Por Rodrigo Ibarrola.
“El día que tengamos todos los dólares del mundo, iremos a los Estados Unidos con la guita de ellos y van a tener que entregarnos el país”, decía el fallecido comediante argentino Tato Bores en un monólogo para reflejar la obsesión de sus compatriotas con la moneda norteamericana. Otro dato curioso que ilustra este fenómeno, es que la palabra dólar se volvió tendencia en los motores de búsqueda de Google, en la Argentina, tanto en la corrida de junio como el del jueves 30 de agosto. Los paraguayos, como asiduos consumidores de noticias argentinas, seguramente se preguntarán por qué sube tanto el dólar y, además, ¿qué provoca ese pánico frenético en la gente? Bueno, aquí trataremos de explicarlo de la manera más sencilla posible.
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Argentina es un país inmensamente rico en recursos naturales, pero con una historia de manejos gubernamentales no muy felices. Azuzado por la polarización política durante décadas, y en ese escenario, la tendencia a optar por soluciones a corto plazo ha llevado al país a constantes ciclos de auge y caída.
El miércoles 29 de agosto pasado, antes de las 10 de la mañana (hora en que comienza a operar el mercado financiero en Argentina) el presidente Mauricio Macri envió un breve mensajetelevisivo anunciando un reajuste del acuerdo con el FMI y llamó a la tranquilidad a los ‘mercados’. Sin embargo, sucedió todo lo contrario: el dólar subió de 28 a 34 pesos al final del día. Muchos adjudicaron el resultado al hecho de que el mensaje fue vago y –además– lo hizo el propio presidente. Al día siguiente, el que hizo el anuncio fue su jefe de gabinete, Marcos Peña. Resultado: dólar a 40 pesos.
El dinero tiene como funciones básicas ser medio de pago y depósito de valor, aunque, ¿por qué tanto amor por el dólar norteamericano y no en su propia moneda? Pues básicamente, sobre eso redunda el problema. Una economía tan sensible a la variación del dólar, ante una inflación tan alta y pérdida de valor respecto a la divisa norteamericana, el peso argentino pierde efectividad para cumplir esas funciones.
Históricamente –luego de la segunda guerra mundial– las tasas de interés que las instituciones financieras pagaron por depósitos en pesos se ubicaron con frecuencia por debajo de la tasa de inflación. Los ciclos de inflación y devaluación recurrentes hicieron que los argentinos tomen el hábito de comprar dólares para resguardar su poder adquisitivo. Incluso asalariados adquirieron esa práctica de pasar sus pesos a dólares, así tuvieran que volver a venderlos a fin de mes para pagar sus gastos. En tanto, los que gozan de un alto poder adquisitivo acostumbran depositar gran parte de su riqueza en el extranjero. Se estima que hoy los argentinos mantienen en moneda extranjera depósitos en el exterior, bonos, acciones de sociedades y propiedades unos 244.800 millones de dólares. Algo así como ocho veces el PIB del Paraguay.
Ahora bien, el mercado de divisas se rige por la oferta-demanda. Como ocurre con cualquier otro bien transable, cuando esta escasea sube su precio. Y, ¿por qué sucede esto? Existen muchas razones, pero la principal es estructural: un estado deficitario (gasta más de lo que recauda, hace décadas) y una balanza comercial también deficitaria (importa más de lo que exporta, en dólares).
Sin embargo, también existen hechos puntuales que aceleraron toda esta situación, a saber: 1) el retiro de los impuestos por exportación (retenciones) que suponían ingresos para el fisco (promesa de campaña de Macri, que tuvo a los exportadores como grandes beneficiarios de la devaluación); 2) la eliminación del plazo límite para liquidardólares que tenían los agroexportadores, que al no tener esa obligación los atesoran especulando con una mejor cotización, consecuencia: menos dólares ingresan al sistema financiero; 3) el fin del cepo cambiarioque limitaba la cantidad de dólares que podían comprarse en el mercado, con lo que se evitaba el acaparamiento y su eventual escasez; 4) la eliminación de arancelesde importación, otra canilla de salida, pues la compra de bienes extranjeros se hacen en dólares, con lo que el déficit comercial –ya mencionado– se acrecienta y, como agregado, termina afectando a la industria local, y; 5) el acelerado endeudamiento externo (U$S 150.000 millones en la gestión Macri) que implicó una fuerte salida de dólares para pago de los intereses de las deudas contraídas.
La Bolsa de Valores argentina (Merval) es una de las más desarrolladas de la región detrás de la brasileña (Bovespa), por lo que cabe también sumar una cuestión externa: el aumento de la tasas de interés de referencia de los EE.UU. que tuvo como efecto –también– la salida de dólares hacia el país del norte. El hecho de que el país más seguro del mundo pague más por los depósitos (y en dólares) no es una mala opción de inversión ante la incertidumbre argentina (donde la inversión es en pesos). Finalmente, esta huida se vio incentivada por la implementación del impuesto a la renta financierapara los inversores no residentes, que ven a los impuestos como una resta a sus posibles ganancias. Resultado: otra vez menos dólares disponibles para los argentinos que a su vez lo buscan frenéticamente. Hasta aquí, las causas de la escasez.
Consecuentemente, el gobierno respondió a través del Banco Central de la República Argentina (BCRA). Primero, subió la tasa de interés de referencia, con el objetivo de incentivar a los actores a mantener sus depósitos en pesos, pero con la contrapartida de aumentar los costos financieros para tomar créditos (lo que eventualmente ralentiza la actividad económica al aumentar los precio de la inversión). Segundo, aumentó los encajes legales, para obligar a las entidades financieras a mantener inmóvil una porción mayor de sus fondos. Y tercero, vendió divisas para aumentar la oferta disponible de dólares y así evitar que la escasez dispare la cotización hasta picos muy altos. Sin embargo, esta medida -en el actual contexto internacional de fuerte demanda de dólares- sólo puede evitar saltos excesivos, sin detener efectivamente la suba y a un costoso precio: disminuir las reservas internacionales, lo que va en contra de lo acordado con el FMI (que es, justamente, quién está auxiliando con su préstamo a paliar la situación).
Todo lo apuntado hizo que hoy la Argentina sea el país con la mayor tasa de interés referencial en el mundo, pasando de 45% al 60% en un sólo día (por ejemplo, en Paraguay es del 5,25%). Se espera, además, que la inflación de este año supere el 42%. Igualmente, el tipo de cambio del dólar con relación al peso subió a más del 100% en lo que va del año, resultando la mayor depreciación del mundo. Se pronostica igualmente una caída del PIB tanto en este año, como en el 2019. Si a esto se suma la falta de claridaden los mensajes sobre las políticas económicas, no resulta raro que el dólar sea visto –una vez más– como el salvavidas para resguardarse en medio de esta crisis. Y es que la confianza, a la hora de hablar de economía, es un atributo claramente importante para las inversiones, y al gobierno parece habérsele agotado ese plus que trajo al asumir.
Por tanto, ¿qué significa todo esto en la práctica? Bueno, por ejemplo, la suba del dólar impacta en los precios de los bienes importados y de las materias primas, presionando la inflación. Consecuentemente, el poder adquisitivo de la gente baja, entonces también disminuye su consumo y, con ello, se reduce a la vez la actividad económica en general. Las empresas deben remarcar sus precios de venta ante la incertidumbre del costo de reposición de los insumos asociados al dólar. Al mismo tiempo, la suba de la tasa de interés embreta a las empresas, que deben recurrir a una financiación más cara para cubrir gastos fijos en vista a la merma de las ventas. Es así como se termina desatando una peligrosa espiral de difícil salida.
Ante tal emergencia, el pasado lunes 3 de septiembre se anunciaron las siguientes medidas de urgencia: i) eliminación de la mitad de los ministerios, degradándolos a secretarias; ii) el re-establecimiento de las retenciones, esta vez no sólo a la soja, sino a todos los productos exportables (para lo cual los agroexportadores ya tomaron sus recaudos), incluidos los servicios; iii) Recorte de subsidios a transporte y electricidad; iv) congelamiento de los salarios de los funcionarios, y; v) reducción del 50% de gastos en obra pública. Todo esto con el objetivo de lograr una disminución significativa del déficit fiscal. A esto hay que adherir los ya consabidos recortes en gastos sociales, ajuste de tarifas, baja de pensiones, entre otras medidas impopulares.
Así pues, por lo que se puede apreciar -aún en este momento- el gobierno argentino apunta como objetivo principal al déficit fiscal, sin renegar el discurso sobre la “pesada herencia”. Sin embargo, habrá que ver si la búsqueda de tal objetivo de manera tan agresiva, ante el aparente inicio de una recesión, no termina acrecentándola. A la vez que se evidencia como muy arriesgado afirmar que la política monetaria resultará efectiva para detener la devaluación de la moneda y consecuentemente la inflación. Al menos, hasta aquí, no ha funcionado.
Imágenes: Bloomberg