uno de los peores sistemas educativos de Latinoamérica (sólo delante de Haití) y un gran déficit en infraestructura sanitaria. Pero a pesar de este terrible escenario, la presente emergencia también demostró que cuando colocamos a especialistas en puestos claves, podemos ser reconocidos mundialmente por los buenos resultados.

La corrupción en Paraguay tiene una larga historia y ha sido pieza clave para el sostén de sectores políticos. El ejemplo más notorio viene de la dictadura de Stroessner, cuando se construyeron privilegios indebidos para la mayoría de los jerarcas de la época, como “precio de la paz” para solventar la otrora “Unidad Granítica” entre las Fuerzas Armadas, el Poder Ejecutivo y el Partido Colorado. La caída del dictador en 1989 resultó en un cambio de mando pero no de fondo, pues fue iniciada por Andrés Rodríguez,  un general sospechado de narcotráfico, quien en su mismo discurso en la Noche de la Candelaria adelantaba su nula intención de hacer justicia: “Hemos salido de nuestros cuarteles, en defensa de la dignidad y el honor de las Fuerzas Armadas; por la unificación plena y total del coloradismo en el gobierno; por la iniciación de la democratización del Paraguay; por el respeto a los derechos humanos; por la defensa de nuestra religión cristiana, católica, apostólica, romana. Esos son lo que les estoy ofreciendo (…)” (sic)

Las prácticas corruptas continuaron. Preocupa que en treinta años de transición no hayamos podido destruir la corrupción institucionalizada heredada del régimen ni bajar sustancialmente la pobreza. El festival de impunidad continuó y salvo algunos procesos para cubrir las apariencias, ninguno de los principales jerarcas del régimen ha sido molestado ni investigado. Tampoco fue juzgada la procedencia o improcedencia en la adjudicación de beneficiarios indebidos de ocho millones de hectáreas de tierras malhabidas entregadas por el IBR (actual INDERT) bajo la excusa de la Reforma Agraria, las escandalosas sobrefacturaciones, la influencia de la narcopolítica ni los negocios espurios en Itaipú.

En el 2008 se demostró que la alternancia era posible, pero también que la corrupción es “pandémica” con rebrotes en cada gobierno que aumentan el número de infectados. Por ello, debemos repensar en modelos posibles, insistiendo en aquellas cosas que hicimos bien y desterrando para siempre las que nos perjudican. Mientras no comprendamos que existe un camino por recorrer para llegar al objetivo, no lograremos multiplicar peces ni panes como lo hizo Jesucristo a orillas del mar de Galilea; y, para salir del atolladero, la economía es clave. Entre todos, debemos reflexionar sobre las herramientas que nos ayuden a comprender dinámicas económicas que nos servirán para desarrollarnos.

Como ejecutivo del sector asegurador, familiarizado con estadísticas, proyecciones y cálculos de probabilidades, he aprendido que no hay manera de saber, por ejemplo, qué vehículos asegurados chocarán en el transcurso de un año. No obstante, mi oficio me exige prever escenarios que contemplen aproximadamente cuánto dinero necesitaré para enfrentar las contingencias que se presentarán. Siguiendo la analogía, más allá de la utilización del coeficiente de Gini o el PIB per cápita -cada uno criticado por destacados premios Nóbel de Economía como Arrow (1972) o Stiglitz (2001)- estoy convencido que lo que necesitamos para enfrentar futuras crisis, sean cuales fueren, es generar más riqueza. 

Analizando el trabajo de Carlos Rodríguez y Roberto Villalba sobre “Gasto y gestión pública: situación y escenario materno infantil” (2016), el gasto total en salud en nuestro país a nivel continental es un 10% del PIB, apenas detrás de Canadá con 11% y los Estados Unidos con 18%. Es importante recalcar que esto incluye tanto el gasto en medicina pública y privada. Puesto así, nuestra posición no parece mala. Pero momentito, la realidad es muy diferente, pues en términos absolutos, mientras que en EEUU se gasta US$ 9.607 y en Canadá US$ 5.742 per cápita por año, en Paraguay apenas alcanzamos US$ 416. Así, tomando en cuenta los valores absolutos por habitante, pasamos de la engañosa posición número 3 a una deshonrosa posición número 17 en América. La situación empeora aún más si analizamos solamente el gasto en salud pública (y dejamos de lado la salud privada). En medicina pública la inversión llega a US$ 174 por año por habitante, o lo que es igual, a solo unos Gs. 100.000 por paraguayo por mes.            

Esto significa que aún si duplicáramos la inversión pública en salud al 20% y arrebatáramos el primer lugar a la mayor potencia mundial (en porcentaje), nuestros números seguirían siendo raquíticos en términos absolutos, sobre todo en cuanto a salud pública. Esto ocurre porque somos pobres. Es decir, no tenemos más remedio que aplicar una receta que permita generar las bases para un progresivo crecimiento de la riqueza, la eliminación de gastos innecesarios elevando la calidad del gasto público y de, esa manera, aumentar de forma significativa y real la inversión en salud pública. Estas medidas también son aplicables a Educación, otra de las patas sobre las que debe basarse el desarrollo de una sociedad.

Preocupa que en treinta años de transición no hayamos podido destruir la corrupción institucionalizada heredada del régimen ni bajar sustancialmente la pobreza. El festival de impunidad continuó y salvo algunos procesos para cubrir las apariencias, ninguno de los principales jerarcas del régimen ha sido molestado ni investigado.

Aumentar el gasto en políticas sociales cuando somos corruptos y pobres, tiende a llevarnos a un callejón sin salida donde sólo distribuiremos migajas que, para colmo, serán utilizadas con fines políticos. Tampoco podemos distribuir lo que no existe ni espantar la poca riqueza existente, pues los ataques a las libertades individuales y a la propiedad privada bajo la bandera del utópico igualitarismo sólo han llevado a la debacle total a varios países. La disminución de la pobreza tampoco pasa por el proteccionismo exigido por algunos empresarios para favorecer a unos pocos en detrimento de la inmensa mayoría de la población. Países desarrollados como Estados Unidos, Japón y Alemania, o con desarrollo más recientemente como Taiwán, Corea del Sur, China o Singapur, independientemente de la ideología política, enseñan que la mejor política social es primero generar riqueza para después distribuirla.

*Ejecutivo del Sector Asegurador y Abogado (UNA), diplomado en el CLE/IAEE, posgraduado en Dirección Estratégica por la Universidad de Belgrano (Buenos Aires) y Máster en Historia por la Universidade de Passo Fundo (RS, Brasil)

Ilustración de portada: Roberto Goiriz.

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