Raquel Rojas Scheffer.*
Unas semanas atrás, en un artículo de Terere Cómplice, Noelia Díaz decía que repetidas veces se confrontó con la pregunta de “por qué las mujeres no se interesan en el sindicalismo”. En su texto desmentía esta afirmación disfrazada de pregunta, resaltando la histórica lucha de las trabajadoras por acceder a espacios sindicales e importantes avances en la participación de mujeres en posiciones de liderazgo.
De hecho, el sindicalismo paraguayo actual es un sindicalismo de mujeres. Al menos en las bases, donde ellas son mayoría. Pero su mayor presencia no se traduce automáticamente en agendas sindicales que atiendan sus necesidades, ni mucho menos, en un mayor acceso de mujeres a puestos dirigenciales. Y esto no solo pasa en Paraguay, sino que es un fenómeno observado a escala mundial, que ha llevado a los sindicatos a implementar diversas acciones para mejorar la representación de las trabajadoras.
Las experiencias de las trabajadoras tienen rasgos propios y sus necesidades son diferentes a las de los hombres, diferencias derivadas de construcciones culturales del sistema de género. Por ello, las sindicalistas necesitan espacios para discutir las dinámicas que las afectan en cuanto mujeres y en cuanto trabajadoras, y el movimiento sindical debería reconocer que estas diferencias existen, abordarlas, e intentar mitigarlas en el seno de la organización.
Pero ¿por qué habría que intervenir para que haya más mujeres en el sindicalismo? Al fin de cuentas, ellas tienen el mismo derecho que cualquier otro dirigente, pueden candidatarse y ser electas libremente, me recuerda un representante de una de las centrales sindicales en una entrevista realizada en el marco de la investigación “Sindicalismo en Debate en Paraguay”. No puedo más que darle la razón: no existen restricciones legales que limiten los derechos de participación y representación de las mujeres en el movimiento sindical. Sin embargo, existen otras barreras – tal vez menos tangibles, pero no por ello menos efectivas – que dificultan el involucramiento activo de las trabajadoras en la vida sindical.
La coalición de responsabilidades familiares, laborales y sindicales aparece claramente como el principal obstáculo para que las mujeres encuentren tiempo para dedicarse a una carrera sindical. Esto se debe a la gran sobrecarga de trabajo doméstico y de cuidados que recae sobre ellas, quienes dedican, en promedio, entre tres y cuatro veces más tiempo a estas tareas que los hombres.
Pero, a pesar de estas dificultades, muchas mujeres acceden a puestos dirigenciales en los sindicatos. ¿No estaría la experiencia de ellas demostrando que, cuando hay voluntad, es posible participar? De hecho, cada mujer que pudo llegar a un puesto de liderazgo en el sindicalismo encarna una historia de superación personal y de casi heroica lucha para erigirse como secretaria general o presidenta de su sindicato de base (hasta ahora, hubo y hay solo una mujer ocupando el cargo máximo en una central sindical). Relatos sobre maternidades conciliadas con gran dificultad, sobre “la suerte” de contar con una pareja que las apoye, o la decisión consciente de no formar familia para poder dedicarse a la vida sindical, aparecen una y otra vez. Esto pone de manifiesto que, en caso de querer ocupar un cargo dirigencial en el mundo sindical, no basta para ellas con poseer capacidad de liderazgo y demostrar su compromiso para con la clase trabajadora, sino que deben además poseer una fortaleza casi inquebrantable para conciliar las múltiples tareas y responsabilidades que recaen en ellas solo por ser mujeres. Y todo esto haciendo frente a una sociedad que, en muchos casos, aún considera que su lugar está en el hogar, no en la lucha gremial.
Reconocer esta situación dispar entre hombres y mujeres es un importante paso adelante. Pero también hay que implementar acciones para remover las barreras que restringen la participación de trabajadoras en el sindicalismo. Si se considera que la solución pasa por que cada mujer luche individualmente para posicionarse de igual a igual con los hombres y para que su pareja reconozca su derecho de participación, se pierde de vista la base estructural del problema, el cual requiere un abordaje a nivel organizativo.
El sindicalismo paraguayo ha intentado encarar estos problemas, lo que puede observarse a través de una presencia casi universal de “Secretarías de la Mujer” en las centrales sindicales, la incorporación de temas de igualdad entre hombres y mujeres en cursos de formación sindical, o esfuerzos para garantizar al menos un 30% de participación de trabajadoras en sus órganos colegiados. Pero, a pesar de estos avances, persiste una lógica organizativa que desnuda una práctica sindical que no considera la situación de las mujeres. Por ejemplo, son comunes las reuniones extensas y en horarios que difícilmente se pueden conciliar con la vida familiar, lo que dificulta la participación de trabajadoras en espacios de discusión, formación y decisión. Se crea entonces un círculo vicioso en el que, al contar con una reducida presencia de mujeres en espacios de toma de decisiones, el sindicalismo tienedificultades para reconocer y encarar los problemas que afectan a las trabajadoras de manera desproporcionada, reproduciendo una estructura que las termina alejando.
Esto también se observa en las escasas experiencias de espacios de guarderías, que permiten a las madres sindicalistas asistir a reuniones o cursos de capacitación, y que solo se implementan si las propias mujeres se organizan y luchan por ellos. Mientras las tareas de cuidado sigan siendo consideradas responsabilidad exclusiva de las mujeres, se torna en extremo difícil implementar espacios como estos de manera institucionalizada, puesto que quienes dirigen los sindicatos no lo ven como una prioridad.
Las experiencias de las trabajadoras tienen rasgos propios y sus necesidades son diferentes a las de los hombres, diferencias derivadas de construcciones culturales del sistema de género. Por ello, las sindicalistas necesitan espacios para discutir las dinámicas que las afectan en cuanto mujeres y en cuanto trabajadoras, y el movimiento sindical debería reconocer que estas diferencias existen, abordarlas, e intentar mitigarlas en el seno de la organización. Esto no significa generar una fragmentación al interior del movimiento sindical, por el contrario, significa crear un sindicalismo diverso, inclusivo y abierto a todos y todas, lo que a su vez se traduce en un movimiento sindical fortalecido y con verdadera conciencia de clase.
* Doctora en Sociología por la Universidad Libre de Berlín y Magíster en Ciencias Sociales por la Universidad Humboldt de Berlín. Investigadora categorizada nivel I por PRONII-Paraguay.
** Ilustración de portada: www.lanacion.com.py
*** Este articulo forma parte del proyecto “Sindicalismo en debate en Paraguay” implementado por el Centro Interdisciplinario de Investigación Social (CIIS) con el apoyo de la Friedrich-Ebert-Stiftung (FES). Las opiniones expresadas en este articulo no representan, necesariamente, los puntos de vista del CIIS o de la FES.