Ideologías

De la tecnocracia a los correligionarios: los desplazamientos estratégicos y discursivos del cartismo


por Ig­na­cio Gon­zá­lez Boz­zo­las­co

Le­jos que­da­ron los pri­me­ros tiem­pos del go­bierno en el que el pre­si­den­te Car­tes ha­cía gala de su ga­bi­ne­te de “téc­ni­cos ca­pa­ces”, al que bau­ti­zó como su se­lec­ción na­cio­nal. Re­cu­rría en­ton­ces a las me­tá­fo­ras fut­bo­le­ras, qui­zás bus­can­do analo­gías de me­ri­to­cra­cia en un uni­ver­so en el que el trá­fi­co de in­fluen­cia, los so­bor­nos y la co­rrup­ción mos­tra­ron es­tar tan o más pre­sen­tes que en la po­lí­ti­ca crio­lla. Este ga­bi­ne­te va­rio­pin­to, que in­clu­so en­ro­ló a téc­ni­cos de car­pas opo­si­to­ras, rá­pi­da­men­te se en­con­tró bajo ata­ques de ar­ti­lle­ría ami­ga. Con­vir­tién­do­se, a me­nos de un año de ges­tión, en el prin­ci­pal blan­co de crí­ti­cas de la opo­si­ción in­ter­na en el Par­ti­do Co­lo­ra­do.

Esta me­di­da adop­ta­da por el pre­si­den­te, no sólo obe­de­ció a las con­ve­nien­cias co­yun­tu­ra­les en la con­for­ma­ción de un equi­po de tra­ba­jo ad­mi­nis­tra­ti­vo. Era ade­más ex­pre­sión de una es­tra­te­gia po­lí­ti­ca que, en­tre sus pre­mi­sas, veía al Par­ti­do Co­lo­ra­do como base ne­ce­sa­ria pero no su­fi­cien­te en el ca­mino ha­cia la pri­me­ra ma­gis­tra­tu­ra.

La tradición y las pasiones partidarias, siempre lubricadas por la perversa relación patrón-cliente, empezaron a sentir los efectos de nuevas prácticas propias de la sociedad de consumo: el marketing y la tan reverenciada elección del consumidor.

Con la irrup­ción de Fer­nan­do Lugo en la are­na po­lí­ti­ca (el out­si­der), las mag­ní­fi­cas ma­qui­na­rias elec­to­ra­les de los dos par­ti­dos tra­di­cio­na­les mos­tra­ron ser in­su­fi­cien­tes para ga­ran­ti­zar el triun­fo. La tra­di­ción y las pa­sio­nes par­ti­da­rias, siem­pre lu­bri­ca­das por la per­ver­sa re­la­ción pa­trón-clien­te, em­pe­za­ron a sen­tir los efec­tos de nue­vas prác­ti­cas pro­pias de la so­cie­dad de con­su­mo: el mar­ke­ting y la tan re­ve­ren­cia­da elec­ción del con­su­mi­dor. Así, ya no sólo es su­fi­cien­te ape­lar a la tra­di­ción, se hace ne­ce­sa­rio lo­grar el con­ven­ci­mien­to o, como plan­tea el mar­ke­ting elec­to­ral, atra­par el voto.

In­vo­can­do a ex­per­tos en mar­ke­ting, pu­bli­cis­tas y otros gu­rúes del arte del con­ven­ci­mien­to, Car­tes lo­gró en 2013 ga­nar a una base elec­to­ral que iba más allá de la masa de vo­tan­tes co­lo­ra­dos que res­pon­den aún a los lla­ma­dos de la tra­di­ción. Esto le ase­gu­ró pre­sen­tar­se como el nue­vo out­si­der y lo­grar el triun­fo elec­to­ral, pero no le ga­ran­ti­zó el si­len­cio y do­mes­ti­ca­ción de las ba­ses par­ti­da­rias. Pre­ci­sa­men­te, tal como mues­tra la his­to­ria re­cien­te del Par­ti­do Co­lo­ra­do, al me­nos des­de 1987, los más le­ta­les ata­ques a la go­ber­na­bi­li­dad par­tie­ron des­de sus pro­pias fi­las. Agre­gan­do a esto los exi­guos re­sul­ta­dos ob­te­ni­dos por su se­lec­ción na­cio­nal, el pre­si­den­te que­dó aco­rra­la­do en­tre dos dis­cur­sos: un tec­no­crá­ti­co, pero sin re­sul­ta­do, y otro par­ti­da­rio tra­di­cio­nal, pero sin pre­ben­das.

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Arrin­co­na­do por una ges­tión que no sus­ci­ta el apo­yo po­pu­lar que es­pe­ra­ba, una opo­si­ción in­ter­na que se for­ta­le­ce y la cre­cien­te ame­na­za de la can­di­da­tu­ra de Lugo que des­pun­ta en las en­cues­tas, Car­tes em­pren­dió un giro es­tra­té­gi­co y dis­cur­si­vo. Los ob­je­ti­vos son cla­ros: re­cu­pe­rar la ini­cia­ti­va po­lí­ti­ca, cohe­sio­nar sus pro­pias fi­las tras la ban­de­ra de la re­elec­ción pre­si­den­cial y aco­rra­lar a sec­to­res opo­si­to­res, tan­to den­tro como fue­ra de su par­ti­do. En el plano dis­cur­si­vo, este vi­ra­je lo si­tuó en el tri­lla­do, pero aún efec­ti­vo, cam­po reivin­di­ca­ti­vo de la tra­di­ción y la he­ge­mo­nía del Par­ti­do Co­lo­ra­do. El mis­mo que, des­de inicios de su go­bierno, ha­bía sido de­man­da­do por los par­ti­da­rios y uti­li­za­do como prin­ci­pal ar­ti­lle­ría por los cre­cien­tes de­trac­to­res. Mien­tras que, en el plano de la ac­ción, la do­mes­ti­ca­ción de la tec­no­cra­cia pa­re­ce­ría ser más fá­cil que la de los cau­di­llos par­ti­da­rios, lo­gran­do afi­lia­ción y/​o si­len­cios apro­ba­to­rios por par­te de los in­te­gran­tes de su gol­pea­da se­lec­ción na­cio­nal.

Aun­que ocu­rren­te y sor­pre­si­vo, este giro no mues­tra con cla­ri­dad se­ña­les de éxi­to. Pues si bien, en la po­lí­ti­ca, ga­nar la ini­cia­ti­va y mar­car la agen­da ofre­ce con fre­cuen­cia ven­ta­jas en la dispu­ta, no ga­ran­ti­za el éxi­to. Lo que sí deja en­tre­ver toda esta mo­vi­da es el cla­ro des­pla­za­mien­to del jue­go al cam­po par­ti­da­rio que, con los ape­la­ti­vos a su ima­gi­na­rio tra­di­cio­nal, no sólo bus­ca la ad­he­sión de sim­pa­ti­zan­tes co­lo­ra­dos sino, ade­más (aca­so, prin­ci­pal­men­te), el en­cua­dre obe­dien­te de la co­lo­sal es­truc­tu­ra par­ti­da­ria im­bri­ca­da en los po­de­res Le­gis­la­ti­vo y Ju­di­cial. Ade­más, este co­rri­mien­to dis­cur­si­vo, si bien po­dría in­ves­tir de au­to­ri­dad y le­gi­ti­mi­dad a Car­tes fren­te a una base tra­di­cio­nal par­ti­da­ria que lo de­man­da des­de el triun­fo de 2013, lo dis­tan­cia de ma­ne­ra irre­con­ci­lia­ble de una base elec­to­ral que, más allá de pol­kas y co­lo­res, lo vie­ron más bien como una dis­rup­ción con la vie­ja po­lí­ti­ca.

En sín­te­sis, este giro es­tra­té­gi­co y dis­cur­si­vo po­dría no te­ner vuel­ta atrás, lo que a la lar­ga re­dun­da­ría en de­rro­ta, ya sea para el mis­mo Car­tes como para el can­di­da­to por él pro­pues­to. Sin em­bar­go, la es­tra­te­gia se en­cuen­tra to­da­vía en desa­rro­llo y sus ju­ga­das en pleno des­plie­gue, en una co­yun­tu­ra aco­ta­da por los pla­zos que cada vez se cer­can más al pun­to de de­fi­ni­ción.

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