Por Rodrigo Ibarrola.
En las entregas sobre “Vida y vida humana, derechos y convencionalidad” (primera y segunda parte), hice algunas breves consideraciones respecto a la concepción, embrión, la vida y la vida humana desde el punto de vista biológico. Abordé además la errónea equiparación del aborto al tipo penal de homicidio previsto en el Código Penal e hice una evaluación jurídica de estos temas con base en los tratados internacionales sobre derechos humanos ratificados por nuestro país. Esta vez haré una revisión de ciertas evidencias empíricas sobre hechos de orden socio-económico con relación al aborto legal y sus efectos, la mayoría de ellas en franca contradicción con la creencia popular.
Para comenzar, el impacto más relevante de legalizar el aborto y hacerlo accesible a la población de bajos ingresos en los servicios públicos de salud, es la dramática disminución de la tasa de mortalidad por abortos. Así se ha visto en EE.UU., donde a 25 años de la implementación del aborto, el número de muertes maternas disminuyó casi siete veces, situándose en 0,6% por cada 100 mil abortos practicados. En Sudáfrica, entre 1994 y 2001, los hospitales públicos pasaron de registrar 425 muertes asociadas al aborto, a sólo 36. Uruguay es otro buen ejemplo (además más cercano al caso de nuestro país), donde la tasa bajó de 37 muertes a 8,1 en el periodo entre 1990 y 2015.
También se ha dicho que la liberalización del aborto aumentaría el número de mujeres abortando indiscriminadamente. Sin embargo, (salvo excepciones como España y el Reino Unido -al inicio-, en donde la tasa ha aumentado al parecer por efectos de migrantes recientes con mayor resistencia al uso de anticonceptivos) las tasas más bajas de aborto se observan en países donde las leyes sobre el aborto son ampliamente permisivas y el acceso a un aborto seguro es fácil. Es decir, comparando a países como Bélgica, Holanda, Alemania y Suiza, donde las tasas de aborto oscilan entre 7 y 9 por cada 1000, en contraposición, con países donde el aborto es altamente restringido, como Pakistán, Filipinas o Kenia, donde las tasas son entre tres a cinco veces más altas.
No es una sorpresa que la posibilidad de interrupción del embarazo disminuye los nacimientos no deseados y por ende las mujeres tienen menos hijos (la tasa de fertilidad de la mujer en los EE.UU. cayó un 5% desde 1972). Sin embargo, una mujer capaz de planificar su mejor futuro encuentra la posibilidad de tomar mejores decisiones económicas y profesionales que le permitan acceder a una mejor calidad de vida. De hecho, las razones más frecuentemente citadas para interrumpir el embarazo son las preocupaciones socioeconómicas o el deseo de posponer la maternidad. Esto trae como consecuencia directa niños que nacen en situaciones muy diferentes de si hubieran nacido por selección aleatoria. Por ejemplo, el cohorte post despenalización presenta menos niños naciendo en hogares monoparentales, menos niños que necesiten de la atención en la salud pública y se traduce además en hijos con mejores resultados escolares y perspectivas de vida. Se ha observado que los estados con más políticas antiaborto son los que tienen indicadores significativamente más bajos de bienestar infantil. Y esta no es una cuestión trivial, pues los niños y niñas que crecen en situación de vulnerabilidad tienen innúmeras dificultades para acceder condiciones dignas de vida, entre ellas la cognitiva, lo que limita su incorporación futura al mercado laboral. Esto último resulta relevante considerando que 40% de los niños y niñas de nuestro país menores a 10 años viven en tal situación.
“El debate hoy día se halla fuertemente polarizado entre los que están a favor y los que están en contra del aborto. Pero, teniendo tantos argumentos a favor, ¿por qué aún existe tanta oposición?”
También se ha sostenido que es falso el hecho de que el aborto legal se da en condiciones totales de seguridad. Lo cual es cierto, considerando que no existe nada con seguridad a ese nivel. Sin embargo, otro de los grandes impactos que tuvo la liberación del aborto fue la disminución de las hospitalizaciones derivadas del aborto. Por ejemplo, en Portugal, antes de la liberalización, cada aborto llevó a aproximadamente una hospitalización, mientras que después de la liberalización esa tendencia descendió aproximadamente al 10%. Tanto el procedimiento quirúrgico (invasivo) como el terapéutico (medicación) presentan la misma efectividad (98%). Luego de los tres meses, el aborto terapéutico decrece levemente en efectividad frente al quirúrgico (93% vs. 98%), pero en general, ambos métodos son seguros y efectivos. Incluso se ha registrado que la mayoría de las mujeres destaca la sensación de alivio luego de practicarse un aborto, aun cuando si considera un asunto controvertido respecto a la religión que profesa. Tampoco existe evidencia para suponer que el aborto en sí mismo, aumenta el riesgo de trastornos mentales.
Al parecer, la sensación de riesgo está motivada por los medios de comunicación. En los EE.UU. se ha estudiado y encontrado que la televisión exagera drásticamente el riesgo asociado con los procedimientos de aborto, presentando índices erróneos -intencionadamente o no- de complicaciones post aborto que se elevaban hasta 37,5% cuando que la tasa real era del 2,1%, lo mismo ocurría con la mortalidad asociada. Este patrón de tergiversación contribuye a alimentar creencias inexactas entre el público en general.
El debate hoy día se halla fuertemente polarizado entre los que están a favor y los que están en contra del aborto. Pero, teniendo tantos argumentos a favor, ¿por qué aún existe tanta oposición? Por ejemplo, uno podría suponer que la atribución de rasgos humanos al embrión o feto explicaría la oposición entre ambas posiciones. Sin embargo, según investigaciones, este hecho de por sí no sería suficiente para explicar tal posicionamiento. Lo que sí parece ser un diferenciador entre ambas visiones es el sexismo. Es decir, las actitudes, creencias y comportamientos de las personas que evalúan negativamente a las personas en función de su género, y que en general respaldan la desigualdad en el estatus de mujeres y hombres. Se ha encontrado que las ideologías justificadoras del sistema y los mitos legitimadores (sexismo) operan juntos de maneras que buscan controlar el destino de los grupos desfavorecidos (mujeres), independientemente del interés personal o grupal, y esto es normalmente asociado a la derecha política y socialmente conservadora. Pero, paradójicamente, aunque las personas tienden a estar en contra y desean que la ley se mantenga restrictiva, al mismo tiempo no desean que se castigue a las que mujeres que abortan, mucho menos cuando se trata de una persona conocida.
Finalmente, ante tanta evidencia a favor de la interrupción del embarazo, desde la perspectiva empírica parecería no haber suficientes motivos racionales para estar en contra. Que la ley no lo permita, es sólo una situación coyuntural. Las leyes son convenciones que reflejan la idiosincrasia de un pueblo en un momento determinado, y como tal mutan y se transforman con la afluencia de nuevos pensamientos, miradas y transformaciones en las relaciones y grupos sociales. El cambio es parte de la historia de la humanidad. El uso hace a la costumbre, la costumbre a la norma y la norma a la ley. El derecho no es un fin en sí mismo, sino un medio. El bienestar de la población es el fin, y donde hay una necesidad, hay un derecho, que -desde luego- requiere de una ley. Y se debe legislar para todos y todas.
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