Elecciones

“El Partido Colorado y Efraín son actores y referentes de una cultura y una práctica política anacrónica”. Entrevista a la diputada Kattya González


Por Fernando Martínez Escobar.

En entrevista exclusiva para Terere Cómplice, la diputada Kattya González afirma que es necesario superar la división binaria ANR-PLRA. Sostiene que estos partidos son parte de una cultura y una práctica anacrónicas, que mantienen cautivo al Paraguay en la “premodernidad”, encerrado en un modelo feudal de país.

¿Las convenciones partidarias pueden prorrogar mandatos? ¿Por qué? ¿Qué lectura le das como política, diputada y abogada? ¿Las elecciones municipales corren peligro de aplazamiento?

Aprobar prórrogas de mandato por medio de mayorías coyunturales, sean de convencionales o del tipo que sean, es una práctica peligrosa que abre las puertas al atropello, al debilitamiento institucional y a la consolidación de claques y de mafias. 

En vez de dejar atrás prácticas políticas basadas en las artimañas, el pokarē, la prepotencia, la imposición y la intolerancia, vemos cómo estas se vuelven cada vez más frecuentes. Eso es motivo de alta preocupación.

Tenemos una democracia de fachada: en lo sustancial, nuestra cultura política no ha cambiado desde la dictadura. Lo que llamamos ‘clase política’ no sólo no ha hecho prácticamente nada para avanzar hacia la consolidación del Estado de derecho y de las instituciones republicanas, sino que se ha aprovechado de los vicios y debilidades preexistentes. Esto ocurre en todos los niveles y en todos los ámbitos.

En cuanto al ámbito municipal, la idea originaria de los municipios como ámbito de identidad propia para el ejercicio de la dinámica política con referencia local, basada en intereses comunitarios, se ha ido diluyendo aceleradamente con cada periodo municipal. Los municipios se han convertido en feudos instrumentalizados por claques partidarias, clanes familiares o pactos transpartidarios, con la mirada puesta en la política de escala nacional, degradando las municipalidades a meros trampolines para oportunistas ambiciosos. 

Son cada vez menos las municipalidades que profundizan en su propia dinámica política en función de los intereses locales, buscando un desarrollo autónomo sobre bases identitarias propias. En un momento temprano de nuestra transición democrática se sostenía con justificada razón que era saludable mantener diferenciados los ciclos electorales municipales de los nacionales, justamente para fortalecer liderazgos y dinámicas políticas locales que pudieran significar más beneficios y más desarrollo y mayor calidad de vida de las comunidades, fuera de la poderosa inercia partidaria de escala nacional que se despliega en las elecciones presidenciales. 

Hoy, por las razones explicadas más arriba, las diferencias entre los intereses y las escalas de las inercias políticas de los aparatos partidarios se han ido borrando, por lo que resulta lícito preguntarse si los supuestos beneficios que se pretendían en ese desdoblamiento entre lo local y lo nacional en términos de periodos electorales siguen siendo tales.

En este momento, ¿quién es el o la principal líder de la oposición, capaz de convocar una fuerza política frente a Horacio Cartes – Mario Abdo?

Hay estilos y modelos de prácticas políticas dentro de la misma oposición que son enteramente funcionales al oficialismo y que no representan ninguna alternativa a lo que ya tenemos, y eso se percibe claramente en el mismo funcionamiento del Congreso. 

Entonces, hasta deberíamos preguntarnos si sigue teniendo vigencia esa división binaria oposición-oficialismo basada en el par ANR-PLRA. 

Por décadas nos hicieron creer que el mundo terminaba con el esquema de un bipartidismo que organizó toda la arquitectura institucional y normativa electoral —toda la vida política— desde un pacto de mutua conveniencia. Incluso las alternativas que se diseñaron frente a ese bipartidismo llevaban impreso en su ADN el mismo modelo, la misma estructura y —como se comprobó con el tiempo—- los mismos vicios y prácticas políticas de ese modelo. 

La narrativa instalada durante tres décadas nos hizo pensar que fuera de ese esquema bipartidista no había nada. Y eso no es cierto: hay un universo fuera de ese modelo.

Si analizamos sus prácticas y la cultura política dentro de la que se desenvuelve lo que llamamos ‘oficialismo’ y ‘oposición’, las líneas divisorias son cada vez más borrosas. Por eso, hablar de oficialismo y oposición se vuelve cada vez menos práctico para definir escenarios y pensar en estrategias. 

Por lo que es imperioso que dibujemos otras fronteras y definamos otros territorios de prácticas políticas, e incluso otro vocabulario, fuera de la dinámica y de la inercia de esos dos partidos, de lo contrario estamos perdidos porque nunca veremos una salida posible, ya que esa es la narrativa que se instaló. La forma de ver las cosas empieza por cómo las nombramos. 

Mientras, seguimos atados a sus mismas categorías, definiendo las cosas de la misma manera y con el mismo lenguaje que ellos: los partidos de aparato, de clientela y de saqueo del Estado. Entonces, si hablamos como ellos, terminamos pensando y actuando como ellos. 

Nuestras prioridades y urgencias son otras. 

Vemos las cosas más allá de las fronteras de ese modelo esquemático y binario, creemos con total convicción que son posibles otros modelos, pero eso implica trabajar sobre las causas y no sobre los efectos, sobre los modelos de comportamiento cultural y no simplemente sobre la mecánica de la votación en el día de las elecciones. Significa, en otras palabras, asumir que si queremos una renovación genuina de nuestra cultura política, eso lleva tiempo. No podemos tener nuestra mirada fija solo en ganar elecciones cuando nuestro objetivo son las próximas generaciones.

Hace poco decías, con otras palabras, que en el 2023 la ANR irá a la llanura y que la era de Efraín Alegre terminó.  Sin embargo, si tomamos, por ejemplo, los datos del senado, vemos que desde 1989 la suma de los votos de la ANR y del PLRA nunca estuvo por debajo del 54 por ciento. La pregunta es, ¿se puede tener el poder institucional en el Congreso y en el Poder Ejecutivo sin una alianza con estos partidos? ¿Cómo y por qué?

Los datos del Senado tienen que ser vistos con relación a otros datos, de lo contrario la ventana desde la que miramos es demasiado estrecha y eso nos llevaría a conclusiones erróneas, aparte de que, como decíamos, ese panorama, así pintado, es cada vez menos representativo de lo que realmente pasa con la inmensa mayoría de los paraguayos. Son los datos de una burbuja.

Tenemos que ver qué porcentaje de votos obtuvieron esos dos partidos en sucesivas elecciones, qué porcentaje con relación a su cantidad de afiliados y con qué niveles de participación, tanto general como de sus propios afiliados. Ver cuáles son los perfiles tanto de los que votan como —y es lo más importante— de los que no votan. También los niveles de participación diferenciados por franja etaria y según la inserción o no dentro de los aparatos partidarios, y así, una extensa lista.

En otros términos, si vamos a analizar números, deberían ser también los números de afuera de la burbuja.

En cuanto a una alianza, debemos empezar por definir términos y luego definir posiciones. 

Creo en una concertación política basada en un consenso amplio y participativo, cuyas definiciones son claves si queremos pensar en un país serio: consensos entre las diferentes corrientes políticas y actores sociales, en los que se acuerda incluso la gobernanza del país con base en la proporcionalidad de su representación ciudadana. 

Cuando hablo de consenso no es sobre nombres y cargos, sino sobre el tipo de Estado que queremos, sobre el rol que vamos a atribuirle en la economía, sobre lo que consideramos una Justicia independiente, sobre la organización y el modelo de administración territorial del país, sobre las políticas de Estado de mediano y largo plazo en salud y educación, sobre las políticas públicas de contención social y mitigación de las desigualdades, sobre el modelo productivo y de relaciones internacionales, para mencionar solo algunas cosas que me vienen a la cabeza ahora. Cuando hablo de consensos sobre todos esos temas, hablo de consensos serios y leales, debatidos con amplitud y profundidad, legitimados por una amplia participación de diferentes sectores ciudadanos. 

Por décadas nos hicieron creer que el mundo terminaba con el esquema de un bipartidismo que organizó toda la arquitectura institucional y normativa electoral —toda la vida política— desde un pacto de mutua conveniencia. Incluso las alternativas que se diseñaron frente a ese bipartidismo llevaban impreso en su ADN el mismo modelo, la misma estructura y —como se comprobó con el tiempo—- los mismos vicios y prácticas políticas de ese modelo. 

Por último, las afirmaciones —deseos y ojalá profecía— sobre el Partido Colorado y sobre Efraín, expresan sobre todo la necesidad de pensar en una clave diferente. Ellos son actores y referentes de una cultura y de una práctica política que son anacrónicas y que nos tienen cautivos en la “premodernidad”, encerrados en un modelo feudal de país. 

Necesitamos avanzar en el siglo XXI con armas para posicionarnos como país y dar un salto cualitativo que nos engrandezca y brinde tiempos mejores para todos los paraguayos, y no podemos hacerlo con prácticas políticas del siglo XIX.

Imagen de portada: Paulina Nagy

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