Elecciones 2023

Santiago Peña: ni outsider ni libre de condicionamientos en el Partido Colorado


Por Gustavo Setrini *

La consigna de la campaña presidencial ha sido “el cambio”. La concertación nacional nos afirma que Efraín Alegre y Soledad Núñez son “el único cambio posible”. La ANR nos dice que con Santiago Peña y Pedro Aliana “vamos a estar mejor”. El palpable deterioro de la seguridad y calidad de vida de la mayoría de los paraguayos ha desgastado la legitimidad de nuestras autoridades políticas y del modelo político de los partidos tradicionales. La coyuntura demanda que los candidatos eviten parecer “más de lo mismo”.

En este contexto, se ha hecho particular énfasis en el supuesto estatus de Santiago Peña como “outsider” o neófito en la política electoral. Sus partidarios hacen notar sus credenciales académicas como evidencia de su solvencia técnica, mientras sus opositores cuestionan su lealtad partidaria y su falta de experiencia militante y de gestión política. Sin embargo, los términos “outsider” o “neófito” son un tanto eufemísticos como caracterización del candidato colorado. ¿Se puede calificar la figura política de Santiago Peña como “outsider”? 

Considerar a un político como “outsider” significaría que haya acumulado su legitimidad y capital político en un campo distinto a la política electoral y que haya utilizado esa legitimidad para ingresar de forma relativamente independiente a la disputa electoral. Por ejemplo, se podría calificar más precisamente como “outsider” la figura de Fernando Lugo, que acumuló su capital político como Obispo dentro de la Iglesia Católica y luego ingresó a la política electoral desde una alianza, pero sin formar parte de un partido político. Su capacidad de movilizar votos tuvo un origen fuera de la política electoral y de los partidos políticos y este estatus incluso explicó algunas características, tanto positivos como negativos, de su gestión presidencial. 

A diferencia de Lugo, la capacidad de movilización de votos de Santiago Peña se relaciona con dos factores: su vínculo estrecho con Horacio Cartes (primero como su nombrado Ministro de Hacienda y luego como ejecutivo en Banco Basa) y su estatus como el candidato electo en las internas del Partido Colorado. 

Se suele remarcar la trayectoria académica y técnica de Peña. Si bien una credencial como su título de maestría en políticas públicas de un programa respetado en Estados Unidos le distingue de candidatos que acceden a cargos en la función pública gracias a largas carreras electorales dentro de la ANR y sin credenciales idóneas, no se puede decir que Santiago Peña acumuló su capital político por su destaque en la academia o en el campo de las políticas públicas o la administración pública, que son campos que de cualquier modo tienen poco peso hasta ahora en la disputa política paraguaya. 

un posible gobierno de Peña tendrá poco o nulo espacio fiscal para atender estas urgencias de la población en general. Eso hace probable que el gobierno enfrentará un escenario de creciente frustración y movilización social, al cual podría responder con una combinación de cooptación clientelar de sectores simpatizantes con el partido y de represión política de opositores. Como presidente, Santiago Peña, lejos de representar un cambio, estaría obligado a dar continuidad al mismo modelo político que atrapa al país desde hace décadas.

En ese sentido, para ganar votos, Santiago Peña tendrá que respaldarse en dos activos: la capacidad de movilización de la maquinaria electoral de la ANR con sus caudillos y punteros a lo largo del país, así como el financiamiento y respaldo político de Horacio Cartes, actualmente asediado por las sanciones de la embajada de los EEUU. 

Al contrario de ser un outsider, Peña en realidad está preso a la dinámica del Partido Colorado. Si gana las elecciones, Santiago Peña tendrá que lidiar con la oposición interna de la facción tradicionalista del Partido Colorado, actualmente liderado por Mario Abdo Benítez, tanto dentro del Poder Legislativo como dentro del partido mismo. Las dos facciones representan no solamente dos bandos en disputa, sino dos visiones distintas del futuro del partido y de su relación con la sociedad y el Estado. En los discursos recientes de Santiago Peña, se nota un esfuerzo de reivindicar el populismo y clientelismo que tradicionalmente moviliza a las bases del partido.  Sin embargo, Peña no debe su lugar al apoyo popular, sino a sus vínculos con la élite empresarial y económica, para quienes el clientelismo y populismo representan barreras a la hegemonía política empresarial. 

No obstante el intento de unificar al partido detrás de su figura, se puede anticipar que una eventual gestión de Peña tendrá poca disciplina partidaria en el Congreso. Es decir, tendrá enfrente un desafío grande de fortalecer la legitimidad de su liderazgo frente a su propio partido. A esto se puede sumar que deberá ganar legitimidad frente a la población en general, con lo cual deberá enfrentar un contexto de deterioro de las condiciones de vida provocado por la pandemia de COVID 19, una acelerada inflación y déficits importantes en áreas como salud, educación, transporte, seguridad social y desarrollo de sectores industriales y de servicios de mayor valor agregado y dinamizadores de empleo de mayor calidad. 

Considerando que un aumento de impuestos será vetado por el sector empresarial cercano al candidato, un posible gobierno de Peña tendrá poco o nulo espacio fiscal para atender estas urgencias de la población en general. Eso hace probable que el gobierno enfrentará un escenario de creciente frustración y movilización social, al cual podría responder con una combinación de cooptación clientelar de sectores simpatizantes con el partido y de represión política de opositores. Como presidente, Santiago Peña, lejos de representar un cambio, estaría obligado a dar continuidad al mismo modelo político que atrapa al país desde hace décadas.

* PhD en Ciencias Políticas por el Institute Tecnológico de Massachusetts (EEUU).

Fuente de la imagen: ABC Color

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