por José Duarte Penayo
Si observamos el puro presente, sin una contextualización mayor, todo pareciera indicar que la coyuntura política de Francia baila al compás de lo que sucede afuera del continente europeo. Primero el Brexit, y luego la victoria de Trump, serían hechos que la afectan desde el exterior, marcando la agenda de los principales debates de cara a las presidenciales del año próximo. Sin embargo, temas que tienen que ver con el proteccionismo económico, la soberanía monetaria respecto al Euro, el mayor control de las fronteras, la reivindicación de la identidad nacional y su correlato xenófobo, son cuestiones que no han esperado ni al Brexit ni al resultado de las últimas elecciones norteamericanas.
El malestar producto de una mundialización hegemonizada por el capital financiero tuvo ya su primera manifestación en el año 2005, en la ocasión del referéndum sobre la ratificación o no del Tratado para el establecimiento de una Constitución europea. El resultado fue una victoria del No a la Constitución Europea con un 55% de los votos y un nivel de participación de casi 70%. Aunque el gobierno posterior de Nicolas Sarkozy se negó a refrendar los resultados de dicho referéndum, ratificando el tratado de Lisboa, se puso en evidencia la existencia de un gran sector disconforme con la arquitectura institucional de la Unión Europea.
Con el claro propósito de interpelar a esos sectores, el Front National -liderado desde el 2011 por Marine Le Pen- viene llevando adelante un ininterrumpido proceso de acumulación de fuerzas. De grupúsculo de extrema derecha en los años 70 a primera fuerza en la primera vuelta de las elecciones regionales de 2015, este partido se ha ido posicionando como el representante indiscutido del rechazo a la globalización económica, a las élites políticas y mediáticas, a la inmigración y al multiculturalismo.
Quizás el mayor éxito político del Front National haya consistido en lograr marcar el pulso de la discusión política actual, desdibujando la iniciativa política del bipartidismo francés, obligándolo a posicionarse en función de su propia agenda. Todos discuten e impugnan a Marine Le Pen, pero siempre bajo un terreno propuesto por ella. Su desafío inmediato sigue siendo, no obstante, el de liderar un partido capaz no sólo de ingresar a la segunda vuelta, sino de ganarla. De otra forma, su ambición seguirá enmarcada en los límites de aquella histórica elección donde su padre, Jean Marie Le Pen, dejó afuera del balotaje al socialista Lionel Jospin, para luego ser ampliamente derrotado por el entonces presidente Jacques Chirac.
En efecto, el Front National es un partido que no reclama para sí la simple defensa de una identidad particular, sino que propone una versión restringida de la universalidad.
En este sentido, debe decirse que el Front National ha experimentado una mutación tanto en su programa económico como en las figuras ideológicas de su justificación: ya no es el partido que combinaba xenofobia con una concepción económica ultraliberal, y cuyo principal objetivo era desmontar el Estado de bienestar. Ahora combina la misma xenofobia con una fuerte reivindicación del intervencionismo económico, orientado a la recuperación de la industria nacional, la salida del Euro y la defensa de los servicios públicos, defendiendo una suerte de «chauvinismo del Estado Providencia», como lo denomina el politólogo Pascal Perrinau.
También, el Front national ha dejado de ser el partido que hacía un énfasis central en las raíces cristianas de la nación francesa, para pasar a desplegar una estrategia política que se apropia de la laicidad como forma más eficaz de estigmatizar a las minorías étnicas y religiosas. El «islamismo radical», blanco principal de Marine Le Pen, es entonces presentado como aquello que amenaza gravemente un modo de vida donde la libre expresión, el derecho al aborto, el matrimonio igualitario y los derechos de la mujer son considerados como conquistas irreversibles del ser nacional.
Estas cuestiones acentúan su relevancia luego de la nominación de François Fillon, el pasado domingo, como candidato oficial de la «derecha republicana». El ex primer ministro de Sarkozy propone medidas shock en lo económico: supresión de puestos públicos, liberalización de la economía y flexibilización laboral, entre otras. Con un discurso centrado en la «recuperación de la autoridad» y un claro compromiso de impedir el avance de las leyes de adopción para parejas homosexuales, busca además ganar la adhesión de los sectores más tradicionales de lo que queda del electorado católico. Liberal en lo económico y conservador en lo social, el factor Fillon obligaría, por lo tanto, a Marine Le Pen a diferenciarse todavía más en su programa, disputando al Partido Socialista la defensa del Estado y de la laicidad.
Este último punto es de capital importancia, puesto que muestra cómo determinados valores políticos como la mencionada laicidad, la república y la defensa de lo público pueden ser incorporados a una estrategia discursiva excluyente. En efecto, el Front National es un partido que no reclama para sí la simple defensa de una identidad particular, sino que propone una versión restringida de la universalidad. Está última, en lugar de ser pensada como horizonte ilimitado de inclusión, pasa a significar el repliegue sobre sí de una identidad nacional que niega cualquier tipo de hospitalidad. En definitiva, un fenómeno político que ilustra con fuerza el hecho de que no existen garantías en las palabras que la lucha política moviliza, puesto que ellas se encuentran siempre en disputa.