Medio ambiente

Frente al extractivismo y la deforestación a gran escala en el Chaco, hay que apoyar a las comunidades indígenas como resistencia


Por Alejandro Bonzi*.

El paisaje del Chaco Paraguayo cambia a un ritmo acelerado por la deforestación que arrasa las últimas grandes extensiones de bosques de nuestro país. Detrás de la bandera del desarrollo  se pierden entre 500 y 1000 hectáreas de bosques al día para la ganadería y la elaboración del carbón vegetal. Además hoy ya existe una variedad de soja genéticamente modificada totalmente adaptada a las condiciones climáticas chaqueñas, lo cual implicaría el uso entre 500.000 y 800.000 hectáreas del Chaco para la misma, ocasionando más deforestación. La intensidad de la devastación forestal me plantea una duda: si hoy las personas que estamos en contra de la deforestación en el Chaco tuviéramos que sentarnos a discutir propuestas con las personas tomadoras de decisión, ¿qué exactamente les plantearíamos?

Para  entender la deforestación del Chaco hay que hablar sobre el modelo de desarrollo imperante ahí: el extractivismo. Este es un modelo político y económico basado en la mercantilización de los bienes naturales a través de su sobreexplotación.   

Pensar el mejor modelo de desarrollo es una dificultad, en gran medida, porque la discusión crítica hacia el extractivismo cae en la premisa falsa de estar en contra del “progreso y el desarrollo”.

Paraguay apuesta fuertemente al extractivismo como uno de los pilares de la economía, especialmente en los rubros de las oleaginosas (Región Oriental) y la ganadería (Región Occidental). El extractivismo es complicado, sobre todo en en contextos como el nuestro, porque se ignoran los impactos naturales y culturales negativos de la explotación a todo vapor de recursos sin mayor control.

En Paraguay no existen instituciones fuertes para controlar modelos extractivos como la deforestación. Lo admiten las autoridades que no saben la situación de casi el 25% de los bosques del Chaco. Ante la debilidad institucional, el “límite” del desmonte queda enteramente a criterio de ganaderos que, en varios casos y en alianza con el propio Estado, llegaron al extremo de invadir tierras históricamente reclamadas por comunidades indígenas, como pasó con los Ayoreo Totobiegosode y con la comunidad Cuyabia. Además de la falta de institucionalidad para controlar esta explotación de recursos naturales, hay que recordar que los modelos económicos extractivos están asociados al empobrecimiento general de la población, al enriquecimiento de una élite y al subdesarrollo antes que al desarrollo. A los problemas del extractivismo se le suma la necesidad crítica que existe a nivel mundial de preservar la naturaleza, especialmente aquellos sitios que aún conservan grandes ecosistemas sin ningún tipo de intervención.

Pensar el mejor modelo de desarrollo es una dificultad, en gran medida, porque la discusión crítica hacia el extractivismo cae en la premisa falsa de estar en contra del “progreso y el desarrollo”. No se pueden negar las enormes carencias de la mayoría de la población del Chaco. Son más que necesarias mejoras en aspectos como infraestructura vial, mercados de abasto, escuelas, hospitales y la producción económica inclusiva. Pero el extractivismo claramente no es la vía que impulsará las mejoras en esos aspectos fundamentales de la sociedad chaqueña, ya que nunca lo ha hecho.

Frente a todo esto, ¿qué opciones de desarrollo favorecerían al bienestar general?  Para responder a esta pregunta quiero poner en el centro de la discusión a las zonas de intangibilidad. Estas son las tierras destinadas enteramente a la conservación que bajo ninguna circunstancia pueden sufrir alteraciones que modifiquen o impacten negativamente su ecosistema.

Un ejemplo de zonas de intangibilidad son las comunidades indígenas. Se ha demostrado el gigantesco potencial de las comunidades indígenas para constituirse en espacios de preservación de la naturaleza. Estas comunidades son la mejor barrera frente a la deforestación y cambios de uso de suelo ya que su visión del mundo está muy ligada a la naturaleza y sus ciclos. La  existencia de comunidades indígenas representa un valor ambiental enorme porque para desenvolverse según sus tradiciones ancestrales necesitan de grandes cantidades de sus bosques y paisajes naturales.

Es también importante recalcar que, frente a un panorama de mucha pobreza, el hecho que las comunidades indígenas puedan obtener de sus bosques varios recursos (alimentos, vestimenta, herramientas, etc) representa un gran valor económico y social. Los niveles de pobreza indígena en Paraguay son tan altos que, en un informe de las Naciones Unidas, se recomendó declarar en estado de emergencia nacional a todas y cada una de las comunidades indígenas del país. Entonces resulta fundamental apoyar a las comunidades indígenas en la regularización y uso de sus tierras, no solamente por un asunto de conservación ambiental, sino también por una necesidad económica y de carácter humanitario.  

Quienes nos oponemos a la deforestación del Chaco y, además, favorecemos mejores condiciones de vida en ese territorio debemos considerar como opción real el apoyo a la recuperación, titulación y ampliación de territorios indígenas.  Además, el gobierno debe realizar un cambio profundo de paradigma para ser garante de lo establecido en la ley en materia ambiental. Para ello necesariamente debe poner en condiciones óptimas a los órganos estatales que se encargan del monitoreo y cuidado del medio ambiente, con mejor infraestructura, tecnología y capacidades para esta tan delicada tarea.

 

(*) Licenciado en Ciencias con Mención en Biología por la Universidad Nacional de Asunción. Activista socio-ambiental al servicio de las comunidades.

Imagen de portada: fotografía del autor

 

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