Internacionales

Horror selectivo


Por Mauricio Maluff Masi*

El pasado 7 de octubre amaneció con la noticia de una ofensiva sorpresa por parte de Hamás contra Israel. Además de los usuales ataques con proyectiles, la incursión hacia el territorio controlado por Israel, que incluyó cobardes ataques contra la población civil, provocó inmediatas expresiones de horror por parte de nuestras autoridades nacionales, figuras mediáticas y por el resto de la ciudadanía a través de las redes sociales. La justa condena a estos indiscriminados ataques contra civiles israelíes, sin embargo, provoca a la reflexión sobre qué actos de violencia son los que generan el rechazo de los paraguayos y de la comunidad internacional.

El ataque partió de la franja de Gaza, donde viven dos millones de palestinos, de los cuales más de la mitad son niños. Este territorio, uno de los más densamente poblados de la tierra, existe bajo un absoluto bloqueo aéreo, naval y terrestre por parte de los gobiernos israelí y egipcio desde el 2007. La población vive bajo condiciones de pobreza y subyugación difíciles de imaginar, en lo que diversos observadores describen como una «prisión a cielo abierto». Sergio Jalil, especialista argentino en el Medio Oriente, relata que “no puede entrar ni salir ningún producto sin autorización israelí, ni por tierra o mar. Los recursos propios de los civiles palestinos son muy escasos, trabajan en la informalidad y dependen de los suministros que Israel deja que entren, incluso el dinero. Para salir de Gaza también necesitan de un permiso especial.” La población que hoy vive allí en su mayoría no es originaria, sino que fueron desplazados por el estado de Israel de otras regiones de Palestina a través de sucesivos conflictos. Incluso antes de los bombardeos más recientes, «el 62% de la población necesitaba asistencia alimentaria; los cortes de electricidad eran de 11 horas al día de media; el 78% del agua corriente no era apta para el consumo humano; y el desempleo era del 46%».

Nada de esto justifica los recientes ataques, pero vale pausar y pensar sobre por qué somos tan prontos para condenar un breve torrente de violencia, y tan hábiles para ignorar prolongadas condiciones de opresión. No es una hipocresía particular del paraguayo ni del conflicto entre israelíes y palestinos. En Un yanqui en la corte del rey Arturo, Mark Twain comentaba sobre el Terror al final de la revolución francesa: «Existieron dos “Terrores”, si tan solo lo recordáramos: uno produjo asesinatos en el calor de la pasión, el otro mató a sangre fría; uno duró apenas unos meses, el otro mil años; uno mató a diez mil, el otro a cientos de millones; pero todos nuestros estremecimientos son por los “horrores” del Terror menor, el Terror momentáneo; pero, ¿qué es el horror de la rápida muerte bajo el hacha comparado con la larga muerte de hambre, frío, insulto, crueldad y angustia?».

El ser humano, con su infinita capacidad de adaptación, tiende a desplazar los horrores cotidianos hacia el fondo de la conciencia, donde pueden ser plácidamente ignorados. Si hoy, caminando al trabajo, vemos a un soldado con una bota sobre el cuello de un pobre prójimo, tal vez nos horrorizaría. Pero si lo vemos todos los días, al cabo de unos días ya se volvería parte de esas violencias de fondo, las que son parte del paisaje y podemos ignorar sin riesgo. Para ignorarlo más fácilmente, tal vez incluso aprenderíamos a creer que el prójimo bajo la bota merece estar ahí, por ser un subversivo sin remedio. El psicólogo social Melvin J. Lerner denomina a este último fenómeno la «creencia en un mundo justo»: nos es más fácil creer que todo quien esté siendo castigado se lo merece, pues así podemos mantener la ilusión de vivir en un mundo ordenado. Luego, si vemos al hombre bajo la bota insultar al soldado, o tratar de responder con violencia, podríamos llegar a creer que es un incivilizado, lo cual reforzaría aún más nuestra creencia de que merece estar donde está. Y si por último el hombre consigue levantarse y dar un puñetazo al soldado que lo oprimía, tal vez reaccionaríamos con el mismo horror con el que este mes reaccionamos hacia los ataques de Hamás.

La analogía no aplica sólo a este caso, sino también a la reacción paraguaya a toda violencia social. En el campo de nuestro propio país, siempre somos más prontos a condenar un pequeño brote de violencia por parte de campesinos sin tierra, que la larga opresión que los dejó en el despojo, los regulares asesinatos a sus líderes, y demás indignidades que crean las condiciones para la violencia.

vale pausar y pensar sobre por qué somos tan prontos para condenar un breve torrente de violencia, y tan hábiles para ignorar prolongadas condiciones de opresión

Ahora que Israel está en proceso de responder, como siempre, con violencia totalmente fuera de proporción al ataque original, incluso contra una población civil que, en su mayoría, nunca apoyó a Hamás ni votó por ellos, e incluso preparándose discursivamente para un genocidio a la población de Gaza, no veo el mismo amplio rechazo a la violencia por parte de líderes políticos ni analistas paraguayos, salvo algunas valientes excepciones. El presidente Santiago Peña, en particular, se limitó a manifestar su «apoyo» al presidente de Israel. Para algunos es simple falta de curiosidad moral: los conflictos internacionales, al igual que la política local, son como partidos de fútbol, donde nada de lo que «los nuestros» hacen está mal y todo lo que «los otros» hacen está mal. Otros, tal vez, simplemente se acostumbraron a ver al pueblo palestino bajo la bota. Y para los demás, siempre queda la mera hipocresía.

* Máster en filosofía por Northwestern University. Actualmente cursa el doctorado en filosofía por la misma universidad.

Imagen de portada: Librujula.publico.es

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