Historia

La fatídica alianza con el populismo antisistema: prolegómeno de la Alemania nazi


Por Rodrigo Ibarrola.

Este 30 de enero se cumple otro aniversario del nombramiento de Adolf Hitler como Canciller de Alemania. Atendiendo el contexto actual global de surgimiento de populistas antisistema, del cual nuestro país no está exento, conviene reflexionar sobre el contexto propicio para que su surgimiento, así como el rol que cumplen los partidos en tal escalada.

La Gran Depresión de 1929 demolía los avances del último lustro. La novel república alemana (denominada República de Weimar) llevaba tres años de retracción económica y seis millones de alemanes estaban desempleados. El escenario se volvía propicio para un ascenso inesperado y lo que en su momento fue considerado un episodio pasajero, a la postre se convertiría en el capítulo más nefasto de la historia moderna.

La estancia en prisión por el Putsch de Múnich en 1923 ―además de redactar la obra Mi lucha― sirvió a Adolf Hitler para convencerse de la vía al poder eran los votos. Sin embargo, su intento fracasó y perdió la presidencia en abril de 1932 ante el mariscal Paul von Hindenburg. No obstante, en los comicios de julio para el Reichstag (la Cámara Baja alemana) el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP, por sus siglas en alemán, más conocido como nazi) se convirtió en la fuerza mayoritaria del Parlamento, aunque sin mayoría absoluta. Hitler exigió ocupar el puesto de canciller, pero el presidente se negó. Poco tiempo después, —e inesperadamente, dada la acérrima enemistad— los nazis decidieron apoyar la moción de censura presentada por el Partido Comunista de Alemania (KPD) contra el aristócrata Franz von Papen, canciller en ese momento. En contrapartida, Hindenburg disolvió el Parlamento y volvió a llamar a elecciones para el Reichstag. Así, en noviembre de 1932, los nazis perdieron casi dos millones de votos y 34 bancas, pero continuaban como el partido mayoritario. 

Franz von Papen y Adolf Hitler (Die Wilt).

Las dificultades de un gobierno con minoría parlamentaria y la negativa del presidente Hindenburg a declarar estado de emergencia (que permitiría gobernar saltándose al Parlamento) llevaron a Von Papen a renunciar. Su sucesor, Kurt von Schleicher, propuso a Hindenburg lo mismo. Rechazada su propuesta terminó dimitiendo el 28 de enero de 1933. Todo quedaba de nuevo en punto muerto, sin una mayoría parlamentaria que permitiese formar un gobierno estable. 

Para salir del estancamiento, aprovechando la potestad del presidente de nombrar al canciller, el excanciller Von Papen propuso a Hindenburg una alianza de grupos conservadores que incluyera a los nazis. Para ello, era necesario nombrar canciller a Hitler a pesar de su retórica belicosa y reaccionaria largamente conocida. Lo que siguió fue un auto convencimiento de que su discurso era vacío y que en el cargo afloraría la moderación. Conservadores y aristócratas, que tenían la idea de restaurar la monarquía, lo vieron como un medio para derrumbar la república y tomar el control cuando eso sucediera. «En dos meses, habremos empujado a Hitler lejos en una esquina que chillará», dijo von Papen. Banqueros como Kurt von Schröder y grupos industriales como Krupp e IG Farben también abogaron por Hitler, por su retórica de mantener a raya a los comunistas y a los sindicatos. Los militares simpatizaron con su oposición al Tratado de Versalles y la intención de rearmar el ejército. 

Hitler, at the window of the Reich Chancellery, receives an ovation on the evening of his inauguration as chancellor, 30 January 1933

Hitler recibe la ovación de sus partidarios en la sede de la Cancillería el 30 de enero de 1933 (History Today).

Hitler, anteriormente reluctante a compartir el poder, cambió de opinión luego de intuir un posible declive del partido dados los últimos resultados electorales y sus divisiones internas. El 30 de enero de 1933 fue designado canciller. Aunque su gabinete incluyó solo a dos nazis entre los diez puestos, uno ellos era Hermann Göring, nombrado Ministro del Interior en Prusia, quien tomó el control de la Policía en el estado más grande. 

El SPD encomendó a sus partidarios una lucha «con respeto a la Constitución». Kurt Schumacher, legislador del SPD, describió al líder nazi como una pieza decorativa: «el gabinete tiene el nombre de Hitler en la cabecera, pero en realidad el gabinete es Alfred Hugenberg [ministro de Economía y líder del Partido Nacional del Pueblo Alemán (DNVP)]. Adolf Hitler puede pronunciar los discursos, pero Hugenberg actuará». 

Primer gabinete de Hitler. Sentados aparecen, de izq. a der.: Hermann Göring, Adolf Hitler y Franz von Papen (Bild).

Asimismo, la prensa subestimó a Hitler. Theodor Wolff, editor jefe de Berliner Tageblatt, a pesar de ver la clara intención de Hitler de intimidar y silenciar a los oponentes y a la prensa, intuyó que había una «frontera que la violencia no cruzaría», porque el pueblo alemán, orgulloso de la «libertad de pensamiento y de expresión», crearía una «resistencia conmovedora e intelectual» ante los intentos de establecer una dictadura. 

Tal indolencia alcanzó a los judíos alemanes. «No creemos que nuestros conciudadanos alemanes se dejen llevar por cometer excesos contra los judíos», afirmó en una declaración el líder de la Asociación Central de Ciudadanos Alemanes de Fe Judía el 30 de enero de 1943. «Hoy más que nunca debemos seguir la directiva: esperar tranquilamente». Incluso, empresarios judíos alemanes, como Hermann Wachtel, bloquearon el boicot antinazi en el exterior y trataron de desmontar lo que denominaban «falsa propaganda» contra los nazis.

El New York Times publicaba el 30 de enero que la coalición limitaba el poder de Hitler (New York Times).

Para las elecciones parlamentarias de noviembre de 1933, en las que el Partido Nazi “ganó” con el 92% de los votos, Alemania ya se encontraba transformada en un estado totalitario de partido único. Las garantías y la Constitución fueron suspendidas, los sindicatos aplastados, los partidos políticos prohibidos o disueltos y la prensa alineada. Los judíos fueron relegados a ciudadanos de segunda clase. La democracia se había desmoronado. Aquellos que pensaron que domesticarían a los nazis terminaron equivocándose fatalmente.

Asimismo, la prensa subestimó a Hitler. Theodor Wolff, editor jefe de Berliner Tageblatt, a pesar de ver la clara intención de Hitler de intimidar y silenciar a los oponentes y a la prensa, intuyó que había una «frontera que la violencia no cruzaría», porque el pueblo alemán, orgulloso de la «libertad de pensamiento y de expresión», crearía una «resistencia conmovedora e intelectual» ante los intentos de establecer una dictadura. 

Cabe como reflexión final la de no subestimar el riesgo de normalizar situaciones extremas, tales como las declaraciones de estado de emergencia, una de las cuales —la del 20 de julio de 1932— fue usada para despojar al SPD del gobierno del Estado Libre de Prusia. El ejercicio de la democracia envuelve constantes desafíos. Este caso nos muestra que las crisis son caldo de cultivo ideal para el surgimiento de populistas y demagogos antisistema. Ni siquiera los políticos más avezados están exentos de cometer errores, viéndose tentados a acogerlos antes que dialogar con sus adversarios. Esto frecuentemente se convierte en un arma de doble filo, dado que otorga confianza al advenedizo que se aprovecha de su nueva posición para detentar el poder absoluto.

Imagen de portada: Paul von Hindenburg y Adolf Hitler (Brian Sandberg).

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