Por Rodrigo Ibarrola.
Hace 31 años las intrigas palaciegas dieron como resultado el fin de una larga noche. Aunque haya pasado ya más de una generación de aquel levantamiento, aún quedan nostálgicos propagando falsedades a sus anchas. Incluso poseen organización propia, llamada Coordinadora Stronista del Paraguay. Entre los mitos que persisten, uno insiste en que ―a pesar de la aberrante violación de los derechos humanos― el país gozaba de una prosperidad económica nunca antes vista. Otro afirma que todas las grandes obras o instituciones que hoy vemos fueron gracias a su «prolífico» gobierno. Sin embargo ―como sucede a menudo―, las falacias no resisten los embates de la evidencia.
Al llegar, Stroessner no tardó mucho en instaurar su ley marcial. Reprimió estudiantes, cooptó el movimiento sindical y disolvió el Congreso. Los opositores fueron arrestados, torturados, desaparecidos o deportados. También aplastó un plan de rebelión en las Fuerzas Armadas. Para dar un toque democrático, en 1962 otorgó a un grupo de liberales el estatus legal como Partido Liberal, mientras que en 1964 lo hizo con los «febreristas». Quedaron proscritos el MOPOCO y el Partido Comunista. Inquirido por Alan Whicker sobre el estado de sitio permanente, el dictador respondió que ello no significaba la supresión de las libertades civiles, sino que era la forma de «mantener el orden, la justicia y la paz».
Por otra parte, había logrado contener la inflación (que en 1952 había llegado al 124%) gracias a la continuidad del «Plan de Estabilización» iniciado por Federico Chaves, a quien había derrocado. En 1954 la inflación bajó al 30%.
Con toda seguridad, hoy en día ni los más entusiastas neostronistas darían diez años de gracia a un mandatario para mostrar algo relevante como presidente. Y es que en diez años únicamente un hospital, el actual Hospital del Trauma, y el Hotel Guaraní (sí, un hotel, construido con fondos del Instituto de Previsión Social (IPS)) fueron las obras de relevancia. Algunas instituciones frecuentemente atribuidas a su mandato, pero que no fueron de su autoría son: el Banco Nacional de Fomento (BNF) (1942), la Flota Mercante (1945), el Instituto de Previsión Social (1953), la Administración Nacional de Telecomunicaciones (Antelco) (1947), la Administración Nacional de Electricidad (ANDE) (1948), la Corporación de Obras Sanitarias (Corposana) (1950) o el Policlínico (1952). Ni siquiera el tranvía eléctrico (1913) corresponde a sus obras.
La construcción del hoy Banco Nacional de Fomento inició en 1942. Fue inaugurado en 1945 (Fuente: Flickr).
El Puente de la Amistad, inaugurado en 1965, fue un obsequio brasileño que permitió a nuestras rutas conectar con el sistema de carreteras del Brasil. Esto dio paso a la utilización del puerto franco de Paranaguá como alternativa terrestre al tráfico fluvial tradicional a través de Buenos Aires. Pero no fue una concesión desinteresada, ya que el Brasil estaba en plena expansión de la frontera agrícola hacia el oeste desde Santa Catarina, lo que daría a la postre lugar a los extensos cultivos de soja hoy propiedad de los «brasiguayos». En 1956, el Brasil había aceptado financiar el estudio de factibilidad de la represa Acaray-Monday. El proyecto fue presentado en 1961, las obras iniciaron en 1966 (siempre con financiamiento externo) y fueron inauguradas en 1968.
¿Y las famosas rutas? Al tomar el poder, el sistema de rutas se componía de siete vías principales, seis de las cuales ya estaban construidas: 1) Asunción-Encarnación; 2) Asunción-Cnel. Oviedo-Villarrica; 3) Asunción-Limpio; 4) San Ignacio-Pilar; 5) Concepción-Pedro Juan Caballero; 6) Encarnación-Cap. Meza. La séptima, que conectaría a la frontera con el Brasil donde hoy se erige Ciudad del Este, se hallaba proyectada, pero pendiente de construcción en 1954. La ruta Transchaco fue construida por los propios menonitas, guiados por Harry Harder y los Pax Boys.
Construcción de la represa de Itaipú (Fuente: Cuenta de Twitter Itaipú Binacional).
Durante la década de los 60, el Gobierno gastaba casi la mitad de su presupuesto de inversión pública, ya sea transporte, comunicación o electricidad, con pocos resultados. La estructura tributaria era ineficiente, el gasto era descentralizado sin control, cada ministerio era un feudo. El 80% del déficit era financiado por créditos externos. Cuando Stroessner asumió, la deuda externa era de 12 millones de dólares. En 1970, ascendía a 210 millones de dólares. Para entonces, el Paraguay era deudor del BM, BID, Canadá, Alemania, Japón, España, Checoslovaquia y, obviamente, de los Estados Unidos. La dependencia de fondos externos fue uno de los motivos por los que el régimen tuvo que ceder a la exigencia de «democratizar» el país. Resultado de ello fue el reconocimiento de algunos partidos opositores, lo que terminaría dando una fachada de legitimidad a la Constituyente de 1967 y a las elecciones de 1968.
Otro dato relevante del periodo 1960-1970 es que la porción de la renta nacional recibida por el quintil más pobre de la población se redujo de 4 a solo 3%, mientras que la porción recibida por el quintil más rico aumentó de 30 a 50%. La tendencia a la desigualdad ya se hacía presente.
Al llegar, Stroessner no tardó mucho en instaurar su ley marcial. Reprimió estudiantes, cooptó el movimiento sindical y disolvió el Congreso. Los opositores fueron arrestados, torturados, desaparecidos o deportados. También aplastó un plan de rebelión en las Fuerzas Armadas. Para dar un toque democrático, en 1962 otorgó a un grupo de liberales el estatus legal como Partido Liberal, mientras que en 1964 lo hizo con los «febreristas». Quedaron proscritos el MOPOCO y el Partido Comunista
Así llegamos al periodo de Itaipú. Su «efecto derrame» en la economía paraguaya fue considerable en sectores como la construcción, la electricidad y los servicios básicos. A su vez, Itaipú generó una gran cantidad de empleo directo. En 1978, poco más de 13.000 paraguayos trabajaban en la empresa. Asimismo, permitió el ingreso masivo de flujos financieros. Empero, los salarios reales sufrieron un deterioro del orden de 0,8% anual acumulativo entre 1971 y 1980. El impulso de Itaipú terminó en 1981 —aunque la obra duró hasta 1983— y con él, la bonanza.
Yendo al grano, el crecimiento del PIB per cápita en los 34 años de gobierno de Stroessner fue mediocre. El promedio del crecimiento económico per cápita en toda la dictadura fue de apenas 2,2%, incluyendo el boom de Itaipú. La cifra pareciera no decir mucho por sí misma, pero, al compararla con los promedios de los gobiernos de Nicanor (2,8%), Lugo-Franco (3,0%) y Cartes (2,7 %) (ver tabla abajo), dice aún menos. Si obviamos el periodo de Itaipú, el régimen stronista nos arroja un discreto 1,27% promedio de crecimiento.
¿Cómo fue posible sostenerse tanto tiempo con magros avances? Con proscripción de políticos opositores (incluso de la ANR), estado de sitio y represión. Pero el ejercicio del poder crudo no puede ser sostenido tanto tiempo: un tirano que puede obligar a su gente a aclamarlo y obtener el favor de los actores más importantes durará más tiempo. Para lo primero, debe crear una falsa ilusión de apoyo popular; para lo segundo, una red de dádivas: destinar alrededor de un tercio del presupuesto del Estado a quienes lo pusieron allí —los militares—, tolerar el contrabando y el tráfico de drogas como el «precio de la paz» y, por si fuera poco, formar una base empresarial clientelar buscadora de renta a través de contratos estatales, cuyos herederos hoy siguen ejerciendo una notable influencia.
Sobran aspectos de que hablar sobre un periodo de 35 años, pero esto vale para recordar que el pasado no fue como cuentan los nostálgicos. Por de pronto, pasar de escuchar los petardos de la «fecha feliz» a oírlos en la Noche de la Candelaria es una buena señal.
Fuente de la imagen de portada: El territorio.
14 thoughts on “No, Stroessner no creó todo lo que tenemos”