Por Dahiana Ayala*.
Las medidas desarrolladas por el gobierno paraguayo para hacer frente a la propagación de la COVID-19 iniciaron el 10 de marzo con una cuarentena obligatoria. Esta incluyó la suspensión de clases y de todas aquellas actividades que implicaban la aglomeración de personas. Posteriormente evolucionó hacia la denominada “cuarentena inteligente”, con la apertura ordenada de actividades económicas. Sin embargo, las clases quedaron, por de pronto, suspendidas hasta el mes de diciembre. En ese contexto, el acompañamiento casi a tiempo completo a niños, niñas y adolescentes en las tareas y clases virtuales establecidas por el Ministerio de Educación y Ciencias (MEC), se suma a la ya sobrecargada “lista” de quehaceres domésticos que afrontan las mujeres.
Durante la pandemia, los cuidados en materia de salud, trabajos de limpieza, elaboración de alimentos (en hogares y en comedores comunitarios), cuidado de niños y adultos mayores dependientes no han dejado de funcionar. Muy por el contrario, se intensificaron y representan, hasta hoy, la base del sostenimiento de la cuarentena y el muro de contención contra la propagación de la COVID-19.
Estas actividades de cuidado son altamente feminizadas y varían según los contextos dispares en los que se desarrollan. Por ejemplo, a nivel Mercosur, se observa que en todos los grupos de edad existe un gran porcentaje de mujeres dedicadas exclusivamente a las labores del hogar, especialmente en los grupos de 25 a 59 años y de 60 a 74 años. Nótese como en Paraguay el porcentaje de mujeres que no realiza trabajos fuera del hogar se incrementa mucho más a partir de los 60 años, en comparación con los otros países.
Tabla 1. Mujeres con dedicación exclusiva a las labores del hogar en el Mercosur
Grupos de Edad | Argentina | Brasil | Paraguay | Uruguay |
15-24 años | sd. | 10 | 9,1 | 8,6 |
25-59 años | sd. | 17,7 | 17,3 | 14,8 |
60-74 años | sd. | 15,8 | 25 | 13,8 |
75 años y más | sd. | 4,7 | 10,5 | 4,1 |
La situación es aún más complicada en Paraguay porque la mayor parte de estos trabajos de cuidado no son remunerados. El gráfico 1 muestra que, en el 2016, el 39 % de las mujeres realizaban trabajos no remunerados frente al 25 % de los hombres. Dicho de otro modo, 4 de cada 10 mujeres en edad de trabajar realizaba un trabajo sin percibir remuneración alguna antes de declararse la pandemia. Es razonable pensar que estos números se agravaron en el contexto actual, y que las mujeres se encuentran en una situación mucho más desfavorable con el aumento de las labores de cuidado, sumado a la crisis económica.
Gráfico 1. Dedicación al Trabajo Remunerado y No Remunerado por Sexo (%) 2016
La realidad que agrava la situación de las mujeres en plena pandemia es que las actividades de la vida productiva son muchas veces incompatibles con la reproductiva. La esfera productiva refiere a aquellas actividades desarrolladas en el mercado laboral y por las cuales se obtiene un pago o remuneración en forma de salario. Mientras que la esfera reproductiva contempla actividades desarrolladas al interior de los hogares y que, por lo general, se caracterizan por ser no remuneradas. Siendo así, la cuarentena acentuó las enormes dificultades de conciliar ambas esferas. Si una mujer dedica en promedio 18 horas semanales al trabajo doméstico y otras 13 horas semanales al cuidado de niños y adultos mayores, sería casi imposible que realizara un trabajo en el mercado laboral que, en condiciones de empleo decente, requeriría 40 horas semanales. El gráfico 2 abona esta afirmación, mostrando que, de todas las actividades no remuneradas en Paraguay, el promedio de horas dedicadas por las mujeres se duplica y hasta se triplica en comparación a las horas dedicadas por los hombres según el tipo de actividad.
Gráfico 2. Promedio de Horas semanales dedicadas al Trabajo No Remunerado por Tipo de Actividad y Sexo, 2016
Si a lo anterior sumamos la variable socioeconómica, todo se complica. Cuando los cuidados se desarrollan en condiciones socioeconómicas desfavorables son aún más dificultosos. Por un lado, demandan todavía mayor dedicación considerando la imposibilidad que poseen las mujeres pobres de pagar servicios de cuidado. Por el otro, exponen a estas mujeres —que en gran medida son jefas de hogar y tienen hijos/as a cargo— a trabajos más precarios e inestables ante las grandes dificultades de afrontar la doble responsabilidad. En definitiva, la cuarentena no hace más que acentuar desigualdades existentes y evidenciar que afectan a las mujeres en general, pero de forma más recrudecida a las de bajos ingresos.
Durante la pandemia, los cuidados en materia de salud, trabajos de limpieza, elaboración de alimentos (en hogares y en comedores comunitarios), cuidado de niños y adultos mayores dependientes no han dejado de funcionar. Muy por el contrario, se intensificaron y representan, hasta hoy, la base del sostenimiento de la cuarentena y el muro de contención contra la propagación de la COVID-19.
Ante esta crisis y otras que probablemente vendrán, se impone lo que Carmen Castro expresa en su libro Políticas para la Igualdad. Permisos por Nacimiento y Transformación de los roles de Género, del año 2017: la clave está en identificar el horizonte del modelo de sociedad al que conducir el proceso de vindicación feminista y las políticas públicas. Este modelo sería lo que Nancy Fraser denominó cuidados universales. En él, mujeres y hombres son responsables, en condiciones de igualdad, de las tareas de cuidados. De la misma forma, el Estado y las empresas tienen una responsabilidad social compartida en los trabajos de cuidado.
Orientarse hacia políticas de cuidados universales requiere de un cambio estructural. Este deberá introducirse mediante el diseño y aplicación de políticas públicas abocadas a diluir la división sexual del trabajo y a construir un paradigma de corresponsabilidad de los cuidados.
*Economista por la Universidad Nacional de Asunción. Estudiante de Doctorado en Economía y Sociología del Trabajo de la Aix Marseille Université (Aix-en-Provence, Francia)
Imagen de portada: Milena Coral (@coraltles).
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