La vigencia del juego político ordinario frente a los desafíos de la excepcionalidad
Por José Duarte Penayo.
La carrera presidencial del 2023 se da luego de un periodo de gobierno marcado por acontecimientos críticos y de carácter extraordinario, capaces de alterar sustantivamente la estabilidad del juego político. La pandemia fue el principal acontecimiento, capaz de llevar a la derrota a fuerzas políticas gobernantes en todo el mundo, pero no fue el único; aún siguen vigentes las duras consecuencias de la sequía, y la guerra ruso-ucraniana sigue impactando en la economía. Además, contrariamente al periodo 2013-2018, en el actual quinquenio la figura del juicio político volvió a hacerse presente a través de dos intentos que, aunque no prosperaron, hicieron temblar la gobernabilidad. Sin embargo, a pesar de la significancia de estos hechos, estos no lograron quebrar las grandes líneas de continuidad en el modo de organizar la distribución y legitimación del poder político en Paraguay.
Las matrices del juego político ordinario, que se desarrollaron desde el advenimiento de la democracia, siguen vigentes. Los eventos extraordinarios no desarticularon los arreglos formales e informales que regulan el funcionamiento político desde 1989. Al contrario, la excepcionalidad experimentada parece haber tenido como principal efecto el reforzamiento de los partidos políticos tradicionales como instancias de representación y movilización, al tiempo de mostrar que el Estado paraguayo tiene capacidad de contención social, quizás insuficiente, pero en absoluto inexistente.
La sucesión de crisis, tanto exógenas como endógenas, pudo haber sido un terreno fértil para la emergencia de nuevos liderazgos y modos de intervención política. Sin embargo, la realidad política del Paraguay parece estar lejos de las convulsiones sociales que en otras latitudes han gestado proyectos de refundación constitucional, emergencia de líderes populistas, crisis de representación e incluso revueltas populares.
La política paraguaya sigue jugándose en el plano de la estructuras institucionales de la que hablan los politólogos norteamericanos, desde el poder constituido, antes de que en el plano de la potencia destituyente, desde donde piensa lo político la renovada metafísica anarquista europea.
Las protestas que captaron la atención de la opinión pública de nuestro país, producto de la pandemia o de las crisis políticas derivadas de los intentos de juicio político, no resultaron en el surgimiento de actores que hoy ocupen la primera plana de la disputa real por el poder. Los eslóganes de aquellos momentos, un “nuevo marzo paraguayo”, “ANR Nunca Más” y otros ligados al repertorio clásico de la anticorrupción, tienen poco eco en la actual disputa presidencial. De manera similar, las movilizaciones en pandemia, por su carácter inorgánico y casi nula presencia de dirigentes políticos, daban la impresión de ser la ocasión de un nuevo cierto resurgir de la “sociedad civil”. Las acciones presentadas “contra la corrupción”, como impolutas por posicionarse afuera de los partidos políticos, fueron efímeras. A casi dos años, las perspectivas de intervenir en el espacio público, sin mediación partidaria, y con efectos perdurables, parece menos que un espejismo.
De forma más clara y reciente, la centralidad de la ANR y el PLRA también se manifiesta de otras maneras, como a través del desdibujamiento del que fuera la gran promesa de liderazgo antisistema, Payo Cubas, así como del cambio de posición de la Federación Nacional Campesina respecto a las contiendas electorales.
En el caso de Paraguayo Cubas asistimos a la transformación de un actor que, a comienzos de este periodo de gobierno, desde su tribuna de senador, era la expresión máxima de un outsider intransigente con los políticos y con potencialidad populista, para ser en el presente un insider más de las negociaciones en el campo opositor, al punto en que solicitó, sin éxito, ser el vicepresidente de Efraín Alegre, y ahora propone una encuesta para ungir como candidato a quien esté “mejor posicionado para ganar al Partido Colorado”.
En el segundo caso, la Federación Nacional Campesina dejó atrás su histórica posición de llamado al “voto en blanco” y de críticas de fondo a la participación en las contiendas electorales, para apoyar oficialmente a la fórmula Efraín Alegre-Soledad Núñez. La FNC se muestra, de esta manera, alejada de sus antiguos posicionamientos maximalistas y de reivindicaciones ancladas en las tradiciones del autonomismo de los movimientos sociales.
Si el eclipse de la figura de Payo Cubas puede ser leído como el fallido surgimiento de un líder providencial, un hombre-pueblo superado por sus circunstancias, parafraseando a Pierre Rosanvallon, el cambio de posición de la Federación Nacional Campesina puede ser considerado como síntoma del fuerte retroceso de los modos de acción directa “desde abajo y desde afuera” frente a la irrefrenable vocación de los partidos tradicionales de incorporar “desde arriba y desde adentro” a las demandas que emergen en la sociedad.
La política paraguaya sigue jugándose en el plano de la estructuras institucionales de la que hablan los politólogos norteamericanos, desde el poder constituido, antes de que en el plano de la potencia destituyente, desde donde piensa lo político la renovada metafísica anarquista europea. Son las maquinarias fuertemente organizadas de la ANR y del PLRA las que siguen marcando el pulso de la disputa política y de la movilización popular, tendencia que se acentúa aun más con la división del Frente Guasu y el consiguiente debilitamiento del papel bisagra que desempeñaba la figura de Fernando Lugo. De hecho, llama la atención, que con la disminución de la figura política del ex Obispo, se cierra un capítulo de líderes que buscaron contestar el predominio de los partidos tradicionales, como Caballero Vargas, Fadul, Oviedo y Lugo. Estos challengers hoy están sin heredero.
Con el final del periodo de gobierno 2018-2023 se va cerrando una etapa que, si bien tuvo acontecimientos de gran excepcionalidad, con diferentes crisis en el orden público y político, concluye sin las tensiones que marcaron, con mayor o menos intensidad, los finales de todos los gobiernos que sucedieron a Andrés Rodríguez desde 1993. Wasmosy fue jaqueado por los militares, Cubas dimitió luego de la masacre del marzo paraguayo, González Machi apenas terminó su mandato, Duarte Frutos afrontó marchas luego de ser reelecto a la Junta de Gobierno de la ANR y aspirar a la reelección presidencial, Lugo fue destituido en un juicio político luego de la masacre de Curuguaty y Cartes culminó con la quema del congreso y un trágico episodio de violencia política. El actual gobierno ni siquiera contribuyó con la serie de proyectos presidenciales reeleccionistas fallidos. Este ha sido un periodo excepcional que, contra las intuiciones catastrofistas, ha sorteado la convulsión social dando nuevos impulsos a los contornos de la normalidad política nacional y, aunque no se lo reconozca, ha sido un nuevo paso en el devenir histórico de la democracia paraguaya.
Fuente de la imagen: Ultima Hora