Por Jorge Rolón Luna*
Es indudable que el sicariato se ha vuelto un fenómeno que presenta características diversas y que tal rostro multiforme se ha convertido en una característica en sí misma. En mayo de 2023 una investigación policial desbarató un atentado en preparación, al menos según los investigadores, que hubiera supuesto una vuelta de tuerca al fenómeno. Se trataba de un atentado en un evento masivo en Asunción, que hubiera dejado al trágico evento ocurrido en el festival de música Ja’umína Fest (30 de enero de 2022), como labor de boy scouts: “supuestamente el plan era que los sicarios debían usar armas largas ya que el objetivo anda siempre protegido por dos matones lo que generaría un fuego cruzado en el que muchos de los asistentes podrían ser alcanzados por las balas del fuego cruzado…”. Se trataba de un operativo criminal, lejos de sus bases, con labores de inteligencia, logística y alto número de operativos directos no habituales para cumplir con una orden. No es que fuera inusual (piénsese en el operativo Rafaat, en 2016), pero sin duda que la capacidad y versatilidad de los grupos criminales narcotraficantes sólo va en aumento.
Podríamos decir que el aumento se da en número y en diversidad. Si nos detenemos en los crímenes cometidos por sicarios durante el año 2022, podemos registrar desde ataques a comisarías, a domicilios de guardiacárceles, vehículos particulares de policías, comercios y negocios, y hasta atentados con explosivos en gel. Si bien en muchos casos el objetivo final fue el típico y característico de esta modalidad, es decir, el asesinato, el análisis de los hechos nos sugiere que, en muchos otros casos, el único fin fue el de amenazar, aterrorizar, amedrentar a las víctimas.
Desde lo cuantitativo, si comparamos el año 2022 con el 2021, vemos que hubo mayor accionar de sicarios (más ataques) e igual número de víctimas (muertos y heridos), pero se registraron menos muertes, es decir que hubo más personas heridas. Teniendo en cuenta los hechos informados por los medios de comunicación, en 2022 hubo 212 casos de sicariato y en 2021, 188, esto es, un aumento anual del 13% (gráfico 1).
Gráfico 1: Hechos vinculados al sicariato registrados en 2021 y 2022
Fuente: Elaboración propia a partir de relevo de datos de fuentes periodísticas
A pesar de este aumento de ataques, el número de víctimas (contando muertos y heridos) fue el mismo, tanto en 2022 como en 2021. De aquí se desprende que, o bien los sicarios tuvieron mayor tasa de “error”, es decir, no cumplieron el objetivo de producir víctimas, o los ataques tuvieron otra motivación distinta a la de producir muertes. De hecho, en el 2022 hubo un decrecimiento (-4%) de víctimas mortales con relación al año previo. Sin embargo, la cantidad de heridos tuvo un aumento importante (13%).
A lo largo del 2022 hubo 175 fallecidos y 53 heridos en los 212 ataques registrados. Aunque las estadísticas muestren que las muertes producto del sicariato disminuyeron en 2022, hay que recalcar que esto está lejos de ser un dato alentador sobre el estado de la seguridad ciudadana, ya que 175 víctimas mortales es, sin lugar a duda, un número escalofriante que señala que no es un fenómeno marginal o controlado.
¿Cómo es que disminuyó la letalidad y la eficacia de los ataques o intervenciones de los asesinos a sueldo, siendo que hubo en 2022 más ataques que en el año previo?
Una primera hipótesis explicativa podría ser que el fenómeno del sicariato, al expandirse cuantitativa y territorialmente recluta “mano de obra” menos “calificada” (menos “profesional”, con menor experiencia), incrementándose la posibilidad de error o falla a la hora de ejecutar los asesinatos.
Aunque esto último podría explicar algún hecho aislado, de un análisis más profundo se desprende que lo que se está dando, en realidad, es la complejización del fenómeno. Efectivamente, en 2022 hubo numerosos casos de acribillamientos de viviendas, comercios y de incendios premeditados de propiedad, donde el objetivo, evidentemente, no era matar. En dicha complejización, incluimos eventos en donde la “mano de obra” requerida ha sido hiperprofesional por las dificultades que debían ser superadas para cumplir con los propósitos deseados por las organizaciones criminales, algo que debe preocupar porque es evidente que en este escenario, ni siquiera altos funcionarios u otros blancos bien protegidos no están a salvo.
Por otro lado, como se apuntó, la utilización de sicarios en 2022 habría ampliado su alcance de acción para incorporar prácticas tales como el amedrentamiento, la extorsión, “envíos de mensajes”, advertencias, y amenazas (¿terrorismo?) y ya no se agotaría en el fin de asesinar. Estos “otros rostros” del sicariato ya no tendrían como fin producir la muerte de las personas a quienes van dirigidos los ataques. Tienen el fin de aterrorizar y amplificar el rol del sicariato a un modelo de “control de territorios” como señalábamos en un artículo anterior.
A lo largo del 2022 hubo 175 fallecidos y 53 heridos en los 212 ataques registrados. Aunque las estadísticas muestren que las muertes producto del sicariato disminuyeron en 2022, hay que recalcar que esto está lejos de ser un dato alentador sobre el estado de la seguridad ciudadana, ya que 175 víctimas mortales es, sin lugar a duda, un número escalofriante que señala que no es un fenómeno marginal o controlado. Tampoco es un indicador de la retracción de la actividad de los sicarios, dado que esa baja en las muertes se contrarresta con el aumento en los heridos.
Hemos tenido durante 2022 un ataque de sicarios cada 42 horas, una víctima (muertos o heridos) cada 38 horas, y un fallecido cada 2 días. El sicariato, sin duda alguna, se transforma, se complejiza y su naturaleza se modifica a la par que goza de buena salud mientras deja su estela de muertes, personas dañadas física y síquicamente, así como comunidades prisioneras de su violencia y terror.
* Investigador independiente, docente, escritor, autor del libro de relatos “Los sicarios”.
Imagen de portada: ABC Color
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