por Marcos Pérez Talia
Desde el momento en que la democracia comenzó a expandirse por toda la región y la posibilidad de retorno a un gobierno militar-autoritario se volvía cada vez más difícil, la Ciencia Política dejó de prestar demasiada atención a la idea de transición y cambio de régimen. La mirada se centró más bien en las características y rendimientos de las nuevas democracias. La pregunta sobre los países ya no era ¿son democráticos? sino ¿cuán democráticos son? De esa forma, el concepto de “calidad de la democracia” se convirtió en un rico campo de análisis que produjo importantes trabajos sobre América Latina.
Siguiendo con esa tradición, proponemos aquí una mirada al rendimiento de la aún joven democracia paraguaya con el fin de rescatar sus fortalezas y debilidades. Utilizaremos para ello el concepto mencionado de “calidad de la democracia” y servirá de guía el clásico trabajo del profesor italiano Leonardo Morlino publicado por International IDEA en 2014.
Vayamos al grano. El panorama general es que la calidad de la democracia de Paraguay se encuentra entre las más bajas de la región, siendo incluso catalogada por Morlino como democracia delegativa (término acuñado por O’donnell en 1994). Pero no nos quedemos con el resultado general sino que observemos los puntos más altos y bajos.
Lo más valioso de estos 28 años de ejercicio democrático es vivir una etapa constante de elecciones libres, imparciales y competitivas (al menos desde las municipales de 1996), y un respeto –básico- al marco de libertades civiles y políticas. Son requisitos procedimentales y mínimos para cualquier democracia (o poliarquía según Dahl), que sin lo ocurrido el 2 y 3 de febrero de 1989 no hubiésemos podido alcanzar. Hay que recordar que antes de 1989 la historia política paraguaya no registra elecciones libres, imparciales y competitivas entre dos candidatos, salvo la de 1928 con muchos matices. No es coincidencia que las dos dimensiones que mejor puntúa Paraguay son “rendimiento de cuentas electoral” y “libertad”.
Paraguay es de los países más desiguales de la región, y si bien en la última década tuvo un crecimiento económico sostenido que, incluso, se tradujo en reducción de la pobreza, la desigualdad no ha dejado de crecer.
Sin embargo, como nuestra mirada a la democracia no es solo procedimiento electoral sino también contenido y satisfacción con los resultados (siempre siguiendo a Morlino), la cuestión se vuelve algo más pesimista. Los peores resultados que Paraguay obtiene son en las siguientes dimensiones: “capacidad de respuesta a los ciudadanos”, “Estado de derecho” e “igualdad”.
En cuanto a “capacidad de respuesta”, que mide la capacidad que tienen los gobiernos de satisfacer las demandas de sus ciudadanos mediante la adecuada ejecución de políticas, Paraguay es el país que peor puntúa en la región. Este mal resultado puede ser explicado por nuestra cultura política en la cual exigir resultados a los políticos y castigarlos mediante el voto importa poco frente al exacerbado clientelismo y el favor personal del caudillo. Esta práctica secular socava fuertemente a la democracia, aunque hay que reconocer que muy lentamente parece empezar a cambiar (no hay que olvidar el voto-castigo en las últimas elecciones municipales de Asunción, Limpio, Lambaré y Encarnación).
El segundo peor resultado es “Estado de derecho” que tiene fuerte relación con la justicia, el Poder Judicial y las instituciones en general. Desde 1992 Paraguay dio pasos agigantados para introducir derechos fundamentales y leyes imprescindibles en cualquier democracia liberal, aunque lamentablemente existe una enorme brecha entre la ley y su cumplimiento. De igual modo, el Poder Judicial es una enorme deuda que tiene aún la era democrática. Se han sucedido desde 1989 seis gobiernos pero no han hecho los cambios necesarios para mejorar eficientemente la justicia y reducir el estrecho vínculo de la misma con los partidos políticos, especialmente con la ANR.
La igualdad es otra de las dimensiones de peor puntuación. Paraguay es de los países más desiguales de la región, y si bien en la última década tuvo un crecimiento económico sostenido que, incluso, se tradujo en reducción de la pobreza, la desigualdad no ha dejado de crecer. El caso es que la aguda desigualdad no queda exclusivamente en el campo económico sino que sus consecuencias se trasladan a la política. Como advirtieron muchos especialistas: la desigualdad asesina la democracia. El problema es que las élites paraguayas no sólo han hecho poco para reducirla sino también han sabido desviar la atención hacia otros problemas –menores en muchos casos- en momentos en que la desigualdad se agudiza. La famosa lucha contra la corrupción (bandera inexorable de todos los políticos), espacios de poder, e incluso la reelección han ocupado más espacio en las agendas de los partidos políticos antes que la desigualdad.
El balance. La mala noticia es que en estos 28 años no se construyó aún una democracia de buena calidad, los partidos políticos no tienen demasiado interés en mejorarla y, lo que es peor, la ciudadanía paraguaya es de las menos satisfechas en la región con su democracia. Pero la buena noticia es que todas las democracias están llenas de imperfecciones y que mientras el país siga gozando al menos de una democracia “procedimental” el derrotero hacia una mejor calidad es favorable.
En los años setenta y ochenta la solución a nuestros males era democratizar. Hoy sabemos que con eso no alcanza ante tantos desafíos por resolver. Pero no podemos pasar de la euforia inicial que generó la democracia a una profunda desilusión e indiferencia política. Ni la democracia resuelve por sí sola todos los problemas, ni significa únicamente convocar elecciones cada cinco años.
La apuesta por una democracia duradera y de calidad pasa por enfocar más la mirada en la demanda electoral (los ciudadanos). La élite está muy cómoda y es poco probable que de allí surja el cambio que requiere la democracia para dar el salto de calidad. Al fin y al cabo, ya nos dieron en 1989 la democratización que tanto queríamos. Es indispensable una ciudadanía responsable con lo que elige, intensa y preocupada.
Pero… siempre en libertad, porque como diría Tocqueville “nada más duro que el aprendizaje de la libertad. Pero solo la libertad corrige los abusos de la libertad”.
* Foto de portada: http://mesamemoriahistorica.org.py/wp-content/uploads/2014/09/Exilio.-Jornadas-por-la-Democracia-en-Paraguay.-Madrid.-1987.jpg