por José Tomás Sanchez
Con el inesperado ascenso de Donald Trump en EEUU, conceptos como “populismo” y “establishment” se han discutido con fuerza. Esto es especialmente sano, porque aumenta la circulación cotidiana de ideas políticas y nos permite analizar al populismo como experiencia política concreta. El populismo es siempre objeto de debate, quizá porque como diría Benjamín Arditi, es un “espectro” que permanentemente acecha a cualquier democracia. Ahora, si el populismo es siempre una potencialidad, ¿por qué proyectos políticos populistas no han sido exitosos en Paraguay? Y, relacionado con esto, ¿es bueno o malo que un sistema político prevenga populismos?
El populismo es un concepto vago y usado para una multiplicidad de cuestiones. Para algunas personas es una forma irresponsable de gestión del Estado, para otras es una estrategia política para conquistar a sectores empobrecidos, y también están quienes ubican al populismo ideológicamente, sea en la izquierda (como en América Latina) o en la derecha (como en los países más desarrollados). A esta dificultad de conceptualización se suma que nadie voluntariamente adscribe al populismo ni hay propiamente una ideología “populista”.
Para salir de esta dificultad, algunos autores como Ernesto Laclau han ayudado a mostrar que el populismo es ante todo una lógica política. Esta se expresa de forma contundente en su aspecto retórico, cuando proyectos populistas dividen el espacio político en campos antagónicos tipo “pueblo vs. elite”. Ahora, el contenido de estas expresiones depende de las características de cada sociedad. El “pueblo” puede ser construido en términos de clase, raza, o nación, y la “élite” puede ser un “establishment” económico, inmigrantes, o una clase política corrupta. Ejemplos de cómo varían estos contenidos pueden ser Perón en la Argentina, Trump en los EEUU, y el Frente Nacional en Francia. Pero el fijarse en la retórica populista no nos lleva muy lejos. Populismo no es igual a demagogia. Si queremos entender por qué en algunos lugares estos proyectos surgieron exitosamente y en otros no, como en Paraguay, debemos pensar en otros aspectos también identificados por Laclau, y que son menos considerados, como las condiciones sociales e institucionales que energizan proyectos populistas.
En primer lugar, las fuerzas populistas requieren de una base social que suele estar relacionada a la clase obrera. Los países que han desarrollado una clase trabajadora fuerte gracias procesos de industrialización (como Argentina) o de extracción de recursos naturales (como Venezuela) generan condiciones para el populismo. Pero el populismo no puede estar basado en un solo sector. Por eso, los partidos comunistas o socialistas, con bases sociales más homogéneas, no son considerados populistas. Para construir una idea de “pueblo” se necesita de una heterogeneidad social donde puedan caber sectores con diferentes demandas insatisfechas, como el proletariado informal, clases medias, poblaciones indígenas, identidades religiosas, raciales o nacionalistas.
Paraguay no ha desarrollado una base social típicamente necesaria para experiencias populistas. El país no ha pasado por una industrialización importante, las elites terratenientes siempre tuvieron un poder extraordinario para controlar a las poblaciones rurales, y la urbanización como espacio de diferenciación cultural es aún reciente.
En segundo lugar, los populismos emergen en contextos de crisis en las instituciones políticas. Típicamente, cuando los partidos políticos dejan de articular demandas sociales y éstas buscan alternativas. Estas crisis pueden ser porque los partidos no dan cabida a sectores sociales nuevos, porque una vez en gobierno traicionan a sus adherentes, o porque partidos tradicionalmente rivales terminan pareciéndose demasiado en sus respuestas a coyunturas críticas. Por tanto, donde hay partidos que incorporan demandas sociales existentes o donde relativamente cumplen programáticamente, los proyectos populistas difícilmente brotan con éxito.
…para ambos partidos da igual lo que pase cuando ocupan funciones de gobierno, ya que no generan conexiones programáticas con sus adherentes, y por tanto no tienen mucho que perder cuando “no cumplen” con sus planes de gobierno.
En Paraguay los partidos dominantes, el Colorado y el Liberal, no han entrado en crisis institucionales que los lleven al peligro del colapso. No se han visto presionados por la irrupción intensa de sectores sociales nuevos, no se vieron forzados a constituir programas políticos consistentes, ni a diferenciarse ideológicamente. Son partidos con composiciones internas heterogéneas y policlasistas, cuyas diferencias se construyeron en torno a identidades organizacionales y a la distribución de prebendas políticas. Exagerando un poco, para ambos partidos da igual lo que pase cuando ocupan funciones de gobierno, ya que no generan conexiones programáticas con sus adherentes, y por tanto no tienen mucho que perder cuando “no cumplen” con sus planes de gobierno. Pueden solucionar sus dramas rotando liderazgos de forma interna, lo que les da grandes márgenes de maniobra para sobrevivir.
Según lo expuesto, es equivocado suponer, por ejemplo, que Lugo o Duarte-Frutos fueron figuras populistas. El primero no desarrolló la división antagónica entre “pueblo” y “élite”, y el segundo, si bien tuvo más aspectos retóricos en ese sentido, nunca pudo articular con sectores afuera del Partido Colorado. Quizá aquellos sectores que acusan de populismo no temen tanto al “espectro” sino a la materialización de una política de masas con sectores diferenciados poniendo sus demandas sobre la mesa. Lo cierto es que el país ha carecido históricamente de las condiciones para proyectos populistas.
Finalmente, ¿es bueno o malo que en Paraguay no surjan proyectos populistas exitosos? Esta es una pregunta que puede ser tramposa. Las condiciones sociopolíticas hasta ahora han frenado la aparición de populismos, pero por razones similares también han dificultado el desarrollo de proyectos políticos diferenciados ideológicamente por izquierda (por ejemplo el Febrerismo histórico, Frente Guazú o PMAS) o por derecha (Patria Querida). Es decir, de diversas formas, el sistema político obstaculiza la emergencia de proyectos políticos programáticos. Un efecto negativo es que las contiendas políticas no ofrecen proyectos explícitamente distintos, y termina pesando mucho aquello que no aparece formalmente, como el clientelismo. Ahora, esta situación no puede ser eterna, ya que la sociedad paraguaya está lejos de ser estática. La urbanización continúa, el mundo rural se diversifica, demandas sectoriales irrumpen políticamente (jóvenes, estudiantes, géneros), y hay una creciente clase media. Si miramos lo que sucedió en otros países, algún tipo de cambio en el sistema de partidos vendrá, aunque hoy sea difícil vislumbrar si será vía alternativas programáticas, o a través de explosivos proyectos populistas.