por Thomas Burt
La llegada de Horacio Cartes al escenario político paraguayo fue interpretada por muchos como la inserción de un outsider. La idea de votar por un empresario exitoso, dirigente deportivo reconocido, “hacedor,” cuya fortuna le haría inmune a las peores tentaciones del ejecutivo, para muchos paraguayos resulto convincente. A pesar del pañuelo colorado con el cual se postuló, su candidatura proyecto autonomía absoluta de la política interna de este partido. Sin dudas, en él vieron representada una ruptura con el molde de político tradicional, no un producto del status quo sino un líder de principios empresariales de eficiencia, responsabilidad, trabajo en equipo y la búsqueda de resultados, sobre todo. Alguien tan exitoso podría traer una visión nueva al Palacio de López, o por lo menos así lo vieron cientos de miles de paraguayos, quienes lo eligieron como presidente.
Cartes tiene algunas cualidades del outsider, pero otras no. Es un fenómeno híbrido que, por una parte, sostuvo su candidatura sobre el voto independiente; pero, por la otra, lo hizo también sobre las redes y maquinaria de la ANR.
A pesar de esta caracterización, Cartes nunca fue un verdadero outsider. Generalmente, los outsiders alcanzan la cima sin el sostén o apoyo de la maquinaria política tradicional. Su éxito fuera de la política partidaria les otorga credibilidad ante la opinión pública, lo que transforman en viabilidad política y oportunidad electoral. Además de su prestigio ante el público, su aparente independencia promete espacio para tomar decisiones y capacidad de maniobra sin limitaciones partidarias. Utilizan la percepción existente acerca de ellos para generar entusiasmo masivo en el electorado, a menudo tanto por aquello que no son, (“más de lo mismo”), que por lo que son. Fujimori en Perú, Chávez en Venezuela, y Correa en Ecuador son algunos de los clásicos outsiders de América Latina. Consiguieron la confianza de los ciudadanos y quebraron el antiguo orden político-partidario.
Cartes tiene algunas cualidades del outsider, pero otras no. Es un fenómeno hibrido que, por una parte, sostuvo su candidatura sobre el voto independiente; pero, por la otra, lo hizo también sobre las redes y maquinaria de la ANR. La imagen pública que construyo fue en torno a su éxito personal y no su dedicación al pañuelo colorado, pero simultáneamente sumaba adeptos al interior del partido. Llegó a la presidencia representando al monopolio político más antiguo y hegemónico del país, y a su vez como agente del cambio. Por ende, es más adecuado referirnos a él como simplemente un semi-outsider, por más aburrido que resulte el término.
El matrimonio de conveniencia entre Horacio Cartes y la ANR inició así, sin comprensión explícita de las responsabilidades o límites de ninguno. Su independencia de la ANR, sin dudas, le brindó mayor espacio de maniobra a su administración, que parecía marchar sin temores de molestar a su dirigencia partidaria. Propietario único de su victoria y conductor del retorno de la ANR al poder, inicialmente encontró pocos obstáculos para implementar su plan, tal vez menos que ningún otro ejecutivo en la joven democracia paraguaya. Se dieron avances notables en el estado paraguayo. Con el conocido gabinete o “selección nacional” demostró su madurez de optar por la idoneidad, la voluntad de deshacerse de las restricciones partidarias y la valentía de enfrentar al sector más desilusionado de la ANR. Por un tiempo, y acompañado por los medios, Cartes mantuvo la imagen del ejecutivo quien manejaba al país con disciplina empresarial.
Sin embargo, toda administración presidencial, sea de un semi-outsider o no, tiene capital político limitado. Los años pasan, la opinión pública se impacienta, los aliados cambian de bando dentro del partido, la oposición se re energiza y la cobertura mediática una vez favorable cambia por un tono crítico. Los inevitables errores y desaciertos de la gestión alimentan una creciente percepción negativa. A su vez, la gestión se desconecta de los objetivos originales, en una burbuja insular del oficialismo donde las ambiciones y apetitos deforman y amplían aquello originalmente planeado y prometido. Un día, el ejecutivo se declaró oficialmente detrás de su reelección.
A una meta como esta le sirve más un partido galvanizado que un electorado satisfecho. Sin sutileza alguna, Cartes intentó encariñar a las bases coloradas una vez más. Afilió a un ministro liberal a la ANR y despidió a otro opuesto a hacerlo. En empresas publicas cuyo estado financiero y pobre infraestructura no ameritan hacerlo, redujo el precio del agua, electricidad y gasoil. Elevó el sueldo mínimo nacional sin inflación alguna que enfrentar. Estas acciones respondieron más a los requisitos políticos de su nueva agenda que a un disciplinado compromiso con el desarrollo sostenible del país. Aquello que brinda los mejores retornos políticos en época de campaña es distinto a lo que sostiene a un proyecto político tres años en marcha. Sin embargo, todo esto no fue suficiente para conseguir la reelección.
Las candidaturas partidarias nacen de un consenso formal o informal dentro del partido en la cual las bases y condiciones de la relación se determinan. En el caso de Cartes, este proceso nunca fue tan sencillo. Su carácter de insider parcial, dictaba que tendría que transitar los canales de la ANR de alguna manera. Sin embargo, como outsider parcial, quedó poco claro el grado de fidelidad que le debía al partido. ¿Hasta qué punto era realmente el representante del Partido Colorado? El ingreso de Cartes a la estructura colorada ya lo sometió a sus reglas de juego, pero su mezcla de colorado-independiente nos hizo preguntarnos si podría burlar las restricciones que esta le pondría. Tal es la confusión del semi-outsider, confusión que compartieron Cartes, el Partido Colorado y el público general paraguayo.
En un desenlace en el cual ninguno de los dos lados alcanzó sus objetivos, al ganador final de esta puja no podemos declarar aún. Esta crítica no sostiene, cínicamente, que a los candidatos de partidos tradicionales los definirán las limitaciones de estos, sino que ninguno está exento de navegar sus dinámicas internas. Ojalá que las ofertas electorales sigan incluyendo candidatos no convencionales. Mantiene vibrante y sensible a nuestra democracia extender la consideración de liderazgo a todos sectores de la sociedad. Tal vez, los votantes y futuros candidatos percibirán que un candidato de carácter ambiguo tendrá una relación incierta con las reglas políticas. Si hay un semi-outsider en el futuro, convendría que pueda triunfar en y a pesar de la política, sin tener que fingir que sus reglas no aplican a él.