Internacionales

Populismo y crisis de la democracia en Bolivia (II)


Por Enrique Gomáriz Moraga*.

Nota: en esta segunda entrega, Enrique Gomáriz caracteriza al gobierno de Evo Morales y del MAS como populista, analizando las implicancias de dicho modelo para la democracia y propondrá un nuevo marco de análisis (entre populismo autoritario y consolidación de la democracia) para comprender mejor los desafíos del régimen político boliviano—así como de la región.

El proyecto de Morales y el MAS puede enmarcarse dentro del modelo populista. En lo que respecta al sistema político, se caracterizó por una ampliación considerable del sistema a los actores excluidos o semiexcluidos, que en el caso boliviano eran fundamentalmente la población indígena (mayoritaria) y algunos sectores campesinos. Eso no es algo novedoso, ya lo hicieron los regímenes populistas de la primera ola en el siglo XX, como Perón en Argentina, Vargas en Brasil y Cárdenas en México (recuerden los cabecitas negras, los descamisados, etc.). Estos nuevos entrantes se constituyen en la base de sustentación social de un régimen caudillista, que puede establecer un marco constitucional integrador. La Constitución del 2009 de Bolivia es al respecto paradigmática, porque hay una relación simbólica entre el caudillo y sus preceptos (por cierto, una relación no muy exacta, porque Evo es cholo y dirigente sindical campesino, y no dirigente indígena, como suele aparecer; algo que muchas organizaciones indígenas no se lo perdonan).

No obstante, el rasgo caudillista del gobierno de Morales conllevó un déficit de actitudes y comportamientos democráticos, donde se premió más la lealtad al caudillo que el respeto a los procedimientos democráticos, lo que guardó relación con una falta de sentido de lo público como un espacio imparcial no subordinado al partido propio. Pero el proyecto populista presentó pronto un rasgo letal: el rechazo de la alternancia política. Una vez en el poder, un proyecto populista no acepta dejarlo bajo ninguna circunstancia. Al mismo tiempo, el modelo económico de Morales fue principalmente rentista y la distribución de la riqueza tendió a ser clientelista. No hace falta continuar con un recuento pormenorizado de sus características para comprobar la naturaleza populista que tuvo el régimen de Morales.

Me interesa más reflexionar sobre las claves de la encrucijada estratégica de Bolivia (y de la región). Entre otras razones, porque me parece que hay una confusión sobre el espacio temático que está en juego. Por ejemplo, Fernando Molina, al concluir sobre lo sucedido en Bolivia, apunta dos cuestiones: saber si ha habido golpe militar y proponer una perspectiva estratégica (en el eje revolución-contrarrevolución) para analizar la situación en dicho país

Es de agradecer que a Molina le cueste hablar de golpe por respeto al buen sentido del léxico. Desde la sociología militar se describen varias modalidades de una intervención militar: golpe de Estado, pronunciamiento, rebelión militar, entre otras. No hace falta extenderse al respecto: por golpe militar se entiende una acción de toma del poder por medios armados que son utilizados directamente, mientras un pronunciamiento es una intervención que busca expresar públicamente el criterio político de los institutos militares en relación con el poder establecido. Todo indica que estamos ante un pronunciamiento y no ante un golpe. Pero ello no reduce el carácter impropio e inconstitucional de esa intervención. Desde luego, ante un pronunciamiento, el gobierno puede aceptar o no el criterio militar y, de hecho, muchos pronunciamientos no han sido aceptados y no han producido ningún cambio. No obstante, la salida democrática a la crisis debió orientarse hacia unas nuevas elecciones con veeduría internacional y no hacia un pronunciamiento militar. El argumento del candidato Carlos Mesa de que esa ruptura de las reglas del juego democrático había sido hecha antes por Morales no puede justificar otra ruptura de distinto tipo para compensar.

Pero lo que más me preocupa es la perspectiva que señala Molina sobre la situación en Bolivia. A su juicio, lo que determina esa perspectiva es “el péndulo revolución-contrarrevolución” que tiene antecedentes en la historia política de Bolivia. Pues bien, no creo que el núcleo estratégico se sitúe hoy en ese espacio, sino en la posibilidad de avanzar en el desarrollo humano del país. Y eso, en el siglo XXI, pasa por una clave distinta: conseguir consolidar la democracia. Sin consolidar un régimen democrático no será posible un desarrollo estable e integrador de Bolivia (y el resto de la región). Esa es actualmente la condición sine qua non.

En efecto, la región realizó la transición a la democracia en las últimas décadas del siglo XX y el gran reto ha consistido en cómo resolver los problemas sociales desde un sistema político democrático estable, lo que implica consolidar la democracia. Bolivia demuestra una vez más en la región que el populismo no es capaz de hacerlo. El espejismo inicial de su propuesta integradora pronto se manifiesta como un proyecto autoritario.

Por decirlo en otros términos, la tradición –arraigada en la izquierda latinoamericana– de rebajar la importancia de la democracia frente a los problemas sociales tiende a una lectura incorrecta de la encrucijada actual. En América Latina la democracia no solo tiene que apreciarse por su valor instrumental, sino por su valor sustantivo. No solo tiene que contribuir a resolver la pobreza y la desigualdad, sino que debe ser el sistema que propicie la toma democrática de decisiones colectivas. Si hay un déficit en cualquiera de los dos sentidos, la sociedad enfrentará un alto riesgo de precipitarse en una crisis. El conflicto chileno actual es un buen ejemplo de déficit de la capacidad instrumental de su régimen democrático. De igual forma, el proyecto populista (Venezuela, Bolivia) demuestra que el desprecio por las reglas del juego democrático conduce a la deslegitimación del proyecto y a la crisis. Así, la verdadera disyuntiva que enfrenta Bolivia hoy no es “revolución-contrarrevolución”, sino reconstrucción de la democracia en la perspectiva de su consolidación o retroceso hacia un régimen autoritario que puede orientarse en cualquier dirección. 

* Sociólogo español, ha sido investigador de FLACSO en varios países: Chile, Guatemala y Costa Rica, donde reside. Escribe sobre sociología política para revistas especializadas en Costa Rica y España.

** Fuente de la imagen: REUTERS.

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