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El mito del fin de la hegemonía norteamericana


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Por Nelson Denis.

Durante los años 70, varios académicos empezaron a notar ciertas debilidades en la política exterior norteamericana. Era la época de la derrota estadounidense en la Guerra de Vietnam, la ruptura del Sistema de Bretton Woods, la primera crisis del petróleo y el fin del crecimiento económico acelerado de la post-guerra, que dieron fin a lo que el historiador Eric Hobsbawm llamó «los años dorados del capitalismo». Fue además la época de la revolución Sandinista en Nicaragua, de la revolución islámica en Irán y de la invasión soviética a Afganistán; consideradas, en ese entonces, como grandes derrotas de los EEUU en el tablero geopolítico.

En ese tiempo los académicos Robert Gilpin y Charles Kindleberger, por vías separadas pero simultáneamente, formularon una tesis que se convirtió en una referencia obligada en los estudios sobre Economía Política Internacional: la idea de que el sistema mundial precisa de una potencia “hegemónica” ─y solo una─, que garantice orden político y estabilidad a la economía internacional (más tarde popularizada como “teoría de la estabilidad hegemónica” por Robert Keohane). Según esta teoría, el funcionamiento de la economía mundial requiere de una “primacía”, o un “liderazgo”, de un país que provea “bienes públicos globales” indispensables al propio sistema, tales como una moneda, la defensa del libre comercio, la coordinación de las políticas económicas y la garantía del sistema financiero.

Con esta tesis en la palestra, Gilpin y Kindleberger interpretaron los grandes desequilibrios políticos y económicos de la época como indicios de un “declive” inexorable de Estados Unidos como potencia hegemónica, que ya no cumplía su papel de “estabilizador”. Con algunas diferencias, esta misma idea continúa permeando los diagnósticos hoy. Puede verse en los innúmeros anuncios del declive norteamericano, sea desde tradiciones liberales o incluso marxistas, presagiando “crisis hegemónicas” y rupturas históricas ante cualquier disfunción sistémica de la vida política y económica mundial.

La crisis de liderazgo estadounidense es relativa, y solo puede entenderse en un contexto más amplio que contemple las estrategias de las principales potencias mundiales en su lucha por el poder global, principalmente China y Rusia. Es todavía muy difícil saber los cambios de mediano y largo plazo que traerá la pandemia en la configuración geopolítica del mundo

Sin embargo, desde aquel entonces hasta nuestros días, EEUU ha demostrado una resiliencia impresionante en su capacidad de acumulación de poder y riqueza. De hecho, muchas de las previsiones señaladas como indicadores de su “declive”, se transformaron en todo lo contrario. Por ejemplo, es verdad que EEUU se transformó en el gran “deudor” de la economía mundial, luego del abandono (unilateral) de la convertibilidad del dólar con el oro en 1971. Pero esa deuda no provocó un desequilibrio fatal en la economía norteamericana, y funcionó más bien como una auténtica locomotora de la economía global hasta estos tiempos. El dólar sigue siendo la moneda de reserva internacional dominante, con aproximadamente 60% de la composición de demanda de divisas de los bancos centrales. Ni el euro, ni el renminbi chino ni ninguna otra moneda nacional, parecen hacerle competencia comparable alguna.

Gráfico 1. Composición por monedas de las reservas mundiales de divisas, porcentaje.

 

Fuente: Fondo Monetario Internacional

Nota: la categoría “otras” incluye el dólar australiano, el dólar canadiense, el renminbi chino y otras monedas no enumeradas en el gráfico.

El peso estadounidense en el PBI y las exportaciones globales vienen disminuyendo pero es todavía el principal mercado mundial, con una participación relativa en el consumo global de aproximadamente el 25%. En el plano militar, EEUU sigue siendo el país con mayor gasto militar a nivel mundial, con un presupuesto de USD 778 mil millones y una participación del 39% del gasto militar en el mundo. Con 37% de las exportaciones mundiales de armas, continúa primero a la cabeza en esta lista, además de contar con 1750 ojivas nucleares desplegadas con fuerzas operativas, incluso mayor que Rusia, que posee un inventario más grande. Además, sigue siendo el país con el mayor despliegue de bases militares en el extranjero: 800 bases alrededor del planeta con más de 200.000 soldados.

Gráfico 2. Participación del gasto militar mundial de los 15 países con el mayor gasto en 2020.

Fuente: elaboración propia con base en datos del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo 

 

Es en el terreno científico-tecnológico donde existe mayor confrontación, pero aun así EEUU sigue en la frontera de la innovación, con una inversión en Investigación y Desarrollo (I+D) de USD 581.6 mil millones y una participación del 28% del total mundial. De las veinte firmas tecnológicas más valiosas en el mundo, trece son estadounidenses y, de estas, tres encabezan el ranking mundial. Los aspectos mencionados (monetario, militar y tecnológico) no son los únicos para medir el poder de los Estados, pero sí los más relevantes.

Gráfico 3. Países con mayor gasto en I+D, 2018 (en miles de millones de dólares PPA actuales)

Fuente: elaboración propia con base en datos de Congressional Research Service

 

Desde hace ya casi medio siglo que académicos y analistas vienen pronosticando una “crisis terminal” de EEUU en la cima de la jerarquía inter-estatal. Un caso notable es el de los sociólogos Giovanni Arrighi e Immanuel Wallerstein, que murieron defendiendo no solo que la crisis de hegemonía estadounidense, nacida durante los 70, seguía en pleno curso (hasta sus muertes, 2009 y 2019 respectivamente), sino que aquella habría mutado, hacia inicios de este siglo, en una suerte de crisis terminal del sistema mundial moderno: es decir, el propio capitalismo. Sin embargo, en todo este tiempo EEUU no hizo más que seguir expandiendo y reafirmando su posición dominante y, más allá de sus crisis recurrentes, el capitalismo continúa siendo el único modo de producción existente a escala planetaria.

Los anuncios sobre el fin de la hegemonía norteamericana suelen recobrar fuerza durante crisis “sistémicas” como el 11-S en 2001, las hipotecas sub-prime en 2008 o la actual “corona-crisis”. Ésta no sería la excepción a esta regla, especialmente a partir del desastroso papel inicial que tuvo EEUU en esta, dando al mundo la imagen de un líder incapaz de hacerse cargo de los asuntos globales durante un momento sumamente crítico.

Lo dicho no niega la posibilidad de una eventual “transición hegemónica” a largo plazo. No obstante, afirmar que estamos presenciando esa decadencia en el presente, al menos desde el punto de vista empírico, carece de todo sentido. La crisis de liderazgo estadounidense es relativa, y solo puede entenderse en un contexto más amplio que contemple las estrategias de las principales potencias mundiales en su lucha por el poder global, principalmente China y Rusia. Es todavía muy difícil saber los cambios de mediano y largo plazo que traerá la pandemia en la configuración geopolítica del mundo. En ese sentido, es común el análisis que dice que la pandemia, más que “transformar” al mundo, fungió como un acelerador de tendencias preexistentes que podían bosquejarse durante los últimos años: una de ellas es la intensificación de la disputa sino-estadounidense. Quizá, por ahora, es de las pocas cosas podamos decir con cierta seguridad.

Fuente de la imagen: Milenio

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