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Por Mario E. Villalba Ferreira.*
Vivimos en un país en donde las vacas vuelan en aviones y los autos flotan en raudales. Aquí existe un debate poco conveniente, ignorado, pero altamente impostergable: la transición de una sociedad paraguaya tradicionalmente rural a la integración a un mundo categóricamente urbano. ¿Cómo pasamos de ordeñar vacas a ordenar ciudades? ¿Cómo pasamos de la carreta a la bicicleta? Según el Censo de 1972, en aquella época un 63% de la población vivía en zonas rurales y un 37% vivía en zonas urbanas. En contraste, las proyecciones del 2021 indican que, de los 7.353.038 habitantes, 63% hoy vive en áreas urbanas y solo el 37% vive en zonas rurales. Los números se han invertido y las proyecciones señalan que esta tendencia seguirá aumentando. A pesar que el Plan Nacional de Desarrollo se alinea a ese proceso y plantea una transición de una economía basada en recursos naturales a una del conocimiento, existen grupos de poder que mantienen una mirada de un Paraguay rural. Por ejemplo, Fidel Zavala y Fernando Lugo difieren en la reforma agraria, pero mientras el primero insiste en defender el modelo de negocio agro-exportador, el segundo lo critica. A pesar de sus diferencias, ambos coinciden en que el futuro de sus hijos depende principalmente de cómo gestionamos políticas rurales.En un país rico en energía hidroeléctrica, no podemos utilizar nuestras primeras Alianzas Público-Privadas en la ampliación de rutas para mover transganados. Sería más inteligente, aunque inicialmente más costoso, invertir, por ejemplo, en un sistema de trenes que permita mover personas, granos y ganado. Hoy solo pensamos en mover los dos últimos y nos olvidamos de las personasSumado a esto, están los colorados stronistas que se beneficiaron con tierras mal habidas, construcción de infraestructura pública, licitaciones e impunidad garantizada del Poder Judicial. Los herederos de la dictadura hoy controlan grandes extensiones de tierra agro-ganadera y su interés es seguir obteniendo beneficios para dicho sector. En síntesis, tanto en el seno de la oposición (conservadora o progresista) como en el del oficialismo, existe poder económico y político que por inercia tenderá a favorecer o promover políticas públicas que orienten recursos de todos los contribuyentes hacia el campo. En la puja entre intereses rurales, termina siendo más fuerte el modelo agro-ganadero exportador. Esto se constata al ver cómo estos grupos de poder logran que el Estado paraguayo se enfoque en determinadas cuestiones y evite otras, como construir infraestructura que permita mover sus productos desde sus fincas hasta puertos de exportación. Un ejemplo claro es el rol del MOPC en la construcción de rutas, puentes y viaductos. En este punto, las élites rurales quieren un MOPC que use el impuesto de todos para construir mucho asfalto. En contraste, cuando el Metrobús se paralizó por ineficiencia, no vimos a estas élites organizar “tractorazos”. Otro aspecto que muestra la alineación estatal al poder agro-ganadero está en el reducido control sobre el uso sostenible de los recursos naturales. Cuanto menores sean los estándares de uso sostenible de recursos como tierra, agua y bosques en el corto plazo, mayor será el retorno de la inversión rural. En este sentido, los grandes terratenientes tienen el incentivo de un Ministerio del Ambiente poco calificado, con poco presupuesto, mínima estructura y alineado a intereses del modelo agro-exportador. Sin embargo, en el contexto global en donde la agenda principal es el cambio climático, ser negacionistas del impacto de nuestro modelo de desarrollo en el ambiente y la sociedad es ignorancia y soberbia. En un país con limitados recursos financieros, tener criterios democráticos para la asignación de recursos es una tarea pendiente. Hoy el poder económico rural pareciera liderar la agenda de políticas públicas y no así la realidad socio-territorial evidentemente urbana de sus habitantes. Mi abuela Victoria es un ejemplo ilustrativo de lo que pasó con muchas familias paraguayas que en los últimos 50 años se movieron de la vida rural al contexto urbano. Ella heredó de mi bisabuelo Sixto una vaca lechera y algunas gallinas. Ese fue su capital inicial para mudarse de Luque a Campo Grande, una más de las zonas que por sus características de humedad, precariedad de servicios y poca urbanización, servían para que madres solteras pudieran obtener un terreno de 20×50 m2 a 50.000 guaraníes en aquella época. Así como mi abuela, por varios siglos las familias paraguayas vivieron de los beneficios de la actividad rural. En esa transición rural-urbana, ordeñar leche de vaca y venderla en la ciudad permitió a muchas familias al menos proveer de alimentación y educación básica a sus hijos. El valor histórico del campo, las vacas y carretas en la economía es indudable, pero tiene fecha de vencimiento. La mayor parte de la población mundial es urbana. Las grandes decisiones, tecnologías y negocios relevantes para la calidad de vida se definen en ciudades. Pese a los desafíos de las ciudades, estas permiten diversificar las oportunidades para el desarrollo humano. Haber vivido los últimos cuatro años en Rotterdam, Holanda, me ha enseñado que las políticas de desarrollo rural y urbano pueden y deben ser complementarias. Los Países Bajos, con 9,8 veces menos territorio que Paraguay, son el segundo mayor exportador de alimentos del mundo. Al mismo tiempo, sus ciudades son recorridas en bicicleta por millones de turistas y estudiadas por los mejores urbanistas como modelo de desarrollo urbano sustentable. Los países exitosos diversifican su economía enfocándose en el bienestar de toda su población con una mirada de ordenamiento y desarrollo territorial sustentable. En Paraguay nos toca tomar en serio las políticas urbanas si queremos un desarrollo sustentable a largo plazo. En un país rico en energía hidroeléctrica, no podemos utilizar nuestras primeras Alianzas Público-Privadas en la ampliación de rutas para mover transganados. Sería más inteligente, aunque inicialmente más costoso, invertir, por ejemplo, en un sistema de trenes que permita mover personas, granos y ganado. Hoy solo pensamos en mover los dos últimos y nos olvidamos de las personas. Necesitamos que la mayor parte del presupuesto se oriente a construir mejores ciudades con infraestructura para servicios básicos, viviendas inclusivas, espacios verdes de alta calidad, centros educativos y de investigación, reactivación de la economía urbana, transporte masivo y soluciones simples como, por ejemplo, muchas bicisendas. Simbólicamente, nos toca pasar de la carreta a la bicicleta. Este contexto de elecciones municipales y pandemia es, sin dudas, una oportunidad histórica para hacer esa transición. *Politólogo, Urbanista, Investigador y Docente Universitario en Ciencia Política, Gobernanza Urbana y Administración Pública. Máster en Gestión de Ciudades y Candidato a Doctorado (PhD) en Gobernanza Urbana y Desarrollo de la Erasmus University Rotterdam, Países Bajos. Imagen de portada: Lissette Salguero [/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]