1 Año de Gestión de Santiago Peña

Santiago Peña redefine la agenda: la política exterior en primer lugar


Julieta H. Heduvan*

A un año del inicio del mandato de Santiago Peña, el balance de su política exterior en Paraguay revela un cambio significativo. Tradicionalmente, la inserción internacional de Paraguay ocupaba un segundo plano, pero este periodo ha alterado esa tendencia.

Durante este primer año, Peña ha establecido una primacía de la agenda internacional. La búsqueda de mayor visibilidad externa fue el objetivo central del gobierno. Con una política de alto perfil que incluye constantes viajes internacionales y encuentros con líderes globales, el presidente paraguayo se ha enfocado en posicionar al país en el tablero internacional destacando su mejor atributo: la estabilidad macroeconómica y el atractivo fiscal, logros de los que Peña se siente particularmente orgulloso por haber sido parte como Ministro de Hacienda. 

La estrategia busca profundizar la visión que intentaron tímidamente desarrollar los últimos dos gobiernos: proyectar una diplomacia económica orientada a atraer inversiones y abrir nuevos mercados. La economía, el comercio, la generación de empleos y el desarrollo de infraestructura son los pilares de este plan, que tiene el objetivo primario de conectar la inserción internacional de Paraguay con el desarrollo nacional. Además, las inversiones son necesarias para otra de las líneas estratégicas: hacer de Paraguay un hub logístico regional. No obstante, la infraestructura necesaria, no solo terrestre con el corredor bioceánico sino también energética, aérea y naval, sigue siendo una deuda pendiente, la cual requiere de una gran inversión para ser subsanada.

Teniendo esto en mente, Paraguay ha buscado ampliar su área de influencia internacional con el fin de atraer nuevos capitales y negocios. Países como Emiratos Árabes Unidos y Catar aparecen en el radar para atraer inversiones en infraestructura, mientras que se intenta resignificar algunos vínculos en Asia, como es el caso de Taiwán y Japón, para aumentar el comercio e incentivar un flujo de inversiones a industrias que faciliten las transferencias tecnológicas. El desafío, por supuesto, es pasar de las promesas a la acción.

En cuanto a los socios tradicionales, Estados Unidos fue posicionado como un aliado central en la estrategia internacional de Peña, pero la relación se ha vuelto cada vez más compleja. Desde el inicio, el vínculo ha tenido que lidiar con las tensiones que generaron (y siguen generando) las sanciones por corrupción y complicidad con el crimen organizado que afectan al Partido Colorado y a Horacio Cartes en particular. La presión que pone el cartismo sobre Peña lo obliga a mantener un constante equilibrio, entre la necesidad de satisfacer a dicha facción política y el cuidado de evitar confrontar con Estados Unidos para no afectar los demás ámbitos de la relación bilateral. 

La apuesta del cartismo está puesta en un cambio de gobierno en Estados Unidos que demuestre menor interés en la lucha contra la corrupción en la región. Mientras tanto, la mejor opción que tienen Peña y la cancillería es buscar válvulas de escape, es decir, profundizar otras alianzas, no sólo dentro de Estados Unidos, sino también en la región que sirvan de contrapeso a la influencia estadounidense en la política paraguaya.

Con este enfoque, las relaciones con Argentina, que comenzaron de forma turbulenta debido a la crisis del peaje en la Hidrovía Paraguay-Paraná y la deuda de Yacyretá, se alinearon con la llegada de Javier Milei. Con el nuevo presidente libertario, Peña busca no solo un acercamiento ideológico, sino también la oportunidad de aprovechar el viento a favor de los posibles capitales financieros y grupos empresariales que el gobierno de Milei intenta atraer, aunque queda por ver si realmente se materializarán.

El principio de no injerencia sobre asuntos internos que profesa Paraguay no solo es un axioma para el afuera, sino que también es algo que espera obtener a cambio. Por ello, la defensa de estos principios puede entenderse también como un mensaje para los Estados Unidos y a sus incursiones en el ámbito doméstico.

En el caso de Brasil, las relaciones que comenzaron cercanas y fluidas se enfriaron levemente por los desencuentros en las negociaciones sobre Itaipú, la tarifa de energía y las prioridades divergentes dentro del Mercosur. A pesar de esto, Peña parece respetar el liderazgo de Lula en la región, y los innumerables temas compartidos en la agenda bilateral exigen que el vínculo con Brasil sea bueno, como mejor alternativa posible.

Entre las novedades en la política exterior de Paraguay, Israel ha irrumpido con fuerza. El traslado de la embajada paraguaya de Tel Aviv a Jerusalén y el apoyo incondicional al gobierno de Netanyahu sorprendieron con un cambio en la posición histórica de Paraguay. Desde 1968 el país ha acompañado los postulados de las Naciones Unidas y la comunidad internacional en relación al conflicto, mostrándose a favor de la solución de los dos Estados, del diálogo como mecanismo de solución pacífica de las controversias y del sometimiento de la ciudad de Jerusalén a un régimen internacional. Las decisiones tomadas por el gobierno de Peña resultan anacrónicas y hasta imprudentes respecto del actual contexto internacional y no se han manifestado razones suficientes para justificar estas posiciones.

Otro cambio significativo, aunque más coyuntural, es el restablecimiento de relaciones diplomáticas con el gobierno de Maduro en Venezuela. Esta controvertida medida, aunque estratégica, busca devolver a Paraguay a la mesa de discusión internacional, permitiéndole tener voz y voto, y aprovechar cualquier beneficio de la incipiente reactivación económica de Venezuela, en caso de haberlos. 

Estos cambios están justificados por los nuevos principios que guían la política exterior bajo la dirección de Ramírez Lezcano. La desideologización y el respeto a la soberanía de los Estados han preparado el terreno para una postura más pragmática, permitiendo a Paraguay establecer vínculos sin tantas reservas morales. Esto favoreció, por ejemplo, al reanudamiento de las relaciones con Venezuela a pesar de que el cuestionamiento interno y externo sobre las falencias democráticas siguieran vigentes. Al mismo tiempo, esta política busca exigir el mismo respeto por parte de la comunidad internacional. El principio de no injerencia sobre asuntos internos que profesa Paraguay no solo es un axioma para el afuera, sino que también es algo que espera obtener a cambio. Por ello, la defensa de estos principios puede entenderse también como un mensaje para los Estados Unidos y a sus incursiones en el ámbito doméstico.

Con una estrategia clara, el desafío será lograr resultados en la apuesta arriesgada de priorizar la agenda externa a expensas de la agenda doméstica. Traer inversiones y ampliar el comercio será inútil si estas acciones no mejoran la calidad de vida de la sociedad. El rol de ser el representante de Paraguay en el exterior fue muy bien realizado, ahora toca la parte más difícil: la de demostrar que todo ese trabajo sirvió para algo.

* Analista y consultora especializada en política exterior paraguaya. Magíster por la Universidad de Salamanca y Licenciada en Relaciones Internacionales (UNICEN). Investigadora académica y Coordinadora nacional de la Asociación Latinoamericana de Estudios de Asia y África (ALADAA Paraguay).

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