Por Sofía Martínez Osorio*
En El Salvador, la democracia ya no puede ser entendida como se concebía originalmente, con un sistema de pesos y contrapesos que facilita la expresión de opiniones diversas. El presidente Nayib Bukele ha sido reelegido el 4 de febrero de 2024, en unas elecciones donde obtuvo una mayoría absoluta en la Asamblea Legislativa. En la práctica, el resultado electoral ha suprimido la división de poderes.
Es la primera vez en ochenta años, desde el prolongado mandato del General Maximiliano Hernández Martínez, que un presidente salvadoreño se reelige. Para Nayib el pueblo salvadoreño ha respaldado la continuación de la lucha contra las pandillas mediante el voto emitido en comicios “democráticos”, donde habría obtenido 58 de los 60 escaños en la Asamblea Legislativa. Durante su discurso, el presidente afirmó que “El Salvador ha roto todos los récords de todas las democracias en toda la historia del mundo. Desde que existe la democracia nunca un proyecto había ganado con la cantidad de votos que hemos ganado este día. Es literalmente el porcentaje más alto de toda la historia”.
A estas alturas, la democracia en El Salvador ya no puede ser interpretada en su sentido original, es decir, como un sistema que asegure la existencia de contrapesos que posibiliten la expresión de opiniones diferentes al gobierno en el poder. Con una mayoría absoluta en la Asamblea Legislativa, se ha abolido por completo la separación de poderes. Sin embargo, la población tiene sentimientos contradictorios respecto a esta situación. Según la encuesta preelectoral del Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP) , el 68% de la población está en desacuerdo con que un presidente concentre el poder de todos los órganos del Estado, pero el 70% se mostró a favor de la reelección presidencial.
El camino hacia la reelección se ha ido trazando de manera progresiva, desde la nominación de nuevos magistrados hasta una serie de reformas electorales, incluyendo la reducción del número de parlamentarios de 84 a 60 y la disminución de municipios de 244 a 44, todas con el objetivo único de eliminar la oposición del escenario político. De este modo, la presencia de los partidos opositores ha ido desapareciendo gradualmente, una tarea que no ha sido complicada para el partido en el gobierno. Estas elecciones han dejado claro que la oposición en El Salvador no se ha unificado y está en peligro de desaparecer.
Nayib Bukele hoy presume de haber erradicado las pandillas durante su mandato anterior y asegura al pueblo salvadoreño que los pandilleros no serán liberados: “Gracias a Dios, El Salvador ha pasado de ser el país más inseguro a ser el más seguro del continente occidental”, pero “en los próximos cinco años, esperen a ver lo que vamos a hacer”
El presidente Bukele además recurrió a irregularidades en la misma jornada electoral. Quebrantó el período de silencio obligatorio y, utilizando recursos estatales, ofreció una conferencia en la que arremetió contra los medios de comunicación nacionales e internacionales, además de reiterar que el voto de los salvadoreños era fundamental para no perder ni un solo escaño en la Asamblea Legislativa. Según el mandatario, de lo contrario, la oposición podría liberar a los pandilleros y desencadenar represalias. Este discurso fue coordinado con los diputados del mismo partido, quienes también concedieron entrevistas en varios medios de comunicación.
Esta estrategia de infundir miedo no se limitó únicamente a los discursos. A pesar de que el Código Electoral prohíbe la propaganda tres días antes de las elecciones, el día de las elecciones el Gobierno emitió publicidad en cada bloque informativo, en la televisión nacional y en las transmisiones en vivo. El anuncio instaba a la población a votar para evitar regresar al pasado, “un pasado al que nadie quiere volver “, donde las personas estaban confinadas en sus hogares y no los pandilleros. Según el anuncio, la única forma de mantener a los pandilleros tras las rejas era mediante la reelección presidencial y la mayoría legislativa.
Con estas estrategias, Nayib y sus diputados atemorizaron a la población y enfatizaron repetidamente el estado de excepción. La idea de contraponer los derechos humanos de las personas decentes con los de los pandilleros ha servido como un incentivo para que la población vote, no solo por cumplir con su deber cívico, sino también por el miedo a posibles represalias por parte de las pandillas.
El 4 de febrero también quedó marcado por eventos inéditos. Es la primera vez que los rostros de los candidatos presidenciales aparecen en las papeletas electorales, y también es la primera vez en la historia reciente del país que se experimenta una escasez de información sobre el recuento de votos. A las 22 horas de ese día, la página web de la única institución encargada de garantizar un proceso electoral transparente y democrático dejó de actualizar su información: el sistema falló.
Sin embargo, este no fue el único fallo. La oposición y el Tribuntal Supremo Electoral (TSE) también fallaron cuando aceptaron una candidatura que contravenía la Constitución . Esto ya quedó atrás y no sabemos lo que está por venirse. Nayib Bukele hoy presume de haber erradicado las pandillas durante su mandato anterior y asegura al pueblo salvadoreño que los pandilleros no serán liberados: “Gracias a Dios, El Salvador ha pasado de ser el país más inseguro a ser el más seguro del continente occidental”, pero “en los próximos cinco años, esperen a ver lo que vamos a hacer”.
* Cientista política y Doctoranda en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Salamanca, España