Por Rodrigo Ibarrola.
En los comentarios de los reportes diarios del Ministerio de Salud y Bienestar Publica (MSPBS) sobre el avance del COVID-19 no suelen faltar los que, a raíz de los datos, interpretan que las vacunas no cumplen su cometido. Y es que, si uno hace una mirada cruda de los datos presentados, arroja la impresión de que los vacunados mueren en una proporción cercana a los no vacunados o que quienes tienen el esquema incompleto. Bajo ese criterio simplificado de valores nominales, la curva de muertes tendría la apariencia del Gráfico 1.
Gráfico 1. Fallecidos diarios por COVID-19, según estado de vacunación, año 2022, al 10 de febrero.
Fuente: Elaboración propia con datos del Ministerio de Salud y Bienestar Social (MSPBS). Nota: Se toma 2022 porque en este punto es cuando la pandemia inicia una nueva ola y que existe una proporción relevante de personas inmunizadas que permiten evaluar la eficacia.
Atendiendo a que los no vacunados representan a la mayoría de la población, el 57%, parecería lógico que, en términos absolutos, los fallecidos en esa condición sean más numerosos. Por lo que esa lógica daría la impresión de apoyar la idea de que las vacunas no hacen una gran diferencia.
Pero esa comparación tiene un problema a la hora de medir la eficacia de la vacuna. Por un lado, la población no tiene una edad homogénea ni tiene la misma cantidad de personas en cada franja. Sabemos que las complicaciones de salud aumentan con la edad y, consecuentemente, el riesgo de fallecimiento. Por otra parte, no todas las franjas etarias tienen la misma cobertura de vacunación. En atención a esto, resulta necesario hacer un ajuste por edad y por vacunación, lo que normalmente llamamos «controlar variables» para una mejor comparación. Esto no es otra cosa que homogeneizar el tamaño de las franjas etarias para hacerlas comparables. Es cierto, también existen otros factores (comorbilidades, nivel de ingreso, personal de salud, pueblos indígenas, zonas geográficas, etc.), pero para mayor simplicidad, recurrimos a los reportados diariamente por la cartera estatal.
Por eso desagregamos el número de fallecidos, por estado de vacunación y por franjas etarias durante un periodo determinado de tiempo. Luego, agrupamos a las personas con una sola dosis con aquellas no vacunadas, ya que una protección completa se adquiere con el esquema completo y, aun teniéndolo, el nuevo protocolo establece la necesidad de un refuerzo a los seis meses. Hechos los cálculos tenemos los resultados expuestos en la Tabla 1.
Tabla 1. Fallecidos por COVID-19, valores absolutos por rango de edad y estado de vacunación, al 10/02/22.
Fuente: Elaboración propia con datos del Ministerio de Salud y Bienestar Social (MSPBS).
Seguidamente, corresponde igualarlo a una cantidad de personas comparables, digamos, por cada 100.000 habitantes, en situación similar por rango de edad y estado de vacunación —nuevamente— para tenerlo correctamente ajustada por edad, de lo que resulta el Gráfico 2.
Gráfico 2. Fallecidos por COVID-19 por cada 100 000 habitantes, según estado de vacunación, ajustado por edad, año 2022, al 13 de febrero.
Fuente: Elaboración propia con datos del Ministerio de Salud y Bienestar Social (MSPBS).
Lo que nos dice este resultado es que, luego de ajustar por edad, en general, los no vacunados o con vacunación incompleta fallecen seis veces más (395,6/64,1=6,2) que aquellos que tienen el esquema completo o, dicho de otra manera, la vacunación completa previene la muerte por COVID-19 en un 82%. Al dividir por franjas, en la de 60 años o más la situación es similar a la general. En la de 40 a 59 años, el riesgo de fallecer al no estar completamente vacunado es 3,6 veces mayor, es decir, la vacuna previene el desenlace fatal en un 74%. La brecha va reduciéndose a medida que desciende la edad. De esa forma, entre los de 20 a 39 años, el peligro es 2,4 veces mayor, o bien, la vacuna reduce el peligro en un 60%. Lo cual es lógico, debido a que los más jóvenes son los menos propensos a desarrollar la enfermedad leve. Finalmente, la tendencia se revierte en el rango de 0 a 19 años; sin embargo, los datos de fallecidos son insuficientes para una evaluación significativa.
Ahora bien, visto este ejercicio de ajuste, ¿cómo debería ser la proporción de fallecidos para considerar que la vacuna no hace gran diferencia en prevenir fallecimientos? Tomemos la franja de 60 años o más, donde se agrupa el 80% de los fallecidos. Dado que vacunación con esquema completo en ese rango alcanza el 74%, los decesos entre los vacunados debería ser el triple del otro grupo. Claramente este no es el caso.
Pero ¿por qué se ha perdido la confianza en la vacunación al punto de dudar de su eficacia? Podemos ensayar algunas respuestas, siempre insuficientes. Quizás haya faltado explicar con mayor claridad que un 90% de efectividad no era un índice de probabilidad de morir por la enfermedad, sino una relación entre los fallecidos entre los participantes vacunados y el grupo control (los que recibieron placebos). Sí, también hubo fallecidos entre los vacunados en los ensayos. O bien, faltó mayor destaque en las implicancias de las nuevas variantes en la efectividad inicial. Por ejemplo, Ómicron ha subvertido severamente la eficacia de las vacunas. Recordemos que la mayoría de los ensayos vacunales al momento del desarrollo fue realizada durante la circulación de la variable original, por lo que la efectividad (término utilizado en los ensayos) no es lo mismo que la eficacia (término utilizado cuanto se utiliza en poblaciones, es decir, en el mundo real). Los ensayos no son realizados en las mismas poblaciones, ni en la misma etapa de la pandemia, ni con las mismas variantes en circulación. Todo es cambiante, y también lo es la eficacia. Pero no por ello deja de ser útil. Al contrario.
A diferencia del cálculo anterior, donde consideramos la población en general, si tomamos únicamente a los contagiados (Gráfico 3), veremos que la diferencia es aún mayor. Los infectados no vacunados fallecen 10 veces más que los vacunados, es decir, la vacunas reducen 91% el riesgo de muerte una vez infectado.
los no vacunados o con vacunación incompleta fallecen seis veces más (395,6/64,1=6,2) que aquellos que tienen el esquema completo o, dicho de otra manera, la vacunación completa previene la muerte por COVID-19 en un 82%.
Gráfico 3. Fallecidos por COVID-19 por cada 1000 infectados, según estado de vacunación, ajustado por edad, enero 2022
Fuente: Dirección de Vigilancia de la Salud, Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social
Las vacunas sí sirven, y las cifras lo corroboran.
Imagen de portada: free_pik