Por Jorge Rolón Luna *
El mundo actual está gobernado por sinvergüenzas y ladrones; además de eso, traficantes, piratas y contrabandistas lo están remodelando de acuerdo a sus intereses, afectando gobiernos, violentando sociedades y socavando democracias, sostienen Olivier Bullough y Moisés Naím en recientes obras. Con respecto al libro de Olivier (“Moneyland: Por qué los ladrones y los tramposos controlan el mundo y cómo arrebatárselo”), el novelista John Le Carré ha dicho: “Todo político y hombre de dinero del mundo debería leerlo, pero no lo harán, porque de hecho este libro trata sobre ellos”. Y como dice Moisés Naím (“Ilícito: cómo el contrabando, los narcotraficantes y la piratería desafían la economía global”): “el negocio ilícito, primero es negocio, luego es ilícito”.
Las tesis de estos dos autores van más allá de un análisis de gobiernos débiles y economías primitivas como la paraguaya, ya que en nuestro país lo ilícito no se esconde. No olvidemos que aún somos agrícolas y ganaderos, en espejo con las sociedades preindustriales. Los hechos recientes lo exponen, como la implosión de una parte de nuestra neoburguesía notoriamente delincuencial, muy cercana a gobernantes y políticos, especialmente de la ANR, sin duda alguna, nuestras élites dominantes son del peor linaje.
Pero el problema que los referidos libros abordan es global, profundo y del mundo desarrollado, y esa mirada no debe soslayarse en ningún momento para no hacerse vanas ilusiones. El conflicto bélico desatado hace unos días por el ataque militar de Rusia a Ucrania da pistas sobre lo que estamos diciendo. Como Rusia no es Irak, ni Libia, ni Siria, ni Palestina, la abstención generalizada de acciones militares contra ese país solo ha producido sanciones y amenazas de sanciones económicas. El primer ministro británico Boris Johnson, que se permite respirar de las investigaciones de Scotland Yard por sus fiestas en pandemia, ha decidido, en sus palabras, aplicar las más grandes sanciones de la historia a Rusia, algo de lo que muchos dudan y hasta consideran risible ¿Y por qué esto? Pues los negocios que la City londinense maneja como parte de su propia esencia no permitirían llegar muy lejos. “Londongrad” se ha denominado a Londres por ser el lugar favorito de los “oligarcas” rusos para lavar su dinero (también de los oligarcas de otros lares). Como recuerda un periodista argentino, el funcionario anticorrupción nigeriano Isaiah Rada dijo recientemente que el Reino Unido es “la más notoria guarida fiscal para los fondos ilegales del mundo”, mientras que el periodista y escritor italiano experto en mafia Roberto Saviano, señaló a la City londinense como “el lugar más corrupto del planeta”.
Ahí cerca, un hecho que estaba convirtiéndose en un gran escándalo y que estaba apeligrando calificar al sistema bancario suizo como de alto riesgo en materia de crímenes financieros y lavado de dinero, pasó prácticamente desapercibido en Paraguay: “los Swiss Secrets”. Una filtración de documentos del banco helvético Credit Suisse mostró cómo este banco alberga más de 100.000 millones de US$ pertenecientes a políticos corruptos y delincuentes del mundo entero.
Nuevamente debemos preguntarnos, si esto ocurre en democracias tradicionales, con alto grado de desarrollo institucional, ¿nosotros qué? Tal vez la diferencia estribe en que los políticos británicos o suizos rara vez se saquen fotos con narcotraficantes o sus partidos recluten de representantes a verdaderos truhanes como el exdiputado Ozorio, a otros que terminan baleados por sus competidores traficantes o a personajes de reconocida militancia delictiva que ni falta hace mencionar (la lista es larguísima). Por acá, a diario vemos a verdaderos carruajes abrazándose con un importante político y comerciante (más ilegal que legal) en la mansión del beso del anillo o con un vicepresidente que tampoco tiene escrúpulos a la hora de reclutar adeptos o de asociarse a donantes sucios para su campaña 24/7 –como si ya careciese de obligaciones para con el cargo que aún detenta. Ni hablar de empresas, bancos, cooperativas, universidades, clubes deportivos, que vemos vinculadas a estos negocios y dineros ilegítimos que no mencionamos para no caer en el anecdotario.
La semejanza es que el dinero sucio aceita tanto las estructuras de democracias consolidadas, como las de democracias de baja intensidad o apenas electorales como la nuestra. Paraísos fiscales manejados por países poderosos pero no tan pudorosos hacen que el dinero del narcotráfico y de todo tipo de corrupciones, sea adecentado y pueda circular acrecentando el comercio mundial. La línea que divide a los negocios legales de los ilegales es cada vez más fina y eso estamos viendo también en nuestro país, aunque ya viene siendo advertido por académicos desde hace tiempo: concesionarias de vehículos, gimnasios, ganaderas, emprendimientos inmobiliarios, son las predilectas para la labor lavadora.
Si bien la historia registra el primer paraíso fiscal en el siglo II a.C., cuando los romanos premiaron a la isla de Delos por su fidelidad como un lugar libre de impuestos, no sería hasta el siglo XIX que se empezaría a delinear el fenómeno. Y no fue en una isla remota con nombre raro, fueron los estados norteamericanos de Delaware y New Jersey, los que inauguraron el concepto de “incorporación fácil” (comprar una “compañía prefabricada” y hacerla “funcionar” en 24 h). Más adelante, los tribunales británicos inventaron el concepto de “residencias virtuales” (la base de los modernos paraísos fiscales) y los suizos pusieron lo suyo en 1934 incorporando en su Ley de Bancos el secreto bancario. Hoy día, uno de los polos más importantes de tax heavens en el mundo, está íntimamente ligado a la City londinense, como lo señala el historiador de este tema Ronen Palan.
El proceso de financiarización del capitalismo que llegó en los años 90’s aupado por el neoliberalismo, disparó el papel de estos paraísos ocultadores de activos sucios producto de la evasión impositiva, del robo de fondos públicos, de los sobornos y del producido por las actividades delictivas a gran escala. El mundo de las finanzas globales se vincula indiscutiblemente con el dinero generado por actividades ilegales –como lo reconoce el propio FMI– por lo que esta simbiosis es afín al capitalismo financiero propio de estos tiempos.
En un contexto en el que los Estados se muestran impotentes ante las fuerzas de la criminalidad y la ilegalidad, Paraguay es apenas un eslabón más de esta arquitectura, en donde nos toca la extrema violencia del narcotráfico, niveles y formas insostenibles de corrupción y, proveer a mercados hambrientos de marihuana y cocaína. En todo esto, el involucramiento estatal y de vastos sectores del empresariado es no solo notorio, sino decisivo. Y esto no es nuevo, hace 12 años, Tomás Palau (+) señalaba entre los poderes reales en nuestro país a los “narcos y a los empresaurios”.
Nuevamente debemos preguntarnos, si esto ocurre en democracias tradicionales, con alto grado de desarrollo institucional, ¿nosotros qué? Tal vez la diferencia estribe en que los políticos británicos o suizos rara vez se saquen fotos con narcotraficantes o sus partidos recluten de representantes a verdaderos truhanes como el exdiputado Ozorio, a otros que terminan baleados por sus competidores traficantes o a personajes de reconocida militancia delictiva que ni falta hace mencionar (la lista es larguísima).
En el contexto observado, los países con mayor grado de estabilidad política e instituciones más fuertes, a lo sumo tienen menores niveles de violencia y corrupción (o más sectorizada) porque la exportan hacia la periferia. Pero, décadas de acumulación obscena en poquísimas manos han generado también desigualdades extremas y peligrosas violencias, extremismos y descontentos en el mundo desarrollado que requieren respuestas impostergables.
En nuestro caso, de una dictadura cruel y corrupta, hemos hecho poco para pasar a una democracia mínima con disfrute de derechos. Y antes que un Estado fallido, tenemos un Estado Bandido; antes que un Estado débil, un débil Estado de derecho.
* Abogado, docente e investigador. Autor de “Una constitución asediada. El (mal) Estado Constitucional de Derecho en el Paraguay”.
Imagen de portada: La Razón.es