Internacionales

Argentina ante la configuración de un nuevo mapa electoral


Por Lorena Soler*

El domingo 13 de agosto de 2023 se realizaron en Argentina las elecciones primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO). Esta ingeniería electoral fue creada por la entonces presidenta Cristina Fernández en 2009 para la selección de candidatos de los partidos políticos, es decir, unas elecciones primarias para decidir quiénes disputarán los cargos electivos del nivel nacional. Dicha estrategia electoral se impuso para dotar de cierta racionalidad a la disputa al peronismo, democratizando los mecanismos de decisión, y para reducir el número de jugadores mediante el umbral electoral de 1,5% de los votos válidos. Se intentó exportar el modelo uruguayo, para una Argentina donde las disputas políticas se dan en la calle antes que en las urnas.

El resultado de las PASO arrojó la configuración de un nuevo mapa electoral, que el 22 de octubre reflejará un nuevo mapa de poder. Por ahora, el resultado mostró, aun con un empate tripartito, un indiscutible ganador, Javier Milei, y tres grandes perdedores: Juntos por el Cambio, Horacio Rodríguez Larreta y el peronismo.

El partido la Libertad Avanza, de Javier Milei, se impuso con 7.116.352 votos (un 30%), frente a Juntos por el Cambio con 6.698.029 votos (28,2%) –divididos entre Patricia Bullrich (16,98%) y Horacio Rodríguez Larreta (11,30%)- y Unión por la Patria con 6.460.689 votos (27,27%), -divididos entre Sergio Massa (21.4%) y Juan Grabois (5.9%). Milei fue el candidato más votado, para sorpresa de todos: analistas, intelectuales, consultores y políticos de muchos kilómetros. También para el militante barrial, el twitero incansable y la vecina de la esquina. El derrotero de Javier Milei no es nuevo. Hace varios años forma parte del staff de invitados diarios a los canales de noticia y desde 2021 se desempeña como diputado nacional por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Tampoco sorprende su fenómeno político cultural que se estudia en ámbitos académicos y periodísticos con rigurosidad. Varios trabajos trascendentes han examinado su ideología libertaria, han confeccionado etnografías de sus actos políticos y han realizado simposios sobre sus libros. Pero la novedad del domingo es otra. Javier Milei ya no es sólo un experimento político de derecha radical, es una fuerza electoral nacional. En ese pasaje, derribó el primer mito: nos enseñó que ya no es un fenómeno porteño ni bonaerense y ni exclusivamente urbano. Javier Milei salió tercero en las dos Buenos Aires (capital y provincia), pero ganó en 16 provincias del país con un voto transversal, en términos de clases sociales, generaciones, viejas identidades políticas e ideologías empañadas. Fue durante un tiempo el candidato que el establishment, para decirlo en una categoría rápida, puso en el centro de la escena. De esa forma conseguía que todo el escenario electoral se configurará en la geografía de las derechas y mostrar a un Juntos x el Cambio como la versión demócrata. Ahora, el mismo establishment busca desesperadamente desactivarlo. Empresarios, corporaciones y acuerdo frágiles con el FMI comienzan a crujir frente a un personaje político que puede poner en riesgo su propia subsistencia.  Para reto, ya alcanzaron Trump y Bolsonaro.

Estamos frente a un triple empate y el final solo aporta incertidumbre. “Todo puede pasar” es la frase que recorre los análisis de coyuntura. Pero no estamos frente a un 2001 (disolución de la autoridad estatal y monetaria) ni antes un 2015, donde Daniel Scioli podía mostrar a Mauricio Macri indicadores bienestarista de un gobierno que se iba por la puerta grande.

Ni propios ni ajenos dimensionaron la posibilidad de que Javier Milei sea elegido en primer lugar para ingresar cómodo a la carrera presidencial, cuya primera vuelta se dirime el 22 de octubre. Había varios elementos para suponer que quedaría en un tercer puesto en el resultado del domingo 13 de agosto: su ausencia de estructura partidaria y los magros resultados obtenido en las elecciones provinciales, en las cuales Milei no era candidato, que se realizaron “separadas” de las PASO en los meses anteriores. Los gobernadores, entrenados en el arte de subsistir, realizaron sus propias elecciones provinciales desenganchados de las PASO, lo que probablemente hubiera ordenado el tablero de otra manera. Como ejemplo contrafáctico vale subrayar que el domingo Libertad Avanza pierde en tres de las cinco jurisdicciones donde se elegían gobernadores y otras autoridades provinciales: Milei no fue el candidato más votado en la Ciudad de Buenos Aires, Provincia de Buenos Aires y Catamarca.

También Milei es hijo de un fenómeno que crece en las democracias actuales; electores independientes que no solo deciden el voto minutos antes del cuarto oscuro, sino que arman su propio collage electoral: pueden elegir opciones cruzadas para cada una de las instancias de representación (intendentes, gobernadores, presidentes) con tijera y plasticola. Esta práctica, que seguramente en la provincia de Buenos Aires y el conurbano fue alentada por los propios intendentes, cada vez que el fenómeno de Libertad Avanza crecía en sus territorios y amenazaba con su posibilidad de sobrevivencia, se conjuga con otros dos comportamientos: el ausentismo y el voto en blanco. El domingo 13 concurrieron a las urnas 1.438.897 electores menos que en 2019 y, de lo que concurrieron, 1.148.342 votaron en blanco. O si se prefiere, de 35 millones de personas que estaban habilitadas para votar, 11 millones se abstuvieron.

El segundo lugar lo obtuvo Juntos por el Cambio, el único partido que realmente disputaba su interna en las PASO. Allí, Patricia Bullrich se impuso (4.022.466 votos, 16,98%) frente a Horacio Rodríguez Larreta (2.675.563 votos, 11,30%). Sumados, lograron un 28% de las PASO, sin duda un magro resultado para el partido. Además, la competencia por el mismo electorado que Javier Milei, coloca a la tradicional primera derecha partidaria nacional en un complicado escenario de cara a octubre.

En las PASO de 2019, la fórmula de Juntos por el Cambio, Mauricio Macri – Miguel Pichetto, había obtenido 7.825.998, es decir 1.127.969 más que esta última elección. Allí, seguramente, fue decisivo el poco peso que Larreta, el Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, obtuvo en el territorio nacional, pero también en su propia comuna, su propia casa, su propia vidriera. Ilusionado con la trayectoria de su exjefe Mauricio Macri, imaginó el pasaje del gobierno de la ciudad al gobierno de la Nación sin más obstáculo y terminó en una derrota estrepitosa. Demostró ser un gestor, pero no un político. El PRO es también una gran papelera de reciclaje.

Y, por último, el peronismo que sufrió una derrota histórica, perforando su piso electoral. Desde el 2015 el peronismo no encuentra el pulso de sus propios males. Un kirchnerismo que no termina de depurarse ni morirse en alguna de sus versiones. Una liga de gobernadores sin brújula ni peso electoral. Un peronismo porteño y una vicepresidenta que marcaron, las cartas finales de actual presidente Alberto Fernández. Hasta acá, se acabó la hegemonía peronista en la Cámara de Senadores, fundada en el año 83′ y nunca puesta en cuestión. Pero además, como síntoma de la época, Massa perdió en Tigre, su municipio baustismo, y los Kirchner perdieron en Santa Cruz. La crisis de la dos casas matrices, al decir de Carlos Pagni.

Sergio Massa, el candidato de la urgencia, el único candidato con votos  24 horas antes del cierre de lista. El candidato de un ministerio de economía con índices de inflación y pobreza que destruye en segundos cualquier identidad política. Sin campaña electoral, sin jefes o jefas que los escolten, Sergio Massa tuvo un desempeño decoroso que deberá agradecer a Axel Kicillof, el único candidato peronista que en su disputa por la candidatura a gobernador de la provincia de Buenos Aires retuvo el puñado de electores que pueden colocar al oficialismo en el ballotage.

Todos estos elementos configuran un nuevo mapa electoral y político que describe con claridad un fin de ciclo. Cambios profundos en la representación política, reflejo de una sociedad quebrada, fragmentaba e individualizada como bien describió José Natanson. Milei es un poco el voto del Tik Tok, pero también de los que no pueden imaginar perder derechos porque ya no los tienen o nunca los tuvieron. Para imaginar perder la jubilación, primero tenés que ser un trabajador formal.  Se suma, una derrota histórica del peronismo como partido y  movimiento que ordenó el poder en la Argentina y que construyó poderosos horizontes de igualdad e integración bajo la “justicia social”. Esta consigna histórica, que, sin encarnadura social, hoy Milei puede convertir en lema y llamar a destruirla El peronismo que puso el Estado y con él los derechos a disposición de las mayorías, las deja hoy a la intemperie. Ante la nada, el discurso mágico y simplista de Milei resulta atractivo, convocante y un punto de fuga para tanto malestar.

El tablero electoral obliga a pensar otra campaña electoral. Rearmar acuerdos, buscar aliados en viejos traidores y rehacer ajustados cálculos matemáticos con escasos votos.  Estamos frente a un triple empate y el final solo aporta incertidumbre. “Todo puede pasar” es la frase que recorre los análisis de coyuntura. Pero no estamos frente a un 2001 (disolución de la autoridad estatal y monetaria) ni antes un 2015, donde Daniel Scioli podía mostrar a Mauricio Macri indicadores bienestarista de un gobierno que se iba por la puerta grande. De hecho, Cristina Fernández supo hacer de su despedida como presidenta un hecho político y colectivo. Esta suerte postpandemia no es la de Alberto Fernández ni la su vicepresidenta.

El reloj corre demasiado lento para una ciudadanía que pasará un semestre sumergida en un proceso electoral que mira, una vez más, con lejanía y desconfianza.

* Docente e investigadora de CONICET, UBA y IEALC.

Imagen de portada: www.elciudadanoweb.com

 

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