*Por Eduardo Sánchez Gauto
La agitada escena política nacional tuvo una sacudida más con la noticia de que un grupo de seguidores del movimiento religioso conocido como «Pueblo de Dios», en medio de un acto muy llamativo, inscribió a varios de sus miembros como candidatos para las elecciones internas de la ANR. Esta curiosa escena y su significado llamaron la atención de los sesudos comentaristas de nuestros medios «principales», y también de algún que otro referente político.
Muchos se despacharon acerca de la llegada del «cristianismo fundamentalista» a la política. Algunos, con un tono de curiosidad y sorpresa; otros, con verdadera alarma, dando a entender que estábamos frente a fanáticos dispuestos a llevarnos de vuelta a la edad media. Si tanta ignorancia no fuera triste o patética, hasta sería graciosa. El movimiento religioso «Pueblo de Dios» podrá ser muchas cosas; pero definitivamente no es fundamentalista; y quizá –dependiendo del criterio aplicado– ni siquiera sea cristiano.
El fundamentalismo fue, inicialmente, una corriente surgida en el protestantismo norteamericano. Esbozada ya desde la segunda mitad del siglo XIX, adquirió forma en la polémica contra el modernismo que arrasaba en las iglesias a inicios del siglo XX. En tal calidad, el fundamentalismo se caracterizaba por exigir adhesión estricta a ciertos postulados teológicos que se tenían como axiomáticos: inspiración e infalibilidad de la Sagrada Escritura, nacimiento virginal de Jesucristo, la pasión y muerte de Jesucristo como expiación por los pecados, la resurrección corporal e histórica de Jesucristo, y la realidad de los milagros.
“En resumen: este gesto es un claro indicador de un deseo de superar definitivamente el aislamiento social que hasta ahora es característico de esta comunidad, para incursionar en la plaza pública y visibilizarse en la gran sociedad paraguaya bajo las reglas de nuestro Estado de Derecho. Un deseo admirable, en cuyo empeño les deseo lo mejor”
Este conjunto de creencias –llamadas «fundamentales», lo que ayudó a dar nombre al movimiento– no tienen mucho de extraordinario. Examinándolas, inclusive la doctrina oficial del catolicismo romano (supuestamente la fe del 90% de los paraguayos) podría considerarse como «cristianismo fundamentalista». El problema vino después, cuando referentes de opinión históricamente aliados al modernismo utilizaron el epíteto «fundamentalista» como descriptor del fanatismo más ciego e irracional. Pero, en su origen, el término es políticamente neutro.
¿Cuál es, entonces, la alarma por supuestos «cristianos fundamentalistas» participando en política? No hay mucha información sobre las creencias exactas del movimiento religioso «Pueblo de Dios». Wikipedia nos dice que su asentamiento en el distrito de Repatriación, departamento de Caaguazú, en donde viven en comunidad, viene de 1962. Se trata de una congregación carismática en la línea del pentecostalismo más tradicional, con una fuerte base popular que se acentúa por la vida comunitaria que llevan sus miembros. Eso sí, difiere del cristianismo ortodoxo (el cristianismo «fundamentalista») en algunos puntos; especialmente en el valor dado a las revelaciones carismáticas. Pero más allá de tales curiosidades, no parecen ni más ni menos peligrosos que cualquier otro grupo de ciudadanos.
La participación de este grupo en la arena política no es nueva, pues vienen presentando (y eligiendo) candidatos en gobiernos locales; lo nuevo es que ahora buscan una representación nacional. Considero que tal intención de los miembros de este grupo religioso es algo saludable; y mucho más porque lo han hecho a través de las filas de la ANR, un partido tradicional. Entre otras cosas, indican que reconocen la vía democrática como válida para satisfacer sus inquietudes y llevar a la práctica su proyecto político. También, y a diferencia de otros grupos religiosos, no ven a la política como algo «mundano» de lo cual deberían abstenerse. Este gesto demuestra además que consideran que tienen algo positivo que aportar a la conducción de nuestra sociedad, y desean que su voz sea oída. Asimismo, su participación se da dentro de las internas de la ANR, lo cual demuestra que reconocen como válidos a los partidos políticos como medio para la obtención y conservación del poder.
En resumen: este gesto es un claro indicador de un deseo de superar definitivamente el aislamiento social que hasta ahora es característico de esta comunidad, para incursionar en la plaza pública y visibilizarse en la gran sociedad paraguaya bajo las reglas de nuestro Estado de Derecho. Un deseo admirable, en cuyo empeño les deseo lo mejor.
Ahora bien, la reacción aterrorizada de periodistas, referentes, y sus alarmas sobre la llegada del «cristianismo fundamentalista» desnuda precisamente lo opuesto. Un discurso ignorante y xenofóbico (entendido el término como miedo irracional a lo extraño y desconocido), que descalifica y condena al otro por el simple hecho de ser «el otro»; y especialmente, por el imperdonable pecado de profesar con sinceridad una creencia que no resulta del agrado de la élite que se cree con derecho a decirnos qué pensar.
Algunos oponen a este grupo la inhabilitación constitucional de los ministros de culto (artículo 197 numeral 5). Este argumento resulta hasta cómico por la hipocresía de quienes lo esgrimen, los mismos que callaron o apoyaron abiertamente la candidatura de un conocido exobispo en burla abierta del catolicismo y de la Constitución Nacional. Pero aun así, no veo por qué esta inhabilitación constitucional afecte a los profesantes del movimiento religioso siempre que no sean pastores. Quienes lo sean, por imperio de nuestra Carta Magna, deberán optar entre continuar con su ministerio y descabalgar de su candidatura, o candidatarse y dejar el pastorado. Ciertamente no será el primer caso de ese tipo.
Pero lo más preocupante es la enorme soberbia que demuestra esta reacción. Es la reacción de quienes se creen mejores que «el otro»; pero su ignorancia es tal que no sólo no saben lo que es en realidad «fundamentalismo», sino que además, son absolutamente incapaces de comprender el fenómeno de la experiencia religiosa. Son vegetarianos tratando de hablar de una churrasquería; y el resultado es el previsible.
Tachar a miembros del grupo «Pueblo de Dios» con un término que denota fanatismo irracional, pero que no corresponde a la verdad de sus creencias, habla mucho más de la irreductible soberbia de muchos seudoreferentes y su propia irracionalidad, antes que de aquel «otro» que sólo cometió el pecado de reducir –apenas un poquito– el abismo de su alteridad.
*Traductor público, abogado y teólogo.
Imagen: Diario HOY
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