Por Marcos Pérez Talia
Una vez que la Concertación, como figura jurídica, se volvió inobjetable en el arco opositor, surgen ahora nuevos desencuentros respecto a la modalidad de elección de la candidatura presidencial. Cuando parecía que la elección interna a padrón abierto sería la opción menos conflictiva, Kattya González y Euclides Acevedo elevaron su voz crítica respecto a dicho mecanismo. En este artículo queremos revisar esos argumentos y ponerlos en discusión con datos estadísticos.
El 12 de junio pasado se suscribió el acuerdo de la Concertación de cara a las elecciones generales del 2023. Llamativa fue la ausencia de Kattya González, precandidata presidencial, a pesar de que su partido fuera firmante del acuerdo. Según manifestó, su falta de asistencia se debió a discrepancias producto de la modalidad de la elección. Señaló textualmente que “la concertación, así como hoy está concebida, es una trampa para aquellos candidatos que no forman parte de la infraestructura” y que este sistema “empuja a la lógica de que el poder está reservado a las estructuras y claques”.
Desde otro ángulo, el también precandidato presidencial Euclides Acevedo estuvo disparando acerados dardos contra el mecanismo de elección de la Concertación. En una entrevista radial, indicó que la Concertación así diseñada es una Concertación no democrática y que los partidos y movimientos que le apoyan no quieren participar. En otro momento, vaticinó que la Concertación va a acabar siendo solamente una interna liberal.
Estos argumentos merecen ser matizados a la luz de algunos datos estadísticos. Es cierto que puede generar dudas la inclusión de afiliados colorados, sobre todo luego de la impugnación de abogados de la ANR a la Concertación “Juntos Ganamos” del 2015 en Asunción. En aquel momento, el Tribunal Superior de Justicia Electoral, mediante la resolución AI. 69/2015 del 18 de junio de 2015, resolvió la exclusión de los afiliados colorados del padrón de la Concertación de entonces. Pero el foco del debate giró siempre respecto a la inclusión de afiliados colorados, no de los independientes o terceros partidos.
El PLRA lejos de ser un problema para las primarias de la Concertación es, en realidad, el único partido opositor que resuelve sus candidaturas mediante amplias y competitivas internas. Los demás partidos, luego de una (seguramente ardua) discusión interna, acuerdan la conformación de sus listas sin competencia nacional. No es que esté bien o mal, sino que son simplemente modalidades distintas. Pero la falta de ejercicio interno democrático en los demás partidos opositores no debería ser un argumento utilizado en su favor para evitar una competencia electoral interna.
En el peor escenario para la concertación (si la justicia resuelve excluir a los colorados), igual existe un margen importante no liberal que puede volver competitiva la interna. Veamos los datos de las últimas elecciones generales de 2018.
Tabla 1. Datos electorales de ANR y PLRA en 2018
Fuente: Página web de la ANR y Pérez Talia (2021).
En las elecciones generales del 2018 hubo 4.260.816 habilitados para votar. Si a ese universo le descontamos los afiliados colorados (2.309.061) que representó el 54% del padrón nacional, queda disponible el 46%. De ese 46%, el PLRA representaba el 31%, quedando un margen de 15% no colorado ni liberal. En el arco opositor, ese 15% no resulta nada despreciable como bolsón electoral a cautivar. Pero hasta ahora estamos hablando solamente de números absolutos de afiliados. La realidad, en cambio, muestra que no todos esos afiliados participan de la vida interna de los partidos tradicionales. Además, existe otra cuestión que complejiza más el análisis, el de las múltiples afiliaciones que existen sin depuración.
Entonces, para tener una aproximación más cierta, habría que observar los números de los votos en las internas. Descontado nuevamente a los afiliados de la ANR, en las internas del PLRA votaron 503.695 personas, a quienes podríamos llamar el «voto duro liberal» o el «voto estructura». De esa forma, si el universo opositor era de 1.951.755, y el voto duro liberal de 503.695, quedaba fuera de las estructuras duras del PLRA 1.448.060 votos. Es decir, la estructura liberal sólo podía jactarse de «disponer» del 25% del voto no colorado. Los restantes 75% eran una enorme oportunidad de conquista.
Como no tenemos aún los datos de las elecciones de 2023, estos números del 2018 nos permiten hacer un ejercicio comparativo a fin de proyectar escenarios. Asumiendo que los números del 2023 no van a ser exageradamente distintos a los anteriores, entonces la disputa interna en la Concertación no parece ser una «mera interna liberal», en donde las estructuras partidarias van a manejar a sus anchas los resultados. Hay mucho margen en la oposición por fuera del «voto duro liberal» aguardando ser seducido, cautivado y movilizado el 18 de diciembre.
Los números muestran que la interna de la Concertación puede volverse verdaderamente competitiva, siempre y cuando exista un trabajo político adecuado que implique, entre otras cosas, organización territorial, financiación, discursos apropiados, etc. Dicho de otro modo, conquistar ese 75% opositor no liberal supone, como cualquier otra actividad, mucho esfuerzo, dedicación y talento. Por ende, tanta oposición al mecanismo de las internas alimenta la duda de si esos sectores están dispuestos a asumir el reto. Pero de allí a decir que la Concertación es un juego meramente liberal, no parece tener mucho asidero.
El PLRA lejos de ser un problema para las primarias de la Concertación es, en realidad, el único partido opositor que resuelve sus candidaturas mediante amplias y competitivas internas. Los demás partidos, luego de una (seguramente ardua) discusión interna, acuerdan la conformación de sus listas sin competencia nacional. No es que esté bien o mal, sino que son simplemente modalidades distintas. Pero la falta de ejercicio interno democrático en los demás partidos opositores no debería ser un argumento utilizado en su favor para evitar una competencia electoral interna.
La única forma de resolver la fórmula presidencial no es otra que unas elecciones internas a padrón abierto, con la ANR o sin ella. Estén o no los colorados, las chances están abiertas para cualquier candidatura dispuesta a asumir el trabajo electoral.
Como ejemplo, al sellar la alianza parlamentaria entre Kattya González, Soledad Núñez y Hagamos, en todo momento resaltaron la idea de una lista ciudadana, integrada por “ciudadanos decentes y comprometidos”. Hay un reforzamiento interesado de la palabra «ciudadanos» seguramente buscando contraponer a la idea de «estructuras partidarias». Entre paréntesis, como si fuese que el electorado liberal es un ser diferente a un ciudadano. De cualquier manera, esa aseveración de ser portavoces de un proyecto ciudadano y alternativo a la estructura liberal, debería ser un incentivo extra para competir el 18 de diciembre y demostrar en las urnas su caudal electoral.
En síntesis, si las elecciones no les favorecen no es, en todo caso, un problema del método de selección. O peor aún, un problema con la democracia. Es todo lo contrario, tiene relación con su propio capital electoral. Las encuestas o los meros acuerdos de cúpula jamás podrían reemplazar al voto democrático como la mejor manera de saber quién o quiénes deben representar los intereses y aspiraciones de la Concertación opositora.
Imagen de portada: La Nación PY