Por José Duarte Penayo.
En la víspera de las elecciones, una periodista del medio argentino C5N preguntaba a una vendedora del Mercado 4 si quería “cambio o continuidad”. Como la respuesta fue “quiero el cambio”, la repregunta inmediata fue si el voto iría para Efraín Alegre o Paraguayo Cubas. Para sorpresa de la periodista, y seguro de su audiencia, la respuesta fue “voy a votar por Santi Peña”. La situación -en la que una votante asoció el cambio a Santi Peña y no a Efraín ni a Payo- sorprendió a la cronista, quien no necesariamente tenía el deber de conocer a profundidad todas las aristas de la coyuntura política paraguaya. Lo llamativo, y mucho más impactante y problemático, es cuando dicho desconocimiento fundamenta lecturas sobre las últimas contiendas electorales.
Más allá de lo anecdótico, que la entrevistada en cuestión haya considerado al Partido Colorado como una opción de cambio más atractiva que la propuesta de la Concertación o la de Cruzada Nacional, es algo que debe tomarse con mucha seriedad si se quiere comprender la eficacia de uno de los pocos partidos políticos del mundo que ha salido fortalecido después de la pandemia. La ANR obtuvo una contundente victoria electoral, mayoría en ambas cámaras, 15 de las 17 gobernaciones y más del 60% de las concejalías departamentales. Con los resultados obtenidos, si en Paraguay estuviera vigente un sistema de elección con balotaje tal como el del modelo argentino, el Partido Colorado habría ganado en primera vuelta, ya que obtuvo más del 40% y una distancia mayor al 10% con el segundo en preferencia, Efraín Alegre.
A pesar de estos hechos, no faltan voces que buscan relativizar la aplastante victoria colorada, sugiriendo que fue una suerte de victoria pírrica, alegando que la suma aritmética de los votos de la Concertación y los de Payo Cubas superan al obtenido por la ANR. Algunos, como Leo Rubín, el excandidato a vicepresidente de Alegre en 2018, incluso llegaron a afirmar que Santiago Peña en realidad fue “rechazado por la mayoría”. La misma lectura comenzó a circular como mantra consuelo en las redes sociales, ante el duro despertar de las fantasías de microclima que auguraron, una vez más, una supuesta crisis terminal de la ANR.
Es de esperar que cuando baje la humareda del “fraude” y se reduzca la intensidad complotista en la que ingresaron algunos actores recientemente derrotados, quede aun más claro que más allá de los errores de los partidos de oposición, la unidad colorada y su fuerte democracia interna que afianza cada periodo su institucionalidad, sigue haciendo del Partido Colorado el intérprete más eficaz de la política nacional.
Estas declaraciones son cuanto menos, superficiales. Se pasan por alto que la campaña de Santiago Peña nunca apeló al continuismo, sino que una vez más fue la propuesta renovadora y crítica de otro gobierno colorado en funciones. También esconden que en estas elecciones nunca se pudo instalar una dicotomía entre “cambio versus continuismo”, sino que la disputa estuvo en qué fuerza representaba mejor al cambio. Finalmente, las miradas sesgadas tampoco ponen en tela de juicio a quienes buscaron sostener la existencia de un supuesto escenario de polarización entre Peña y Alegre, sin ninguna evidencia o, peor, siguiendo los datos de la casi única medición que auguraba un empate técnico entre los candidatos en cuestión, la fallida encuesta digital de Atlas Intel.
A la oposición le cuesta reconocer que durante estas elecciones hubo tres propuestas de cambio a consideración del electorado paraguayo. La primera fue la propuesta por la ANR, llevada adelante por Santiago Peña con su eslogan “Vamos a estar mejor”, luego de imponerse al oficialismo en unas internas donde participaron más de 1 millón 200 mil afiliados de la ANR. La segunda propuesta de cambio provino de la Concertación y su idea de alternancia política con su eslogan “El cambio ya llega”, otorgándole un fuerte contenido institucional e intrasistema político al significante cambio. La tercera propuesta provino de la contestación antisistema de Paraguayo Cubas, el único proyecto de aspiraciones refundacionales de este proceso político, al proponer un cambio de régimen vía una nueva Constitución, así como medidas que van en contra de todos los consensos que se volvieron lugares comunes durante el proceso democrático iniciado en 1989.
La idea de que los resultados deben leerse como una “derrota de fondo” de la ANR, o como la simple victoria del “continuismo”, desconoce rasgos centrales de la dinámica misma del centenario partido. El Partido Colorado demostró en estos años de democracia que ninguna facción puede ejercer el control total del partido y que, en general, la facción que propone un cambio (normalmente la “disidencia”) es la que tiene más posibilidades de ganar las elecciones internas para la presidencia. De esta manera, no es un simple eslogan que el Partido Colorado integre en su interior, a la misma vez, facciones que son poder y facciones que son oposición.
La trivial lectura de que la ANR “ganó pero no ganó” también desconoce que la Concertación no solo fracasó en su disputa “institucional” contra el Partido Colorado, sino que también fracasó “por afuera”, ya que fue completamente desdibujada por la propuesta antisistema que representó Payo, en discurso, estética y acción. La Concertación fue una propuesta de cambio que no supo lidiar con la fuerza renovadora de la ANR, ni neutralizar el estilo y la propuesta de ruptura radical que encarnó Payo.
Estos cálculos de aritmética elemental y ejercicios de historia contra fáctica (“si nos hubiéramos unidos, otra sería la historia”) no solo pasan por encima de cuestiones de hecho que pueden constatarse siguiendo las noticias, sino que son, además, la expresión de inconsistencias conceptuales más profundas sobre las exigencias interpretativas que supone la política. Este déficit es el que lleva a considerar, por ejemplo, que se pueden hacer sumas y restas sobre el comportamiento del electorado, como si las razones del voto respondiesen a motivos simples. ¿Acaso son compatibles las razones del voto por un candidato del establishment político, quien buscó por tercera vez ser presidente, con las que aquellos que se inclinaron por una figura que promete refundar el Paraguay “a cintarazos”?
En este punto, hay que recordar, asimismo, que, durante toda la campaña, voces del establishment opositor aseguraban que Payo Cubas le restaba votos a Peña y que se convertiría en la versión 2023 del candidato Lino Oviedo de 2008, quien logró captar votos colorados y, de esa manera, favoreció la victoria de Fernando Lugo, convirtiéndose, hasta el momento, en el único presidente que no surgió de la ANR desde la transición. Desde este punto de vista, ¿quién puede asegurar que, si el candidato de Cruzada Nacional no competía en estas elecciones, Santi Peña no hubiese sacado mucha más diferencia?
Para volver a la cuestión del “cambio”, hay que mencionar que las palabras tienen múltiples definiciones, no solo las que están referenciadas en diccionarios, sino, sobre todo, en los usos que los actores sociales hacen y los significados que los contextos les imprimen. Es por eso que, para muchos, la política es una disputa permanente por el sentido. Es el caso de Thomas Hobbes, que veía al Leviatán como el estabilizador semántico de las querellas; de Valentin Volóshinov, quien consideraba el lenguaje como la arena de la lucha de clases; de Jürgen Habermas, que considera al espacio público como una instancia en la que se define comunicativamente la veracidad de la palabra pública, o de Ernesto Laclau, quien explicó el rol articulador del significante en la disputa sobre las fronteras de lo social.
¿Corresponde afirmar que la motivación para no votar por Peña era únicamente el rechazo al actual partido gobernante? Decir que la suma de los que no votaron a Peña, el 52% del electorado, tenía en mente la caída del coloradismo como única motivación de voto es una mera especulación, mientras que la aplastante victoria de la ANR en todos los cargos disputados es un hecho sin discusiones. Es de esperar que cuando baje la humareda del “fraude” y se reduzca la intensidad complotista en la que ingresaron algunos actores recientemente derrotados, quede aun más claro que más allá de los errores de los partidos de oposición, la unidad colorada y su fuerte democracia interna que afianza cada periodo su institucionalidad, sigue haciendo del Partido Colorado el intérprete más eficaz de la política nacional.
Imagen de portada: Luis Robayo – AFP
One thought on “Peña, la disputa de sentidos del “cambio” y la ignorancia que persiste sobre la ANR”