*Por Marcos Pérez Talía
Bordaberry y Pinochet en 1973, o Videla en 1976, son ejemplos clásicos del siglo XX de cómo murieron los procesos democráticos en la región: a manos de hombres armados, mediante coacción y poder militar. De esa forma es como se asume comúnmente que mueren las democracias.
Hace algunos meses Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, profesores de Harvard, lanzaron el bestseller “Cómo mueren las democracias”. Argumentan que existe otro modo de hacer quebrar las democracias, no ya a través de golpes de Estado con fusiles en mano, sino con origen en las mismas urnas electorales. Afirman, categóricamente, que “las democracias pueden fracasar a manos no ya de generales, sino de líderes electos, de presidentes o primeros ministros que subvierten el proceso mismo que los condujo al poder”.
Las dictaduras nacionalistas, en clave fascista, comunista o militar, prácticamente forman parte del pasado. Las caídas de gobiernos por medios violentos son infrecuentes. Pero las democracias siguen fracasando, aunque de otro modo.
La democracia paraguaya cumple treinta años en febrero próximo. Si bien no ha tenido serios retrocesos autoritarios, posee sin embargo acuciantes deudas pendientes con sus ciudadanos. Desde la apertura democrática se han celebrado elecciones que, al menos, garantizan la vigencia de su dimensión más básica: la procedimental (aunque con serias dudas de fraude en las últimas presidenciales).
Pero el proceso electoral no es el fin de la democracia, sino que apenas es su inicio. No basta con ser elegido, hay que producir resultados en el marco de ciertas reglas de juego. Entonces es allí donde se observa con mayor nitidez la baja calidad de nuestra democracia. Los partidos no representan adecuadamente las demandas ciudadanas y, para protegerse del desencanto, se “cartelizan” en el Estado. Por tanto, el poder político captura a las instituciones, sin rendición de cuentas y manteniendo bajo el nivel del Estado de derecho. Es por ello que trabajos como el del politólogo italiano Leonardo Morlino ubican a la democracia paraguaya entre las de más baja calidad en la región.
Ese escenario es propicio para la aparición, de tanto en tanto, de algún personaje valeroso que venga a enfrentar al status quo, alguien que devuelva el sentido a la democracia. Como los principales partidos siguen ofertando parlamentarios de la vieja guardia, la política llama a las puertas de alguien como Payo Cubas.
Payo Cubas no es un outsider en política. Ya fue parlamentario en los albores de la transición y posteriormente candidato, aunque sin éxito, a intendente y gobernador. Su retorno a la escena política electoral vino de la mano de su particular “cruzada nacional” contra los corruptos, que incluyó pintar grafitis en la Fiscalía y casas de políticos sospechados de corrupción, cintarear y defecar en el despacho del juez que lo procesó por luchar contra los corrompidos, y hasta romper la patrullera de unos policías que, aparentemente, cobraban coima a taxistas. Así, supo crearse la figura de un político que enfrenta abiertamente a un sistema podrido, cuyo único medio disponible para luchar es la violencia no armada. La declaración de Payo “el cinto será el símbolo de la revolución” pasó a ser la frase magnífica para un electorado hastiado.
Con cinturón en mano, Payo fue electo senador. Una vez dentro del Congreso, inicialmente, formó parte del grupo de senadores que se opuso al juramento de Cartes y Duarte Frutos, y se lo veía constantemente articulando con diversos actores de la oposición. Pero, con el paso del tiempo, su capacidad de trabajar conjuntamente en grandes temas se fue diluyendo, al punto tal que se ha enfrentado con excesiva violencia verbal con casi todos sus colegas con quienes se mostró conectado al inicio.
“La democracia paraguaya no funciona bien y eso no es atribuible a Payo Cubas. Al contrario, su principal virtud es, justamente, llamar la atención de su mal funcionamiento. El problema es su propuesta de solución”
Cubas impulsó sesiones públicas gracias a su actuar vehemente, acompañó las perentorias demandas de los campesinos sin tierra y enfrentó abiertamente a sus colegas que actúan al margen de la ley (como Dionisio Amarilla o Zacarías Irún). Pero también emitió declaraciones y acusaciones riesgosas que deberían llamar nuestra atención. Por ejemplo, no se ruborizó al descalificar a sus adversarios a partir de una supuesta condición de homosexualidad. Tampoco ahorró descalificaciones contra colegas como Desirée Masi, tratándola de “cornuda”, “vieja pelotuda” o amenazándola incluso con agresiones físicas. Sus declaraciones políticas no pasaron desapercibidas cuando afirmó que la democracia es una tiranía y que la solución es instaurar una dictadura. Tampoco su propuesta de “más secuestros en el país”, como forma de castigo a corruptos.
Es allí donde cobra vigencia el libro de Levitsky y Ziblatt. Los autores sugieren identificar a tiempo a políticos adversos a la democracia que actúan con patrones autoritarios. Para ello, utilizan la clasificación del politólogo español Juan Linz, quien propuso cuatro indicadores clave de comportamiento autoritario de políticos. Un político que cumpla en uno solo de los indicadores, es un autócrata en ciernes:
Indicadores según Linz | Payo Cubas |
Rechazo (o débil aceptación) de las reglas democráticas del juego | Parcialmente cumple |
Negación de la legitimidad de los adversarios políticos | Cumple |
Tolerancia o fomento de la violencia | Cumple |
Predisposición a restringir las libertades civiles de la oposición | No |
La democracia paraguaya no funciona bien y eso no es atribuible a Payo Cubas. Al contrario, su principal virtud es, justamente, llamar la atención de su mal funcionamiento. El problema es su propuesta de solución. La democracia no se arregla con dictadura, sino con más democracia. La corrupción no se arregla con secuestros, sino con un sistema judicial eficiente. Para emprender su urgente reforma es necesario tener la suficiente capacidad de articulación con las demás fuerzas políticas que quieran cambios. Todo lo demás, forma parte del mero entretenimiento.
Si bien, en comparación, Payo Cubas es menos peligroso que los peces gordos de la política, sus declaraciones no deben pasar desapercibidas de cara al futuro. El clima político en el continente empieza a adquirir rasgos poco favorables hacia la democracia. Costó mucho tiempo y vidas humanas traer la democracia al Paraguay.
Necesitamos alejar nuestra democracia de la élite empotrada en el poder hace décadas y que se resiste al cambio. Pero también necesitamos alejarla de aquellos que proponen como solución la vuelta al pasado.
Fuente imagen de portada: Diario Última Hora (Paraguay)
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