Por Asunción Jara*.
La emergencia de la pandemia a nivel global ha visibilizado un tema históricamente relegado en nuestro país: la depresión.
Por mucho que nos pese, el debate en la sociedad paraguaya sobre “el sentirse mal” hoy es nulo porque, para esta, no existe el “ánimo depresivo”. Y, aunque sí lo padezca, en lo posible ese estado estará suprimido y reforzado con una famosa frase negacionista: “depresión ndaha’éi mboriahu mba’asy” (la depresión no es una enfermedad del pobre). Así que cabe preguntarnos: ¿por qué esa negativa del paraguayo a reconocer que se siente deprimido?
“La sospecha de nuestra singularidad no es nueva”, diría Helio Vera. Se podría decir que “la estabilidad emocional” con la que se representa al paraguayo fue forzada hace muchos años, tras la guerra grande, y luego reforzada en los años de la dictadura stronista. Sin duda, tras estos terribles episodios, la sociedad paraguaya ha acumulado miedos y traumas en la más absoluta pobreza, lo que la vuelve aún más vulnerable ante la crisis actual. El encierro obligatorio no solo trajo desempleo y hambre, también trajo depresión. Esta enfermedad es un problema importante de salud pública y está vinculada a las condiciones sociales y económicas de existencia.
En ese sentido, recordemos que Paraguay está entre los países más desiguales de América del Sur considerando la distribución del ingreso y la tierra. Según el estudio de desigualdades departamentales del 2016, solo en el departamento Central, el 10% más rico percibió ingresos 22 veces más altos que el 10% más pobre. Esto es pertinente porque, claramente, esta crisis no afecta a todos por igual. La pandemia desnudó la incapacidad del Estado para sostener derechos básicos de los que menos tienen. Los datos de la Encuesta Permanente de Hogares correspondiente al segundo trimestre del año 2020 muestran que casi el 70% de la población registró menos ingresos y unas 285.904 personas quedaron desempleadas a inicios de marzo. Además, la suspensión de trabajo sin pago afectó a algún miembro del 27,7% de los hogares y el 26,4% manifestó que algún miembro del hogar se sintió solo o abandonado.
Lo cierto es que no hay salud si no hay salud mental. Las personas que viven en situación de pobreza tienen cuatro veces más de posibilidades de padecer depresión que la media de la población mundial. Nuestro país carece de leyes de salud mental, por eso todo nuestro sistema es rudimentario y represivo. La mirada dominante del Estado sigue siendo el encierro punitivista, porque las pocas políticas de salud mental se ven centradas en la mera atención e internación a las “personas con trastornos mentales” en el Hospital Psiquiátrico de Asunción. Según el Mecanismo Nacional de Prevención contra la Tortura (2016), el 70% de la población internada en dicho hospital ha sido abandonada por los familiares. Por otra parte, a pesar de que el Ministerio de Salud aprobó en el 2011 la Política Nacional de Salud Mental para superar el trinomio salud mental-enfermedad-recuperación manicomial, las atenciones psicológicas siguen estando prácticamente centralizadas en la ciudad capital y con subregistros de consultas.
En la actualidad, el Ministerio de Salud cuenta solo con 300 profesionales de salud mental (psicólogos y psiquiatras). Distribuidos en 90 servicios en todo el país, deben brindar asistencia, contención y acompañamiento a los casi siete millones de habitantes. Por su parte, el Servicio de Psicología del Instituto de Previsión Social —el seguro privado más grande del país— cuenta solo con 58 profesionales y dos secretarios para sus miles de asegurados. Para comprender lo insuficiente de esta dotación vale mencionar lo siguiente: entre enero y abril de este año se registraron unas 9000 consultas en el Servicio de Psicología. La mayoría de las llamadas han sido por ansiedad y depresión.
Los problemas de salud mental afectan a todos los sectores. Por ejemplo, desde el inicio de la cuarentena, el Ministerio de Salud habilitó un servicio de call center (154) para la contención sicológica al personal de blanco y a la población en general. Tras el primer mes de funcionamiento, el servicio recibió más de 400 llamadas de pacientes que sufrían una posible depresión a causa del aislamiento.
Como puede verse, antes y durante la cuarentena, las consultas psicológicas han sido en su mayoría a causa de cuadros depresivos. Estos trastornos plantean, a su vez, un riesgo suicida, que puede constatarse con la cantidad de suicidios registrados en esta crisis. Según la Policía Nacional, desde el inicio de la cuarentena hasta julio se han registrado un total de 84 suicidios y 381 tentativas a nivel país. Estos números indican que existe un problema grave de salud mental que estamos padeciendo en silencio en el confinamiento.
Lo cierto es que no hay salud si no hay salud mental. Las personas que viven en situación de pobreza tienen cuatro veces más de posibilidades de padecer depresión que la media de la población mundial. Nuestro país carece de leyes de salud mental, por eso todo nuestro sistema es rudimentario y represivo.
A nivel mundial, varios especialistas ya afirman que situaciones como el aislamiento y la pérdida de trabajo no solo generarán condiciones estresantes durante esta pandemia, sino que, una vez que esta pase, podría darse una crisis de salud mental a nivel global. Por esto, la OMS hace un llamado urgente a todos los países a “aumentar urgentemente la inversión en servicios de salud mental”.
Esperemos que la crisis sea un momento oportuno para que el Estado paraguayo pueda no solo desmanicomializar el presupuesto, sino aumentarlo, invirtiendo mejor en la protección y en los servicios de base comunitaria que favorezcan el desarrollo del bienestar individual y colectivo.
*Vive en San Lorenzo. Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Nacional de Asunción. Es comunicadora freelance, docente en instituciones públicas y privadas. Traductora bilingüe (castellano/guaraní). Especialista en recolección de datos para trabajos de consultoría. Realiza Análisis Crítico del Discurso (ACD) con enfoque en comunicación política y de desigualdad de género.
Imagen de portada: Nico Granada (@veolacalle)