Por Jorge Rolón Luna*
“Mba’e 500.000 pio, che, lo que e la che, por meno de 15, 20.000 dólar, ni ndaku’éi”, había dicho un sicario confeso al autor de estas líneas para un material ya publicado. Los recientes casos de sicariato motivan a rememorar esas expresiones, para reflexionar sobre la complejidad del fenómeno y el peligroso proceso de naturalización con el que vamos tratando a esta tragedia como sociedad.
La creciente actuación de sicarios tiene que ver con el mundo narco, frente al cual la sociedad ya no puede cerrar los ojos. Semidespierta, pero adormilada aún, nuestra sociedad es como quien tiene una construcción frente a la casa y los taladros, las sierras, los martillazos, de repente no lo dejan dormir. Pero cuando cesa el ruido, se vuelve a tapar con su edredón o frazada y cae en un profundo sueño ¿Hasta cuándo será así?
La violencia del narco en general, y el sicariato en particular, está lejos de ser comprendida, aprehendida y explicada suficientemente en nuestro país. Sencillamente porque no la estudiamos en el mundo académico, ni el Estado le dedica un especial afán. Los casos de sicariato se caratulan como “homicidio doloso” y allí quedan, apenas como subproducto del tráfico de drogas.
La expresión más violenta del narcotráfico es el sicariato. Sin embargo, es un fenómeno que no se encuentra registrado, ni estudiado y mucho menos comprendido en el Paraguay. El mismo tiene muchas explicaciones, algunas sencillas, otras no siempre asibles o inteligibles y, por lo tanto, ausentes. De antiguo origen (sicarii significa “hombre daga”, por el instrumento utilizado para matar), viene de los tiempos de la dominación romana en Judea, cuando los judíos asesinaban a sus ocupantes imperiales. Trascurrido mucho tiempo, pasó a ser sinónimo de eliminación de enemigos políticos. El sicario y el sicariato constituyen, hoy día, un fenómeno que nada tiene que ver con aquellos judíos furiosos contra sus opresores. Como dice Fernando Carrión, el sicariato se convirtió en la encarnación de “un sistema interdelincuencial con ribetes propios en el que aparece una organización criminal que, primero, mata por encargo a cambio de una compensación económica y, luego, se convierte en una instancia autónoma de control de territorios, instituciones y sociedades”.
Lo poco que se podría tener en claro sobre el sicariato proviene especialmente de los estudios de las pistas que deja su violencia en los medios de comunicación de otros países, dado que en nuestro país no existen investigaciones sobre el mismo. Entre los puntos claves a tener en cuenta para analizar a esta modalidad criminal en nuestro país, conviene recordar una serie de enunciados fundamentales que muestran aspectos entrelazados de este fenómeno.
Primero, que el crimen organizado tiene “en la violencia y la amenaza unas herramientas básicas para el desarrollo y la consecución de sus fines”. Es su modo de resolver conflictos, en especial en un mercado ilegalizado como el narcotráfico. Segundo, el narcotráfico tiene una relación directa, a su vez, con el sicariato. Si un país tiene problemas graves de tráfico de drogas, tendrá al sicariato como un habitante de la casa. Tercero, a mayor nivel de actividad criminal del narco, habrá mayores niveles de violencia; en otras palabras, si crece el tráfico de drogas habrá violencia del narco y sicariato (como modalidad).
Ahora bien, maticemos este último enunciado. Una eventual disminución de los homicidios y del sicariato no necesariamente significan que las fuerzas criminales estén derrotadas o en retirada. Pueden haber períodos de tregua entre bandas criminales, entre éstas y el Estado, al punto de que descienden los niveles de homicidios en tiempos determinados. Pero esto no se debe necesariamente a la efectividad de las políticas de seguridad, sino a acuerdos a nivel de cúpulas. En Medellín (Colombia), por ejemplo, se llegó al extremo de una tregua establecida por el mítico “Don Berna”, líder de la famosa empresa de cobro de deudas y sicariato, la “Oficina de Envigado”. Se redujeron los homicidios al mínimo, en un periodo que se llegó a conocer como “donbernabilidad”. De forma similar se dio el descenso de homicidios en San Pablo (Brasil) entre 2018 y 2019, producto de una tregua entre el PCC (Primeiro Comando da Capital) y el CV (Comando Vermelho). Esto muestra que los sicarios responden a una disciplina organizativa, aunque los sicarios se relacionen con las organizaciones criminales como soldados, contratados de forma individual o incluso como partes de una “empresa” que se dedica a ello. La ya mencionada “Oficina de Envigado” empezó como una dependencia de cobros de Pablo Escobar, mientras el Cártel de los Zetas inició como servicio de sicariato para el hoy menguado Cártel del Golfo en México.
Siguiendo con la secuencia de enunciados sobre lo que se sabe del sicariato, hoy es claro que el crimen organizado en general (y en particular el narcotráfico), requiere para su funcionamiento y desarrollo de acuerdos, pactos y diversos niveles de complicidad política y estatal. Así, el sicariato empieza siendo “narco” pero luego sale de sus límites, para instalarse como método de resolución de conflictos de diversa índole social (tipo problemas familiares, rivalidades entre vecinos y disputas varias).
Es posible arriesgar entonces que en nuestro país, la violencia actual y el sicariato obedecen a una intensificación de la actividad de trasiego de drogas, a disputas entre organizaciones narco por control de territorios, rutas y negocios, o a la ausencia de una tregua entre rivales. Esta intensificación ya ha trascendido del mundo criminal al de la política y del Estado, inficionando y capturando gobiernos locales y departamentales de la zona de frontera, fiscalías y juzgados.
La violencia del narco en general, y el sicariato en particular, está lejos de ser comprendida, aprehendida y explicada suficientemente en nuestro país. Sencillamente porque no la estudiamos en el mundo académico, ni el Estado le dedica un especial afán. Los casos de sicariato se caratulan como “homicidio doloso” y allí quedan, apenas como subproducto del tráfico de drogas. Su brutalidad, su crueldad y su verdadera naturaleza son percibidas como un eco lejano a veces, con el estruendo del brutal asesinato del día, en otras ocasiones. Pero solo quienes lo viven saben de qué va la cosa. Como dice Juan Alberto Cedillo, refiriéndose al sicariato en México: “Gracias a que no serían juzgados por los asesinatos que cometieron en México, cuando los capos tuvieron la oportunidad de narrar sus andanzas (en EE.UU.), se explayaron al grado de que los fiscales los tenían que callar…”.
Un sicario confeso le reveló alguna vez al autor de este artículo ciertos detalles de “su trabajo”: “cuando es tu hora, es tu hora, yo no voy a atajar”. Tal frase explica algo de la lógica del asunto: la existencia del sicariato implica verdaderas sentencias de muerte extrajudiciales, imposibles de rever, ni por el propio sicario. Pero, eso es apenas rascar la superficie del fenómeno; todo indica que, si algún día llegan a hablar, capos, soldados y sicarios, nosotros también tendremos que hacerlos callar. No está lejos de la verdad que nuestro problema de violencia narco es cada vez más parecido a los tan mentados y atroces casos de Colombia y México.
*Abogado, docente universitario e investigador independiente, autor del libro de relatos “Los sicarios”.
Imagen: Diseño de Moisés Ruiz