*Por Jorge Rolón Luna
Entrega de intereses nacionales, traición, defección, negociado, autodenigración, bochorno, personajes impensados, ladrones flagrantes, Bolsonaro, un simulacro de juicio político, un par de reculadas brutales. Esta inacabada serie de “episodios” derivados del Acta Maldita tuvo de todo.
Para quien, como este escriba, alguna vez tuvo su paso por el Consejo de Administración de Itaipú Binacional y, además, le tocó participar de negociaciones con la contraparte brasileña (2008-2009), lo sucedido tal vez no pueda sorprender mucho. Es fácil advertir desde dentro de Itaipú cuán colonizada por el Brasil se encuentra la alta burocracia de la binacional, del mismo modo en que siempre estuvo colonizado el Partido Colorado.
Que Itaipú sea manejado al compás del interés brasileño no debería sorprendernos, salvo el hecho sin precedentes del Acta Maldita. Una movida del gobierno que, una vez amenazado de muerte, se está jugando por anular, aunque en principio quiso vender como un gran logro. Mirados en perspectiva, los acontecimientos que rodearon esta gran esperanza nacional que se llama Itaipú, desde que fuera pergeñada en los gabinetes de Itamaraty hace muchas décadas, nunca fueron favorables ni auspiciosos para el Paraguay. Entre el cúmulo de eventos problemáticos para nuestro país, destacan los siguientes: el hecho de que Itaipú no fue idea nuestra, la infeliz circunstancia de que la represa fue planificada y construida mientras acá gobernaba una dictadura criminal y entreguista, el contexto previo de una invasión militar en 1965, el oscuro episodio del asesinato y torturas del ex embajador brasileño Jobim en 1979, el golpe del 2012 ejecutado por el congreso contra el único gobierno que sentó a los brasileños para discutir sobre la necesidad de ajustar mínimamente cuentas, así como la permanencia en el poder –salvo un breve interregno- del mismo partido que entregó esa gran riqueza. Todo mal. Por eso, el aún caliente episodio del Acta Maldita, no estaba siendo nada más que un nuevo episodio nefasto.
En una reciente entrevista, el politólogo Miguel Carter hacía la distinción entre los aspectos políticos y técnicos que tiene la cuestión Itaipú. Siguiendo su consejo, este escriba-abogado evitará las cuestiones para las cuales existe gente más idónea. No analizaremos entonces si “ya era hora” de levantar el puesto de peajes, o si nos corresponde o no esto o aquello. Muchas mentes lúcidas ya han opinado sobre estos aspectos, y de todo el espectro ideológico y político. Y el gobierno ya ha retrocedido. O simulado hacerlo.
Lo que aquí busco puntualizar es, en primer lugar, que la cuestión de Itaipú debe ser considerada desde lo que ha venido ocurriendo en los últimos años. La Ande, desde el año 2003, venía comprando el excedente de energía producido por la represa –que tiene un precio menor que la energía “contratada”–, prácticamente sin inconvenientes. Entonces, ab initio es claro que al presidente Abdo se le debe cuestionar su incapacidad o su falta de inteligencia para gerenciar la continuidad de estas condiciones ventajosas. Los brasileños –Bolsonaro– dijeron “basta” y el presidente paraguayo aceptó sin chistar. A diferencia de sus antecesores –Nicanor, Lugo y Cartes–, Abdo defeccionó en esto. Sólo la reacción de la casi totalidad del espectro político y social lo hizo volverse atrás, aunque sin dar la cara. Otra cuestión negativa más: el gaffe del gobierno no ha hecho más que dificultar este asunto de aquí para adelante, pues ahora se deberá empezar todo de nuevo y debiendo un favor al gobierno brasileño, de cara a la inminente revisión del tratado en 2023.
En segundo lugar, cabe enfatizar que desde un primer momento fue claro que ni siquiera quienes defendían el documento podían señalar un solo aspecto positivo para el Paraguay. Uno sólo. Lo peor de todo: para sostener su posición, vilipendiaron a la eterna víctima del Asunto Itaipú. “Peajeros”, “avivados”, “pillos”, dijo el gobierno de sí mismo y de toda la ciudadanía, cuando debió haber reservado al menos algún epíteto para el Brasil, si es que algún pillaje menor le pudiera ser atribuido al Paraguay. Barbaridades de ese tipo debilitan la posición paraguaya a futuro. Un caso de traición aleve, cometida por una aviesa fauna encabezada por el propio presidente, compuesta además por algunos representantes de un raleado oficialismo –la mayoría se hizo tragar por la tierra–, y por algunos ingenieros vinculados anterior o actualmente a Itaipú, los famosos y nefastos “brasileñistas”. Coronado por la expulsión de los técnicos de la Ande de una importante reunión en Itamaraty…, por nuestro propio embajador. Al papelón histórico hay que sumar a quienes representan a una burguesía industrial poco consciente de su histórico rol de clase: la UIP, que defendió el acuerdo. Estos papelones sólo fueron igualados –algo que parecía imposible- por los diputados y senadores del cartismo que se desgañitaban por la artera traición a la patria, para 24 horas después decir que aquí no había pasado nada.
Finalmente, Abdo cometió el gravísimo e imperdonable pecado de olvidar la historia de robos sufridos por el Paraguay en Itaipú; para muestra basta sólo un botón: la deuda infame generada por el subsidio al precio de la energía que consumió casi íntegramente el Brasil entre 1986 y 1990. Ese robo al Paraguay tiene dos momentos, 1986 y 1997. En el primer jalón, paraguayos traidores dieron vía libre a una rebaja artificial de la tarifa de la energía por debajo del precio real y, en el segundo, otros traidores aceptaron cargar la deuda generada al pasivo de la binacional y, por ende, no hacer responsable del mismo a Furnas y a Eletrobras, los usufructuarios del 98% de esa energía subsidiada. Ese favorazo a la industria brasileña, lo seguimos pagando todos los paraguayos y representa hoy día un monto sideral que, siendo generosos, ronda los más de 4.000 millones de dólares (otras estimaciones lo hacen rondar en los 17.000 millones).
Esta historia de la que los brasileños no quieren hablar –y quien escribe esto fue testigo de cómo irritaba a los brasileños, miembros del Consejo de Administración de Itaipu o funcionarios de alto rango, la sola mención de las palabras “deuda espuria”–, debería ser UNO de nuestros argumentos más fuertes contra el intento gangsteril del Brasil de no permitirnos el uso de la energía excedente como hace a nuestro derecho. Recordemos estos nombres en un país de olvidadizos: Alfredo Stroessner, Ezequiel González Alsina, Andrés Gómez Opitz, Milciades Ramos Giménez, Salvador Rubén Paredes, José Antonio Moreno Ruffinelli, Enzo Debernardi, Juan Carlos Wasmosy, Carlos Alberto Facetti, Gustavo Pedrozo, Jorge Lamar, Miguel Fulgencio Rodríguez, Héctor Richer, Miguel Luciano Jiménez, Joaquín Rodríguez, Adolfo Ozuna González, Paul Sarubbi, Carlos A. Saldívar. Ellos regalaron a Brasil nuestro endeudamiento espurio. A estos ilustres nombres de la ignominia, ahora se suman Abdo, Velázquez y el resto de quienes pretendieron imponer esta entrega de nuestro recurso más valioso como país: la energía generada por Itaipú.
Nuestro presidente, sin embargo, optó por autocriminalizarnos, acusándonos de truhanes de baja ralea, mientras el verdadero matón y ladrón, volvía a salirse con la suya. La aceptación de Brasil de renegociar el uso de la energía, habrá que ver a qué precio será. Si es que se concreta e iguala el trato anterior.
Por último, este episodio aún inconcluso nos deja varias enseñanzas; una de ellas, para las futuras negociaciones: es imperativo dejar fuera a quienes en el pasado han traicionado los intereses paraguayos. Nunca más ninguno de estos vendepatrias. Los antecedentes de quienes vayan a representarnos deberán ser cuidadosamente estudiados y ser sometidos a escrutinio público. El futuro del país está en juego.
*Ex miembro del Consejo de Administración de Itaipú en representación de la cancillería nacional (2008-2009).
Fuente imagen de portada: AFP vía BBC https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-47381262