[vc_row][vc_column][vc_column_text]Las elecciones presidenciales y legislativas del Ecuador del pasado domingo 11 de abril, han desnudado una realidad preocupante, triste, y que deja más dudas que certezas de cara al futuro del Estado-Nación. A más de la fragmentación generada en la primera vuelta electoral y la incapacidad del órgano electoral en la gestión de las elecciones, se sumó una campaña para segunda vuelta llena de acusaciones y descalificaciones entre partidarios. Las frases que solo sirven para la inmediatez de las redes sociales, la ausencia del debate de propuestas, y un gobierno irresponsable, fueron la tónica de una realidad presente: la descomposición del tejido social ecuatoriano.
La gestión de las elecciones de primera vuelta mostró la incapacidad del órgano electoral de llevar a cabo un proceso confiable. El punto más alto de estos problemas se generó a partir de una mala lectura de los resultados de conteo rápido de actas, y una fallida mediación con los candidatos Yaku Pérez (Pachakutik) y Guillermo Lasso (alianza CREO-Partido Social Cristiano), llegando a un acuerdo que no tenía ningún tipo de sustento jurídico. Este, duró apenas 48 horas, después de lo cual, ambos candidatos marcaron distancias, y las acusaciones de fraude comenzaron a circular desde la candidatura de Pachakutik en contra de la alianza CREO-PSC, mismas que al final no tuvieron respaldo jurídico alguno.
Una vez declarados los resultados oficiales, arrancó la campaña para la segunda vuelta, con una mezcla de incertidumbre, y con casi la mitad de los votos válidos en disputa. Lejos de ser una campaña que anteponga el debate de la propuesta de políticas públicas de cada candidato, las estrategias optaron por la salida más fácil, rentable y eficiente para ganar una elección: descalificar al oponente y posicionar el “nosotros” vs “ellos”. Al más puro estilo de Carl Schmitt, el debate político en el Ecuador puso su mirada en el bueno vs el malo, al ego vs el alter ego, al santo y al demonio, al “banquero” y al “títere”.
Y así, se desarrolló la campaña electoral, con una estrategia que daba señales de inclusión a sectores lejanos para los candidatos en la primera vuelta, pero siempre y cuando estén enmarcados en esa dicotomía de “los buenos vs los malos”. Cada campaña trató de atraer al electorado de los derrotados de la primera vuelta, Yaku Pérez y Xavier Hervás, cuyos seguidores eran principalmente jóvenes con demandas asociadas a los valores postmateriales como el cuidado al medio ambiente y defensa de los derechos de las minorías. Y en el debate entre los candidatos, se vio la ausencia de críticas a la propuesta del rival. Así las campañas trataron de influir en el voto de los ecuatorianos el 11 de abril. Tal es la crispación y polarización política en el Ecuador, que no era rentable para ninguno de los dos candidatos hablar de qué y cómo piensan ejecutar las políticas públicas que plantean.
Ni siquiera se mencionó acerca de la “recuperación de instrumentos de liquidez para proteger la dolarización”, que plantea Andrés Arauz en su programa de gobierno, sin indicar a qué instrumentos se refiere ni el por qué se los va a recuperar. El candidato Lasso tampoco clarificó por qué afirma que las utilidades que cada año reciben los trabajadores privados, son una “carga impositiva muy pesada que deben soportar las empresas” (página 26, del Plan de Trabajo 2021-2025). Tampoco Lasso explicó su propuesta de reforma laboral que incluye la “flexibilidad de horarios laborales, especialmente para mujeres en edad fértil” (página 26, del Plan de Trabajo 2021-2025). También faltó a Arauz dar cuenta del objetivo de una nueva Asamblea Constituyente. Desgraciadamente, la imperiosa necesidad de alcanzar el poder, se antepuso a la discusión sobre la claridad y viabilidad de las propuestas, y una vez más, los ciudadanos y ciudadanas tuvieron como único recurso para definir su voto el meme, el hashtag y la distinción del “bueno y malo”.
Y así transcurrió la campaña electoral, con información sobre el pago de una indemnización de 27.000 dólares al candidato Andrés Arauz, por su salida del Banco Central del Ecuador en el año 2020, o la vacunación del hijo del candidato vicepresidencial de Guillermo Lasso, a inicios de marzo, por fuera del turno establecido por el gobierno nacional. Hay que agregar la descalificación de los partidarios de cada candidato, a sus rivales políticos o a los actores que se sumaron a una de las dos candidaturas, acusándolos de no ser “ideológicamente puros y verdaderos”, de “vendidos”, o de “antipatrias”.
La polarización, combinada con una dosis de fanatismo, ha evidenciado con claridad la ruptura del tejido social. Dicotomías como “El país o la Banca” (en alusión al ahora presidente electo Guillermo Lasso) o “El país o la mafia” (en alusión al excandidato Andrés Arauz), fueron parte de discusiones acaloradas en redes sociales, grupos de whatsapp y en conversaciones familiares y de trabajo. Si bien es cierto que es normal conversar sobre política en época electoral, no es verdad que la descalificación al amigo, hermano, hijo, o compañero puedan ser aceptadas como el pan de todos los días en el Ecuador.
Lejos de ser una campaña que anteponga el debate de la propuesta de políticas públicas de cada candidato, las estrategias optaron por la salida más fácil, rentable y eficiente para ganar una elección: descalificar al oponente y posicionar el “nosotros” vs “ellos”. Al más puro estilo de Carl Schmitt, el debate político en el Ecuador puso su mirada en el bueno vs el malo, al ego vs el alter ego, al santo y al demonio, al “banquero” y al “títere”.
A todo esto hay que sumar la irresponsabilidad, incapacidad y cinismo del gobierno saliente. No solo porque el presidente Moreno anunció, sin ningún empacho, que no existía un plan de vacunación en el país, dos meses después de la llegada de las primeras dosis de vacunas, sino porque no ha existido control y sanciones a quienes transgredieron las disposiciones gubernamentales respecto a la vacunación. Tiktokers, un chef, periodistas afines al gobierno, parejas de ministros de estado y adultos mayores del club rotario de Guayaquil, fueron inoculados con la vacuna cuando no les correspondía. Esto contrasta con las imágenes de adultos mayores respetando los turnos asignados por el ministerio de salud, esperando hasta 6 horas para acceder a una vacuna, en condiciones deplorables para una persona de avanzada edad.
Y en este Estado de cosas, Guillermo Lasso Mendoza inaugurará su administración el 24 de mayo del 2021. Será un gobierno de minoría y tendrá que lidiar con la distribución de cuotas de poder a la interna de su alianza electoral con el Partido Social Cristiano, y con otras fuerzas políticas, para asegurarse espacios de gobernabilidad. Seguramente deberá diseñar un plan de vacunación, y deberá atender una de las demandas más importantes que tiene ahora la ciudadanía: la reactivación económica. La tarea, sin duda, es titánica, pero dados los niveles de polarización, violencia política, e identificación del “amigo-enemigo”, la reconstrucción del tejido social será difícil. Ojalá me equivoque.
*Magíster en Ciencia Política por la Universidad de Salamanca (España) y Magíster en Relaciones Internacionales (Quito-Ecuador). Profesor Universitario. Quito, Ecuador.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]