Política

“Tecnología e Innovación”: el Caballo de Troya de la antipolítica


 Por Carlos Olmedo Colarte*.

Hoy en día es sumamente llamativo cómo la agenda “desarrollista” de nuestro país pareciera priorizar, por sobre los lineamientos de políticas públicas, ciertos ejes programáticos más bien propios del mundo empresarial. A menudo es fácil hacerse eco de estos recurrentes eslóganes discursivos que señalan la necesidad urgente de impulsar iniciativas “tecnológicas e innovadoras” como camino certero para lograr el desarrollo. Varios sectores como el Gobierno Nacional, el empresariado, sociedad civil e incluso parte de la academia consideran que la tecnología y la innovación son el “Santo Grial” para el abordaje de los asuntos de interés público. Sin embargo, lo que deberíamos notar es que, sigilosamente, estos relatos pretenden vaciar de contenido político a las políticas públicas otorgándoles un carácter eminentemente técnico e individualista. Lo inquietante de una administración despolitizada y “objetiva” de las políticas públicas es que implica relegar la participación de la gente de las políticas de desarrollo.

No debería sorprender entonces que iniciativas como la Agenda Digital y la Estrategia Nacional de Innovación constituyan ejes prioritarios del discurso político del actual Gobierno y a la vez sean presentadas casi como recetas mágicas para lograr el bienestar social. Pero como bien nos recuerda el antropólogo Kregg Hetherington: “lo que debiéramos haber aprendido del siglo XX es que las soluciones simples, basadas en relatos sencillos de progreso, rara vez tienen los resultados previstos”.

La situación deja en el aire una pregunta sugerente: ¿qué esconde este nuevo discurso que sobreestima la innovación tecnológica y busca equiparar la gestión pública al quehacer empresarial? El libreto “tecnócrata-innovador” es problemático porque se jacta de ofrecer soluciones que se presentan como objetivas, científicas  y, por sobre todo, apolíticas. De esta forma evade y menosprecia lo substancialmente político, aquello que Hannah Arendt en su libro “¿Qué es la política?”  reconocía como lo verdaderamente gravitante para la vida social. A su entender, lo político en esencia está en los temas relacionados a la justicia social, la (des)igualdad, la correlación asimétrica de fuerzas, el trato hacia las minorías en situación de vulnerabilidad, la pobreza y el desempleo. Es decir, toda cuestión que afecte la dignidad de los ciudadanos. Al evadir estos asuntos, este nuevo discurso desplaza a los temas gravitantes del foco central del debate público.

Esta gesta “despolitizadora” encuentra una aliada estratégica en la retórica empresarial. La más célebre forma quizás sea la grandilocuente épica del empresario exitoso e innovador y (como si fuera poco) comprometido con el bienestar social. Esta idea encarna la eterna promesa de progreso individual sin la necesidad de acción colectiva. Por añadidura, se ignora el contexto social y se exalta el mérito individual como un “supra-valor”, avivando una línea de pensamiento engañosa que termina normalizando la existente desigualdad.

El embrión que aviva a esta línea de pensamiento responde a una lógica bifronte. Por un lado, apunta a la glorificación de la figura de los “técnicos”, agentes que (supuestamente) prescinden de una agenda política y por ello se autoconsideran  abanderados del progreso. Y, por otro lado, la atractiva figura que representa la imagen del sujeto emprendedor, aquel agente que simboliza la individualización del progreso, lo suficientemente capaz de autogestionar su propio bienestar sin la necesidad de intervención externa ni mucho menos de una acción colectiva.

El discurso del individuo emprendedor sobresimplifica la complejidad del mundo social partiendo de la premisa de que cada persona es dueña y artífice de su propio progreso sin importar de dónde viene. Esta racionalización individualizante, muy arraigada al ethos del pensamiento neoliberal, produce la invisibilización del conflicto social (elemento esencial de cambio social) así como la negación de las tensiones propias entre grupos sociales, reduciéndolas a meros conflictos entre individuos. Al negar implícitamente las desigualdades sociales y valiéndose de un mensaje de superación personal (coaching) como camuflaje, insta a la búsqueda de soluciones individuales para las problemáticas sociales. Lo que, en definitiva, desenmascara su verdadera aspiración: la desmovilización de cualquier ápice de acción colectiva atendiendo a su potencialidad como generadora de profundas transformaciones sociales.

En definitiva, estas consignas terminan favoreciendo a los intereses de una clase privilegiada ya que al vincular la idea de desarrollo con el pensamiento “meritocrático”, directa o indirectamente, se promueve la individualización de la búsqueda de soluciones a las problemáticas sociales. De este modo, se menosprecia y/o ridiculiza el rol del Estado como promotor del bienestar social y el de la movilización colectiva como elemento de transformación social. Lo que termina reforzando aún más el status quo.

Repolitizar los asuntos de interés público implica desmontar esos relatos “antipolíticos” llenos de arrogancia pero vacíos de contenido, tan invasivos que parecieran salidos de una campaña de marketing empresarial. Sin embargo, esta tarea es, sin dudas, exigente, ya que los relatos tecnocráticos pueden ser muy persuasivos atendiendo al creciente malestar y descontento hacia la política.

* Doctorando en Política y Estudios Internacionales (Universidad de Leeds, Reino Unido). Twitter: @caolmedo_c

**Imagen de portada: https://niagaraatlarge.com/2012/10/24/technocrats-and-the-assault-on-civilized-society-and-common-sense/

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