Por Enrique Gomáriz Moraga*.
Chile ha reventado en protestas que no cesan. ¿Cómo es posible? ¿Pero no es uno de los países de renta por habitante más alta de América Latina (16.620 US$), muy cerca del mejor situado, Uruguay (17.870 US$), donde la democracia tiene un elevado apoyo, con un crecimiento económico notable en esta etapa de turbulencias provocadas por el fin del boom de las materias primas?
Al mejor estilo chileno, se multiplican los chistes acerca de la incapacidad de los medios políticos, académicos y periodísticos de prever una crisis de estas dimensiones. Bromean pasándose los datos sobre adivinas y astrólogos para conseguir mejores pronósticos. Como dice Clarisa Hardy, antigua ministra de planificación de la Presidenta Bachelet, “el estallido no sólo ha sorprendido al Gobierno, también a los partidos y las organizaciones de distinto tipo”. Pero agrega una corrección: “¿Por qué si estaban todas las condiciones para que ello fuera previsible, no pudimos anticiparlo y nos ha estallado en la cara?”
Cierto, la acumulación del malestar lleva mostrándose hace décadas. Incluso ya se expresó con protestas radicales durante el segundo Gobierno de Bachelet. Una de las palabras más usadas hoy en Chile para explicar la crisis es “deudas”. Bajo la glamorosa capa del tigre latinoamericano, las secuelas de un modelo basado en la desigualdad social, la desprotección social y una Constitución configurada bajo la dictadura de Pinochet, han supuesto pesadas deudas para una mayoría social cansada de esperar su postergado pago.
Quizás la desigualdad social sea el aspecto más visible. Bajo la alta renta per cápita nacional se esconde el abanico salarial más abierto de la región. Chile es bastante agradable para los gerentes que cobran 30 veces más que el promedio de la masa de asalariados. Y las vitrinas del barrio alto son un escarnio para la mitad de una fuerza laboral que cobra el salario mínimo, esto es, menos de 450 dólares al mes. Pero ello tiene explicación: la contención salarial ha sido necesaria para proyectar un modelo exportador agresivo, dirigido por ejecutivos de ingresos altos en el mercado internacional. Puede afirmarse que, en ese contexto, el resentimiento social estaba servido.
Sin embargo, sobre todo en la manifestación de un millón de personas en Plaza Italia, el viernes 25 de octubre, también había mucha clase media. Es decir, de gente que cobra varios salarios mínimos y no es precisamente activista (podría decirse que forma parte del segmento de ciudadanía sustantiva). ¿Cuáles eran los motivos que tenían para manifestarse? Pues al parecer componían una mezcla particular.
En primer lugar, no hay que olvidar que Chile es uno de los países latinoamericanos donde el combate a la pobreza ha sido mayor que el avance de la protección social. Es decir, las políticas sociales se han concentrado en luchar contra la extrema pobreza, pero los niveles de cobertura de la seguridad social pública, del sistema de salud y la ampliación de la educación se han desarrollado a un ritmo mucho menor. Y la clase media ha empezado a pensar si debe seguir pagando la seguridad social a nivel privado (mediante las AFP) o es un derecho humano que debe ser público. Claro, para eso los servicios deberían aumentar radicalmente su calidad. Algo que todavía es una deuda social en Chile.
Este problema de desprotección social se ha comenzado a conectar con un sentimiento de agravio comparado, que fue exasperado por la forma en que el Gobierno de Piñera enfrentó la protesta al comienzo, con una mezcla de irónico desprecio de parte de varios ministros (“que se compren flores”, “que se levanten antes para ir al Metro”) y la decisión del propio Presidente de encararlo declarando el Estado de Emergencia, que permite sacar a las Fuerzas Armadas a la calle. De esa forma, lo que comenzó con una protesta por el aumento del boleto del Metro y luego un reclamo por ajustes salariales, acabó en una repulsa del Gobierno y su Presidente, cuya aprobación social ha caído hoy a un histórico 14%.
¿Cómo entender este rechazo a poco más de un año después de haber ganado las elecciones? La respuesta es que la victoria de Piñera fue en realidad un voto de castigo a la anterior concertación gobernante. Y hoy se muestra como un reclamo al conjunto de las élites, tanto económicas como políticas.
Ante esta situación, el Presidente Piñera ha dado un paso atrás, no sólo retirando el decreto sobre el alza del Metro y prometiendo una revisión salarial y de servicios públicos, sino remodelando su gabinete y pidiendo perdón públicamente. Pero no está claro que todo ello vaya a ser suficiente. Varios partidos han comenzado a apuntar hacia una remodelación mayor del sistema político, comenzando por plantear una nueva Constitución. Porque es cierto que la promulgada en 1981, bajo el régimen de Pinochet, pese a las diversas reformas que ha sufrido, se basa en una perspectiva en la que el Estado es principalmente subsidiario y solo debe intervenir cuando la actividad privada no este en condiciones de hacerlo. Por ello, varias reformas sociales han sido rechazadas al ser declaradas inconstitucionales.
Este conjunto de graves deudas (fuerte desigualdad, débil protección social y una Constitución superada) guarda relación con las razones profundas de la acumulación del malestar. Sólo faltaba unas buenas muestras de soberbia y desprecio -algo que es una tradición histórica de las clases altas chilenas- para que el estallido social se produjera. La incógnita reside en si la sorprendente crisis estaría reflejando una prolongada aceptación de un indigno estado de cosas de parte de una cultura ciudadana de baja calidad. Clarisa Hardy comentó que, cuando regresaba de la manifestación de la Plaza Italia, pensaba si la gente estaría recuperando un sentimiento de comunidad que se perdió con el paso de la dictadura. Ojalá sea cierto.
* Sociólogo español, ha sido investigador de FLACSO en varios países: Chile, Guatemala y Costa Rica, donde reside. Escribe sobre sociología política para revistas especializadas en Costa Rica y España
Fuente de la imagen: “Violent Protest in Santiago de Chile” by C64-92 is licensed under CC BY 2.0