Género

El salto al vacío sin red: de la teoría a la ideología de género


*Por Ka­tia Go­ros­tia­ga Gug­gia­ri

En un video que anda recorriendo algunas redes sociales, Horacio Cartes hace dos afirmaciones: primero, expresa que ahora se viene a enterar que la Constitución no habla de género y, segundo, que le comentaron que el Ministerio de la Mujer está en Ginebra. Agrega que la posición del gobierno debe ser uniforme. Finalmente, cierra diciendo que su gobierno está a favor de la familia. Todo eso después de vanagloriarse de las felicitaciones de la institución patriarcal y heteronormativa por excelencia: la Iglesia Católica. 

Dejando de lado que como ciudadana me parece lamentable que el presidente de la República no sepa qué dice la Constitución y no tenga idea de las tareas que desarrollan sus carteras ministeriales, me gustaría -y creo imperativo- problematizar un poco acerca de la diferencia que existe entre sexo y género. Quizás conocer dicha distinción ayude un poco al debate y evite a las personas autodenominadas pro-vida caer en el ridículo al tocar estos temas. De paso, puede que también colabore para que el primer mandatario se interese un poco más por el plexo normativo del país que pretende dirigir. No hace falta leer mucho, basta con los artículos 48, 49, 50, 51, 52 y 88 de la Carta Magna.

Em­pe­za­ré por de­fi­nir el sexo. Esta pa­la­bra sue­le usar­se para de­sig­nar si una per­so­na es hom­bre o mu­jer de acuer­do con sus ca­rac­te­rís­ti­cas bio­ló­gi­cas. Este uso tie­ne por re­sul­ta­do una idea bi­na­ria o di­co­tó­mi­ca del sexo. Es de­cir, de acuer­do con las ca­rac­te­rís­ti­cas que se po­sean, uno per­te­ne­ce a uno u otro sexo. Sin em­bar­go, exis­ten per­so­nas que tie­nen ca­rac­te­rís­ti­cas bio­ló­gi­cas tan­to fe­me­ni­nas o mas­cu­li­nas; a és­tas se les co­no­ce como in­ter­se­xua­les.

El género, sin embargo, como sostiene Marcela Lagarde, es una construcción simbólica que incluye un conjunto de atributos que implican, entre otras cosas, la autoidentidad, la corporalidad, la afectividad, las fantasías y el deseo. Dicho de otro modo, es una construcción social que va mucho más allá del sexo biológico. En efecto, cuando se habla de género se hace referencia a una construcción social que incluye las asignaciones de roles, la sexualidad y la expresión del amor. Es decir, cómo nos identificamos como sujetos en el mundo. De esta afirmación surge claramente que el género no es, ni puede ser, únicamente femenino y masculino.

El género, a diferencia del sexo, es mucho más que una categoría analítica. Es toda una teoría que, a decir de Jeffrey Alexander, es “…una generalización separada de los particulares, una abstracción separada de un caso concreto”. Es “tan” teoría que existen varias universidades alrededor del mundo donde imparten estudios de género como una especialización o como maestrías. 

Entonces, dado que es una teoría –como la teoría del caos o la teoría de la evolución- me pregunto cuál es el problema de que se hable de ella o se la enseñe en las escuelas y universidades. Temor a lo desconocido es lo único que se me ocurre. Y es esta respuesta la que me resulta realmente preocupante.

No pretendo que todos y todas estén de acuerdo con lo que yo pienso. Sin embargo, sí me siento en la posición de pedir que quienes tiran por tierra la teoría de género –llamándola ideología, como si de izquierda o derecha se tratara- se informen al respecto de la misma. Pero, sobre todo, háganlo antes de saltar con la biblia en la mano y hacer discursos grandilocuentes y antes de perseguir a personas que han dedicado su vida a defender los derechos de grupos vulnerados y vulnerabilizados.

Estas personas, munidas de quién sabe qué fibra moral, están instalando un discurso de odio que más temprano que tarde va a traer consecuencias nefastas para nuestro país. De hecho, ya estamos viviendo algunas de ellas: se queman manuales educativos, se siguen asesinando trans, todavía nos enteramos de “violaciones correctivas”, el embarazo infantil es visto como una “bendición” y no como una consecuencia de abusos sexuales y, como quien no quiere la cosa, ya te­ne­mos mu­ni­ci­pios que se de­cla­ran anti-gays.

Así las cosas, que no nos sorprenda si dentro de poco, en lugar de presentar una declaración jurada de bienes, exijan a los funcionarios y funcionarias públicas, no sólo una filiación política determinada –eso ya lo están haciendo- sino algún tipo de constancia sobre su orientación sexual y su religión.

Fuen­te ima­gen: Shut­ters­to­ck

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