“Es la frontera (y los correligionarios), estúpido” o por qué los tucanos no cambiarán nada
Por Jorge Rolón Luna*
En la novela “El Poder del Perro” de John Winslow, uno de los personajes explica el rol que desempeña una frontera en el tráfico de drogas: “…hay que reconocer el mérito de los tipos de Sinaloa… En algún momento se dieron cuenta de que su producto real no eran las drogas, sino la frontera de tres mil kilómetros que comparten con Estados Unidos, y su capacidad de pasar contrabando a través de ella (…) Un producto que podría valer unos centavos a cinco centímetros de la frontera vale miles a cinco centímetros del otro lado…”.
Las fronteras son, sin duda, lugares calientes y de eso da cuenta el Informe sobre Drogas 2024 de Naciones Unidas refiriendo la magnitud de las actividades ilícitas intrafronterizas en el mundo. Allí se enfatizan los casos de las triples vecindades como el Triángulo Dorado del Sudeste Asiático (Laos, Myanmar, Tailandia) y, por supuesto, la Triple Frontera (Paraguay, Brasil, Argentina). Por ello, desde hace rato nuestros bordes y sus negocios ilícitos tienen fama mundial; hasta inspiran películas, series y documentales. Del rol que cumplen las fronteras en el tráfico de cocaína alerta el Informe Mundial sobre la Cocaína de 2023, destacando el incremento de la violencia en varias de ellas y cómo los mismos corredores del contrabando de cigarrillos sirven para el trasiego de drogas a través de las fronteras paraguayas con Bolivia, Brasil y Argentina.
Los negocios ilegales en Paraguay, hay que decirlo, son como la moneda de dos caras de cualquier negocio en el capitalismo: oferta y demanda. No hay muchas dudas de cómo el determinismo geográfico ha convertido a nuestro país en un sujeto pasivo de las dinámicas brasileñas, sean éstas energéticas (Itaipu), comerciales (legales e ilegales: soja, madera, cigarrillos, drogas, electrónica, whiskies, lavado de dinero, autos mau) socioeconómicas (necesidad de tierra arable, universidades garaje). No en balde nuestras fronteras con el Brasil han convocado a lo largo del tiempo a doleiros famosos, tabacaleras, contrabandistas de diversa experticia, delincuentes de toda laya y entidad, así como a organizaciones criminales brasileñas y a brasileños ávidos de un título universitario. Son los productos disponibles —demandados—, pero también el hecho de que todo lo que apetece a ese mercado transfronterizo cuesta 5 de este lado y del otro 1000 (a veces más), o se consigue simplemente pagando (como ciertos títulos universitarios).
Comprendido esto en su amplio sentido, presumir como lo hizo el año pasado el presidente Peña, de haber “sellado” nuestras fronteras y aduanas luego de una incautación récord de cocaína, muestra un injustificable desconocimiento de cómo funciona el narcotráfico en el Paraguay. Es además, olvidar la propia historia del país en el negocio y con quienes cogobierna.
¿Pero por qué estas fronteras en particular juegan un papel tan potente? Porque es un país mediterráneo rodeado por otros territorios, sin un mar que dé respiro. Si además de eso, tiene límites con una puerta al mundo andino —único lugar del planeta donde se producen hoja de coca y cocaína— (742 kilómetros de frontera con Bolivia, literalmente sin control), la cosa ya pinta muy mal. A continuación, linda con un entusiasta mercado consumidor de cannabis y cocaína, la Argentina (1.345 kms. de límite fluvial y 345 de límite seco). El círculo vicioso —literalmente— se cierra con la joya de la corona de la ilegalidad: comparte frontera con el hoy segundo consumidor mundial de cocaína y asiento de importantes organizaciones criminales, Brasil (929 kilómetros de límite fluvial, 438 de límite “seco”).
Para agregar carne a este asador de ilicitudes y violencia, las fronteras fluviales que nunca fueron muy activas —al menos como las secas— se sumaron a la fiesta. Tal es así desde que los narcotraficantes decidieron utilizar nuestros ríos-frontera, Paraguay y Paraná, que conforman la Hidrovía epónima como ruta para sacar la coca andina hacia Europa o África Occidental: la llamada Ruta Atlántica de la droga. Esto agregó una oportunidad de negocios fantástica para grupos criminales nacionales y extranjeros, así como para empresarios ávidos de dinero fácil.
Que alguien le sople a Peña que en Paraguay es la frontera, sin dudas (estúpido), y la política, consustanciada con negocios ilegales desde el stronismo hasta hoy.
Poco antes del regocijo presidencial por la incautación récord, asistimos en el Palacio de López a otro episodio de entusiasmo digno de mejor causa, cuando fuera anunciada la compra de aviones Súper Tucano de Brasil, que servirían para “combatir el narcotráfico”. El convenio con el banco brasileño que va prestar los más de 100 millones de dólares para adquirir las aeronaves, tiene, a su vez, el pomposo nombre de “Adquisición de medios aéreos (aviones) con capacidad tecnológica para la defensa del espacio aéreo nacional y el apoyo a la lucha contra el narcoterrorismo”.
Del mismo modo que las incautaciones de droga son siempre anecdóticas y nunca hieren significativamente a los narcotraficantes, la “guerra contra las drogas”, al ser imposible de ganar no es cuestión de poder de fuego, en caso de tenerlo. Brasil, con su imponente fuerza aérea (185 aviones, que incluyen 47 cazas supersónicos y 24 aviones de ataque) a la que se deben sumar los respetables escuadrones aéreos de la Policía Federal, de sus policías estaduales, municipales y de otras fuerzas (policías rodoviarias, policías militares, Receita Federal) nada puede hacer para detener el flujo de drogas hacia su territorio. ¿Seis Súper Tucanos turbohélice impedirán de alguna manera que sigamos vendiendo marihuana y enviando cocaína hacia nuestros hambrientos vecinos? Para completar, ni siquiera existe una ley de derribo de aviones (Brasil la tiene y así les va).
Que alguien le sople también al presidente cómo ni el país más armado del mundo, con los mejores aviones, radares, satélites y tecnología de espionaje —Estados Unidos— ha siquiera disminuido el ingreso de drogas en su territorio (tiene también terribles problemas de frontera). Hacerle la guerra al narcotráfico es, por otro lado, una derrota eterna, pues nunca han funcionado ni el derecho penal en tándem con encarcelamientos masivos, la represión contra comunidades campesinas, consumidores y sectores subalternos, la erradicación de cultivos, las sanciones a países canallas. Por ello, cualquier plan mínimamente serio contra el tráfico de drogas debe ir más allá de comprar escáneres y aviones de segunda categoría.
Que alguien le sople a Peña que en Paraguay es la frontera, sin dudas (estúpido), y la política, consustanciada con negocios ilegales desde el stronismo hasta hoy. Allí, sobrada evidencia existe de que la dirigencia de base de su partido en zonas de frontera, funcionarios del mismo color hegemónico y referentes importantes de su movimiento interno —atornillados en los tres poderes del Estado y en órganos extra poder—, son actores clave. El aún caliente escándalo de su asesinado correligionario y ex diputado Lalo Gómez, que compromete a su órgano antidrogas, a su secretaría de inteligencia y a su secretaría anti lavado de activos -nada menos-, demuele no sólo lo relativo a la utilidad de los Tucanos sino la poca credibilidad de la “guerra contra las drogas” de este gobierno colorado. Tal vez, incluso saneando algún día nuestra política, purgando nuestras degradadas fuerzas de seguridad y nuestro poco íntegro sistema de justicia, desalojando a la ANR del poder (prerrequisito para todo lo anterior), muy poco cambiará en cuanto al tráfico de drogas y otras economías ilegales que nos lastran. La frontera seguirá allí y todo aquello que su mera existencia genera.
*Abogado, investigador independiente. Ex director del Observatorio de Convivencia y Seguridad Ciudadana del Ministerio del Interior.