Por Marcos Pérez Talia
La historia política de Paraguay está cargada de presidentes y líderes de toda laya. Intelectuales, carismáticos, corruptos, huraños, irascibles, autoritarios, etc. El que se sale de esta norma es Manuel Gondra -dos veces presidente de la República- quien sigue siendo una rara avis en nuestra fauna política. Este 8 de marzo se cumplen 95 años de su fallecimiento, con lo cual este artículo quiere abordar una faceta de Gondra aún poco explorada: su poca ambición de conservar el poder, a pesar de ser el referente político ideal y virtuoso de la época. Para ello, vamos a recuperar algunas ideas clásicas de Maquiavelo a quien asumimos -de modo metafórico nada más- que Gondra no leyó o, peor aún, no quiso seguir sus enseñanzas.
La doctrina de Nicolás Maquiavelo es una referencia para el análisis de los fenómenos políticos. No en vano es considerado el padre moderno de la Ciencia Política producto, entre otras cosas, de su pasión por entender los resultados de la acción política al margen de la moralidad, o de la frialdad con que explora las auténticas motivaciones de los políticos. Hace casi una década el libro El Príncipe (1513) de Maquiavelo cumplía nada menos que 500 años, no solo de existencia sino también de polémica, inspiración y alumbramiento del arte de la política. El libro es, sin dudas, el integrante más famoso del género “espejo de príncipes”, una corriente literaria que se dedicó a dar instrucciones a príncipes y gobernantes sobre cómo adquirir, conservar y expandir su poder político.
En el primer capítulo de El Príncipe se plantea que la condición para adquirir el poder y mantenerlo depende de la virtud y fortuna. Luego, en el capítulo XXV, señala que “puede ser verdad que la fortuna sea el árbitro de la mitad de nuestras acciones, pero que también ella nos deja gobernar la otra mitad… la fortuna demuestra su dominio cuando no encuentra una virtud que se le resista”. Como afortunadamente la acción política no está únicamente en manos de la fortuna, la otra mitad se juega en el terreno de la virtud.
La virtud es un término clave no sólo por la cualidad que representa para el gobernante sino además por la resignificación que le da Maquiavelo respecto al pasado. Durante la consolidación del credo cristiano en la Edad Media en Europa, el elogio a las virtudes se centraba en la contención (y no el ímpetu); en la fe, caridad y esperanza. La virtud no incumbe al buen guerrero sino al santo, con fuerte elogio de la vida contemplativa, la obediencia y la disciplina propias del claustro monacal.
Maquiavelo viene a poner “patas para arriba” la virtud, especialmente cuando prescinde de su dimensión moral y recupera el valor marcadamente “masculino” (polémico, por cierto) que tuvo en la Antigüedad. Transforma, al decir de un conocido estudio filológico, este elemento en un ardid literario, por ejemplo, al contraponerlo a la naturaleza “femenina” de la Fortuna. Ésta, en tanto diosa, es mujer y, como tal, pondrá sus favores en el hombre de mayor virtud, el más capaz, el más audaz, el más viril. Además, la Fortuna, en tanto fémina, se mostrará más favorable a quien sepa imponerse, seducirla, someterla.
La paradoja estriba en que el cristianismo medieval reclama fuerza en el creyente, no para actuar, sino para sufrir. Para Maquiavelo, en cambio, no es “sólo” sabiduría, prudencia y sufrimiento, sino técnica en aras de utilidad política, arrojo y competencia para que el gobernante supere obstáculos.
Volviendo a Manuel Gondra, él fue de esos políticos con aura distinta, tocado con la varita mágica de la exquisitez, aunque no exento de sinsabores y fracasos en política. Su trayectoria está llena de enigmas y hechos curiosos. Fue el único presidente electo nacido en el extranjero -en Buenos Aires- aunque su porteñismo de origen nunca fue un obstáculo para ser paraguayo… y de los mejores. La propia Constitución de 1870 facilitó, afortunadamente, su ciudadanía paraguaya.
Al tiempo que desplegaba una excelsa y precoz capacidad intelectual, incluso superior a sus maestros, no logró obtener diploma académico alguno. Como diría Justo Pastor Benítez, “huía del escolarismo suficiente” para ser, en cambio, un autodidacta disciplinado que ahondó en ciencias sociales, literatura, geografía, economía e historia americana. Su pluma fue exquisita, su oratoria cautivante y su saber enciclopédico. Cuando la coyuntura le requirió, no dudó en sumarse en 1904 al campamento revolucionario en Villeta.
Luego de desempeñarse con éxito en distintos cargos, llegó a la presidencia de la República en dos ocasiones: en 1910 y 1920. En ambos casos, llegó al Ejecutivo logrando la unánime nominación de sus correligionarios. Desafortunadamente, no logró resistir a las rebeliones militares que truncaron su efímera gestión presidencial. En 1911 no consiguió dominar la insurrección de Albino Jara, y en 1921 la de Eduardo Schaerer y Adolfo Chirife. Es más, en ninguna de dichas sublevaciones decidió luchar. Su pacifismo, moderación y excesiva tolerancia le llevó, en ambas oportunidades, a presentar renuncia sin que su gobierno disparara una sola bala.
Y aquí es donde se aparta de la tesis de Maquiavelo. La política y el poder son para políticos ambiciosos y dispuestos no solo a adquirir sino también a conservar y expandir. Manuel Gondra tenía muchas ganas de llegar al Poder Ejecutivo porque creía sinceramente en la política como transformación de la realidad, pero adolecía de la voluntad férrea de mantenerse cuando las cosas se complicaban. Un pecado capital para Maquiavelo. Muy ilustrativo es el comentario que Arturo Bray hace de Gondra en sus memorias:
“Tal como ocurrió en 1911, el señor Gondra volvía a poner de manifiesto su temperamento abúlico, para desesperación de sus amigos, que mucha sangre ha costado al país. Parecía andar siempre con la renuncia en el bolsillo, faltando tan sólo ponerle la fecha… Era de extraordinaria ilustración y seductor atractivo personal… pero en política resultó un fracaso absoluto, con un terror ingénito a adoptar decisiones estratégicas en momentos de crisis.”
Maquiavelo viene a poner “patas para arriba” la virtud, especialmente cuando prescinde de su dimensión moral y recupera el valor marcadamente “masculino” (polémico, por cierto) que tuvo en la Antigüedad. Transforma, al decir de un conocido estudio filológico, este elemento en un ardid literario, por ejemplo, al contraponerlo a la naturaleza “femenina” de la Fortuna. Ésta, en tanto diosa, es mujer y, como tal, pondrá sus favores en el hombre de mayor virtud, el más capaz, el más audaz, el más viril. Además, la Fortuna, en tanto fémina, se mostrará más favorable a quien sepa imponerse, seducirla, someterla.
Gondra era un hombre colmado de virtud, pero aquella con significaciones del medioevo europeo. Supo cultivarse y creía profundamente en la rectitud de orden moral. Cuando la coyuntura se le complicó en dos instancias calcadas, supo sufrir y regresar sin rencores a la soledad de su biblioteca. Careció, para desgracia de la historia paraguaya, de la virtud con connotación maquiaveliana: acción, destreza, sagacidad y competencia para dominar a la fortuna en aras de conservar y expandir su poder, prescindiendo de cualquier contenido moral.
Tal vez no quiso o no supo conservar el poder, que nunca estuvo en mejores manos que con él. No haber leído a Maquiavelo -o seguido sus consejos- no empañará su perfil de hombre fecundo, honesto y extraordinario. Sucumbió sin braveza ante la temeridad de Jara, Schaerer y Chirife. Empero, la historia puso a cada uno de ellos en su sitial correspondiente.
Imagen de portada: Moisés Ruíz