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“A ver qué escribe en mi pared la tribu de mi calle”: reflexiones sobre la agenda electoral Argentina


Por María del Mar Monti*

En una nota publicada en este mismo portal a pocos días de conocerse los resultados de las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) en Argentina, Lorena Soler planteó la reconfiguración del mapa electoral tras el “triple empate”, dando indicios de final abierto en la elección general que tendrá el lugar el próximo 22 de octubre, con un esperable segundo round en el ballotage de noviembre.

Javier Milei, erigido como el candidato más votado, sacudió las reglas de juego de una agenda política dominada en los últimos años por la polarización en dos grandes coaliciones. Con su discurso centrado en diferenciarse de la “casta”, apostó a profundizar la división al extremo.

Estos nuevos modos de hacer política, tal como plantea Mario Riorda., se expresan en el ataque continuo al adversario por encima de las ideas propias. Ello conlleva diversos riesgos asociados a la hiperpersonalización que debilita la institucionalidad, a la preeminencia de propuestas extravagantes como ordenadoras de la discusión pública y a comportamientos tribales. Otro punto central, y que es factor característico de estos tiempos, es la circulación de contenidos falsos. Estamos frente a un escenario electoral que muestra poco espacio para la reflexión y está fuertemente atravesado por la desinformación.

En este contexto, me interesa focalizar en tres cuestiones que marcan la agenda electoral y nos muestran puntos de inflexión en algunos consensos que supimos construir como país.

Los grandes problemas de la Argentina de hoy no tienen soluciones mágicas. Así como planteamos que se puede dar marcha atrás con consensos construidos y derechos conquistados, también es preciso remarcar que la salida siempre es con más política.

El primero es el consenso del “Nunca Más”, pilar fundamental de la política argentina desde el retorno de la democracia en 1983 y en particular, desde el Juicio a las Juntas. Si bien, Javier Milei y Patricia Bullrich en sus discursos fuertemente antiprogresistas, encarnan cuestionamientos a la política de derechos humanos y la construcción de memoria, parecen encontrar aquí un elemento diferenciador: el negacionismo. En el primer debate presidencial (1/10/2023), el candidato de La Libertad Avanza (LLA) fue muy cuidadoso en la terminología utilizada: optó deliberadamente por hablar de “guerra”, “errores” y “excesos”, conceptos que nos remiten al “Documento Final de la Junta Militar sobre la guerra contra la subversión y el terrorismo” (1983). En la relativización del carácter de los crímenes de lesa humanidad, su discurso parece estar dirigido a un núcleo duro, pero trastoca los cimientos mismos de los consensos democráticos. Tal como plantea Iván Schargrodsky: “No hay lugar para la relativización de la tragedia vivida que no sea la reescritura de la historia al pedir de las narrativas de los criminales”.

El segundo punto se vincula directamente con la agenda progresista de conquista de derechos colectivos, bastión de los tres gobiernos kirchneristas. No profundizaremos aquí en la batalla simbólica y cultural que se plantea en este terreno, pero creo preciso mencionar la estrategia clara de la LLA en cuanto problematizar cuestiones que ya han sido consagradas con fuerza de ley y movilización social como es el caso de la interrupción voluntaria del embarazo, el matrimonio igualitario, el cupo laboral trans, la educación sexual integral. La teoría liberal que se va llenando de sentidos según quien sea el auditorio, elige dar batalla nuevamente contra los derechos de mujeres y diversidades. Podemos sumar también en este punto, los cuestionamientos a la gratuidad de la educación universitaria y los planteos de privatización de organismos científicos tecnológicos como el CONICET, que remiten a debates ya dados en torno a la mercantilización del conocimiento.

Es posible advertir un retorno del imaginario menemista en la agenda política que plantea Milei. Sin embargo, hay diferencias sustanciales entre ellos. Menem fue un político profesional que gestó su carrera en las entrañas del Partido Justicialista ocupando diversos cargos hasta llegar a la elección interna contra Antonio Cafiero, que definió la fórmula peronista presidencial de 1989. Lejos estaba de ser un outsider, por el contrario, pertenecía a una coalición consolidada a la que logró ordenar luego alrededor de su programa de gobierno. Milei no cuenta con esa estructura y es endeble al plantear cómo construirá los consensos necesarios para darle gobernabilidad a su plataforma en caso de ser electo. Aquí hay otro punto que los diferencia, el candidato libertario es explícito en sus propuestas aún a riesgo de ser impopular. Aunque no cuenta con la misma eficiencia al momento de plantear las temporalidades (cuándo las implementará) ni la magnitud de algunas de sus posibles medidas (cómo, cuánto). En este sentido, el ejemplo de la dolarización es bastante claro. Tal vez esto sea parte de una estrategia discursiva, no obstante, parece vislumbrar su poco conocimiento en general de la gestión pública.

Por último y para cerrar, inclusive exaltando su política “modernizadora”, Menem nunca abandonó la retórica de la justicia social. Brevemente, conocida como una de las banderas históricas del peronismo, la justicia social en sus orígenes remite a la doctrina de la Iglesia Católica y a uno de sus dogmas centrales: la conciliación entre el capital y el trabajo. Dicho esto, y a riesgo de simplificar, cuando Milei elige centrar su discurso en la “justicia social como una aberración”, no sólo está cuestionando los derechos de los trabajadores consagrados constitucionalmente en el artículo 14 bis, que recoge las reivindicaciones sociales que plasmó o apuntaló el primer peronismo como un piso legal inderogable para el futuro. Sino también, algunos preceptos fundamentales de la doctrina social de la Iglesia, revitalizada en los discursos del Papa Francisco.

Los grandes problemas de la Argentina de hoy no tienen soluciones mágicas. Así como planteamos que se puede dar marcha atrás con consensos construidos y derechos conquistados, también es preciso remarcar que la salida siempre es con más política. Retomando las palabras de María Esperanza Casullo, si hay muchos futuros posibles abiertos, nada puede hacerse sino comprometerse con aquel que nos resulta preferible. Haciendo honor a Los Redondos: “Buena suerte, y más que suerte: sin alarma. Me voy corriendo a ver qué escribe en mi pared la tribu de mi calle…”.

*Licenciada en Ciencia Política por la Universidad Nacional de Rosario, Argentina. Máster en Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología por la Universidad de Salamanca, España. Consultora política.

Ilustración de Joaquín Riso para Tereré Cómplice.

Nota: Agradezco los aportes y comentarios valiosos del Lic. Mauro Miguez en este artículo.

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