Entrevistas

“Mienten, confunden a la gente y arrean a un grupo de personas con base en estas mentiras”. Entrevista a la Ministra Teresa Martínez (Parte II)


Por Mon­tse­rrat Fois y Jaz­mín Duar­te Sckell.

En esta se­gun­da en­tre­ga, la mi­nis­tra de la Ni­ñez y la Ado­les­cen­cia Te­re­sa Mar­tí­nez des­mien­te que el Plan Na­cio­nal de Ni­ñez y Ado­les­cen­cia 2020-2024 pro­mue­va el abor­to y la ho­mo­se­xua­li­dad y ex­pre­sa la ne­ce­si­dad de es­ta­ble­cer un diá­lo­go con ac­to­res cla­ves como las igle­sias y la aca­de­mia para es­ta­ble­cer pau­tas de crian­za po­si­ti­va des­de la evi­den­cia cien­tí­fi­ca. Po­dés leer la pri­me­ra par­te de la en­tre­vis­ta aquí.

¿Cuál es su lec­tu­ra po­lí­ti­ca del avan­ce de los gru­pos au­to­de­no­mi­na­dos “pro­vi­da” so­bre de­re­chos fun­da­men­ta­les? 

En reali­dad es un gru­po ra­di­ca­li­za­do, por­que pro­vi­da so­mos to­dos. En Pa­ra­guay no po­de­mos ser otra cosa que no sea pro­vi­da por­que la Cons­ti­tu­ción Na­cio­nal y las le­yes pro­te­gen la vida des­de la con­cep­ción. 

Hay ex­cep­cio­nes que son ab­so­lu­ta­men­te mé­di­cas, don­de los mé­di­cos de­ci­den si in­te­rrum­pen o no una vida para sal­var otra. Al me­nos esa es la in­ter­pre­ta­ción que se da a ese ar­tícu­lo de la Cons­ti­tu­ción Na­cio­nal. Pero tam­bién hay gru­pos so­cia­les que reivin­di­can como un de­re­cho la de­ci­sión de la mu­jer so­bre su cuer­po. Son de­ba­tes que se tie­nen que dar en una so­cie­dad, y es ne­ce­sa­rio de­ba­tir­lo ob­je­ti­va­men­te, y no des­de una po­si­ción fa­ná­ti­ca. Pero no­so­tros, ha­blo del Es­ta­do, no po­de­mos en­trar en ese de­ba­te por­que se tie­ne que cum­plir la ley. 

En­ton­ces, ¿po­dría de­cir que este plan no pro­mue­ve el abor­to o que exis­ta al­gu­na ma­ne­ra de que este plan pue­da pro­mo­ver­lo?

De nin­gu­na ma­ne­ra. Este plan ha­bla de pre­ven­ción del em­ba­ra­zo ado­les­cen­te, del abu­so y de la ne­ce­si­dad de la edu­ca­ción in­te­gral de la se­xua­li­dad. De­ci­mos que toda niña em­ba­ra­za­da es una niña abu­sa­da. 

Ayer, en Pe­dro Juan Ca­ba­lle­ro, una ado­les­cen­te de 14 años em­ba­ra­za­da pudo dar a luz en un ca­rro de bom­be­ros por­que la au­xi­lia­ron. Aho­ra está en un cen­tro de sa­lud, sola. Ella re­fie­re que vi­vía con su pa­re­ja, pero na­die es­ta­ba ahí. Ella, una ado­les­cen­te de 14 años, y él, un hom­bre de 32 años. Sus pa­dres tam­po­co es­ta­ban con ella. Sola, sin iden­ti­dad, con un par­to di­fí­cil y un bebé que ya na­ció. Na­die tie­ne en cuen­ta es­tas reali­da­des. Asun­ción no es el om­bli­go del país, te­ne­mos es­tos ca­sos a lo lar­go de todo el te­rri­to­rio y dia­ria­men­te al­re­de­dor de tres ca­sos de esta na­tu­ra­le­za. Se ha­bla de pre­ven­ción del em­ba­ra­zo, pero usan este pun­to para in­fe­rir que la op­ción es el abor­to y que se les va a dar an­ti­con­cep­ti­vos a man­sal­va. 

El plan dice que se tie­ne que tra­ba­jar en la pre­ven­ción. Aho­ra, cómo lo van a ha­cer, es de­ci­sión del Mi­nis­te­rio de Sa­lud, ve­rán si abren o no los con­sul­to­rios ami­ga­bles para ado­les­cen­tes. Lo que sí sa­be­mos es que si no ha­bla­mos de es­tos te­mas en las es­cue­las, tam­po­co en las ca­sas, al­guien les tie­ne que ex­pli­car lo que pasa. 

Hay evi­den­cia de que cuan­ta más in­for­ma­ción real y cien­tí­fi­ca ten­gan los ado­les­cen­tes so­bre la se­xua­li­dad, y sus con­se­cuen­cias, más re­tar­dan su pri­mer con­tac­to se­xual. Eso no aten­ta con­tra nin­gu­na idea mo­ral, con­tra nin­gu­na idea re­li­gio­sa.

Pero, so­bre to­das las co­sas, en este país hay que edu­car al va­rón. Las ni­ñas no se em­ba­ra­zan so­las, sin em­bar­go, es a ellas no­más a quie­nes se les ve la pan­za y tie­nen que ha­cer­se car­go del niño. No apa­re­cen los pa­pás.  

Hace quin­ce días es­tu­ve en San Pe­dro del Ykua­mandy­ju, en Ita­cu­ru­bi del Ro­sa­rio, para aco­ger en el Pro­gra­ma Abra­zo a un gru­po de ma­dres que es­ta­ban en una zona vul­ne­ra­ble. Se­sen­ta ma­más en­tre 19 y 32 años, to­das jó­ve­nes, to­das con más de 4 hi­jos. La de 19 te­nía una beba en el bra­zo y otra en una pan­za de 7 me­ses. So­las, ni un hom­bre allí. Y yo les dije: “Moõi­ko oime la itú­va kué­ra, oĩ nde ko­kué­pe?” [“¿Dón­de es­tán los pa­dres, es­tán en sus cha­cras?”], se lar­ga­ron a ri­so­ta­das. Ellas son mu­je­res que tu­vie­ron una pa­re­ja, mo­men­tá­nea o lo que sea, sin nin­gún pro­gra­ma de aten­ción de sa­lud, nada. Se em­ba­ra­zan y el hom­bre des­a­pa­re­ce, y des­pués es la mu­jer la que car­ga con todo. Los pa­pás ni si­quie­ra los re­co­no­cen. A eso nos re­fe­ri­mos cuan­do ha­bla­mos de equi­dad de gé­ne­ro, de igual­dad de de­re­chos: a la ne­ce­si­dad de cam­biar las pau­tas de crian­zas ac­tua­les por pau­tas de crian­zas po­si­ti­vas. Y con base en este pun­to los gru­pos en con­tra del Plan di­cen que que­re­mos cam­biar la cul­tu­ra. Si hay que cam­biar eso, y eso es par­te de la cul­tu­ra, pues hay que cam­biar­lo. 

Plan Nacional de Niñez y Adolescencia

Ud. apun­ta­ba so­bre cues­tio­nes cen­tra­les: el tabú, la cul­tu­ra y la “vida pri­va­da” ¿Con­si­de­ra que ante el au­men­to de vio­len­cias y abu­sos al in­te­rior de los ho­ga­res, el te­mor res­pec­to al Plan ten­ga que ver jus­ta­men­te con im­pe­dir que todo eso sal­ga a luz? 

Cla­ro. Ima­gí­nen­se que de los más de 2600 ca­sos de abu­so que se de­nun­cian al año, el 85% se da en el en­torno fa­mi­liar y el 90% de las víc­ti­mas son ni­ñas y ado­les­cen­tes del sexo fe­me­nino. Por eso, es muy im­por­tan­te que uti­li­ce­mos el tér­mino de en­fo­que de gé­ne­ro, que no es ideo­lo­gía de gé­ne­ro, eso es un in­ven­to. 

La na­tu­ra­li­za­ción del abu­so en los ho­ga­res se rom­pió con la Con­ven­ción de las Na­cio­nes Uni­das so­bre los de­re­chos del niño, que es ley nues­tra hace 30 años, no una agen­da in­ter­na­cio­nal. En 1990, Pa­ra­guay ra­ti­fi­có esta con­ven­ción y to­da­vía no po­de­mos in­cor­po­rar to­tal­men­te la pro­tec­ción in­te­gral, que nos res­pon­sa­bi­li­za a to­dos. Des­de que en­tra­mos al Mi­nis­te­rio de­ci­mos: “To­dos so­mos res­pon­sa­bles, hacé tu par­te”. No es que la res­pon­sa­bi­li­dad sea solo de la fa­mi­lia o solo del Es­ta­do o solo de la so­cie­dad, es de to­dos. Y cuan­do se vul­ne­ran los de­re­chos de los ni­ños, el Es­ta­do tie­ne que in­ter­ve­nir.

Las cam­pa­ñas que es­ta­mos lle­van­do ade­lan­te lo­gra­ron que la gen­te se in­vo­lu­cre más. Yo no sé, no en­cuen­tro otra ra­zón más que esa al ver que los ata­ques son acer­ca de la se­xua­li­dad. Los pa­pás me di­cen tam­bién: “Yo no ten­go pro­ble­ma con mi hijo, pero us­te­des le van a en­se­ñar a que sea gay”. Co­sas así, muy desa­cer­ta­das, son las que se di­fun­den. 

Es­tos dis­cur­sos nos pa­re­cen pe­li­gro­sos, prin­ci­pal­men­te por­que en Pa­ra­guay exis­ten fa­mi­lias muy di­ver­sas, en el am­plio sen­ti­do: fa­mi­lias con­for­ma­das por pa­re­jas ho­mo­se­xua­les, fa­mi­lias mo­no­pa­ren­ta­les, aque­llas con­for­ma­das por abue­las, tíos, en ca­sos en que no es­tán las ma­dres ni los pa­dres. ¿Cómo se abor­da esta di­ver­si­dad des­de el Es­ta­do?

Lo que pasa es que la Cons­ti­tu­ción Na­cio­nal ya re­co­no­ció a la mu­jer como ca­be­za de fa­mi­lia. Esa fa­mi­lia tra­di­cio­nal —mamá, papá e hi­jos— es muy bue­na, es lo ideal. Pero la reali­dad na­cio­nal nos in­ter­pe­la con otras ca­ras. Eso jus­ta­men­te se­ña­lé en la úl­ti­ma reunión del Con­se­jo, por­que di­cen que con esto va­mos a crear chi­cos trans. Ellos exis­ten, es­tán, no es que los va­mos a crear. No­so­tros no te­ne­mos un solo al­ber­gue para chi­cos trans y cuan­do las fa­mi­lias les re­cha­zan por su iden­ti­dad no pue­den ir a la es­cue­la, no pue­den ir a un al­ber­gue de ni­ñas aun­que se sien­tan ni­ñas, no pue­den ir a un al­ber­gue de va­ro­nes por­que les ha­cen bu­ll­ying y son abu­sa­dos. Hay un va­cío muy gran­de, no es que no­so­tros que­re­mos crear, lo que pasa es que tie­nen de­re­chos como cual­quier otra per­so­na por­que la Cons­ti­tu­ción ha­bla de la no dis­cri­mi­na­ción y de la igual­dad de de­re­chos. Pero es­tos son te­mas no se pue­den si­quie­ra con­ver­sar, es vio­la­to­rio para es­tos sec­to­res ha­blar del tema.

¿Cómo con­si­de­ra que en este con­tex­to de po­la­ri­za­ción tan gran­de po­de­mos avan­zar en un diá­lo­go y arri­bar a acuer­dos mí­ni­mos de cara al nue­vo plan? 

Con base en las ex­pe­rien­cias, no­so­tros que­re­mos abrir un gran de­ba­te, re­co­rrer el país y que sea una opor­tu­ni­dad don­de ac­to­res cla­ves como las igle­sias y la aca­de­mia ac­túen como mo­de­ra­do­res. Ne­ce­si­ta­mos orien­ta­do­res des­de la aca­de­mia, que yo creo le pue­den dar ob­je­ti­vi­dad a este pro­ce­so. Hay que abor­dar­lo des­de la epis­te­mo­lo­gía, des­de to­das las dis­ci­pli­nas que pue­dan dar sig­ni­fi­ca­do a las ca­te­go­rías y ex­pli­car­las. 

Creo que se abre una opor­tu­ni­dad, siem­pre y cuan­do los pro­mo­to­res de esta ar­ti­cu­la­ción en re­cha­zo al Plan se­pan dia­lo­gar. Y, si no pue­den dia­lo­gar ellos, te­ne­mos que dia­lo­gar los otros. Por­que no pue­de ser que un gru­po im­pon­ga algo sim­ple­men­te por­que nos que­da­mos ca­lla­dos. Eso es lo que hay que evi­tar. 

Es mo­men­to de ha­blar, de cam­biar las co­sas e ir por las pau­tas po­si­ti­vas de crian­zas. Los ni­ños de este país me­re­cen eso. Si no­so­tros no po­de­mos cons­truir ciu­da­da­nía y edu­car ciu­da­da­nos que res­pe­ten al otro como su igual, las co­sas no van a cam­biar nun­ca.

Como in­ves­ti­ga­do­ras nos preo­cu­pa el dis­cur­so tan vio­len­to ha­cia lo di­fe­ren­te. Pen­san­do so­bre todo en lo que men­cio­na­ba acer­ca de la im­po­si­bi­li­dad de dia­lo­gar con al­gu­nos sec­to­res so­bre las di­ver­si­da­des se­xua­les, ¿cómo se tra­ta des­de la po­lí­ti­ca pú­bli­ca esta grie­ta, sien­do que dia­ria­men­te  per­so­nas de car­ne y hue­so son afec­ta­das por la in­vi­si­bi­li­za­ción y el re­cha­zo?

Es su­ma­men­te pe­li­gro­so, por eso es que que­re­mos ba­jar los ni­ve­les de vio­len­cia, el len­gua­je vio­len­to en la dis­cu­sión. Con­si­de­ro que va­mos a sa­lir ga­nan­do to­dos si po­de­mos sen­tar­nos en torno a este pro­ce­so y de­ba­tir co­rrec­ta­men­te. 

Acá hay una gran res­pon­sa­bi­li­dad de to­das las igle­sias. Las igle­sias de­ben ba­jar el ni­vel de vio­len­cia en los de­ba­tes de sus fe­li­gre­ses —sean ca­tó­li­cos, sean evan­gé­li­cos, sean de don­de sean— para que po­da­mos sen­tar­nos a tra­ba­jar to­dos jun­tos. De lo con­tra­rio, es so­la­men­te des­truir y no cons­truir. Ata­car a las per­so­nas es inad­mi­si­ble. Una fun­cio­na­ria del Mi­nis­te­rio de la Ni­ñez y la Ado­les­cen­cia (MIN­NA) fue ata­ca­da por su pelo rojo, la es­cra­cha­ron por­que fue a un pro­gra­ma de te­le­vi­sión. Todo esto es tan su­rrea­lis­ta. Acá solo fal­ta ver los tre­nes que lle­ven a la gen­te al Cha­co, a un gue­to don­de se la en­cie­rre por­que tie­ne una opi­nión o una vida di­fe­ren­te a la pro­pia. Toda esa vio­len­cia te hace re­cor­dar a la ex­pe­rien­cia hitle­ria­na del Reich, en don­de la es­tra­te­gia era “mien­te, mien­te, mien­te que algo que­da­rá”. Acá es­tán usan­do la mis­ma teo­ría. Por­que mien­ten, con­fun­den a la gen­te y arrean a un gru­po de per­so­nas con base en es­tas men­ti­ras. Esto es des­truc­ti­vo. 

Ade­más, este plan lo tra­ba­ja­ron mu­chí­si­mos ado­les­cen­tes y ni­ños que tam­bién me­re­cen res­pe­to por el es­fuer­zo y el tra­ba­jo que han he­cho. 

Hay evidencia de que cuanta más información real y científica tengan los adolescentes sobre la sexualidad, y sus consecuencias, más retardan su primer contacto sexual. Eso no atenta contra ninguna idea moral, contra ninguna idea religiosa. Pero, sobre todas las cosas, en este país hay que educar al varón. Las niñas no se embarazan solas, sin embargo, es a ellas nomás a quienes se les ve la panza y tienen que hacerse cargo del niño. No aparecen los papás.  

En este nue­vo pro­ce­so que se está im­pul­san­do des­de el MIN­NA, ¿cómo se va a aten­der a to­das las vo­ces, es de­cir, a quie­nes in­ter­vie­nen des­de el co­no­ci­mien­to cien­tí­fi­co y quie­nes opi­nan des­de sus creen­cias per­so­na­les? 

Te­ne­mos que apren­der a re­cu­rrir a la evi­den­cia cien­tí­fi­ca. Los que vie­nen con es­tas ideas en re­cha­zo al Plan men­cio­nan mu­cho “la evi­den­cia cien­tí­fi­ca”, pero no hay ni una evi­den­cia que, des­de la cien­cia, sos­ten­ga los ar­gu­men­tos que uti­li­zan para pro­mo­ver una cam­pa­ña en con­tra. La ideo­lo­gía no es cien­cia. En­ton­ces, no pue­de ser igual la opi­nión ba­sa­da en mis creen­cias a las que se fun­da­men­tan en la evi­den­cia cien­tí­fi­ca, esta úl­ti­ma siem­pre tie­ne que es­tar por en­ci­ma. Por eso no­so­tros pe­di­mos au­xi­lio a la aca­de­mia. Las ex­pre­sio­nes de­ben emer­ger de las cien­cias, y la aca­de­mia tie­ne que dar una ex­pli­ca­ción a esto. 

Gé­ne­ro y equi­dad de gé­ne­ro son ca­te­go­rías cien­tí­fi­cas. Am­bas re­fie­ren a una cons­truc­ción so­cial de los ro­les que asu­men hom­bres y mu­je­res en una so­cie­dad en un con­tex­to de­ter­mi­na­do. Y den­tro de este en­fo­que ha­bla­mos de igual­dad de gé­ne­ro, que no es otra cosa que igual­dad de de­re­chos, que está con­sa­gra­da en la Cons­ti­tu­ción y es trans­ver­sal a to­das las po­lí­ti­cas pú­bli­cas del Es­ta­do. 

Ima­gen de por­ta­da: Gen­ti­le­za del Mi­nis­te­rio de la Ni­ñez y la Ado­les­cen­cia

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