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Mi tío, el Che (Parte I)


Por Pablo Daniel Magee*

Yo era un adolescente bastante joven cuando compré por primera vez un póster del Che Guevara. Como rebelde en la escuela secundaria francesa y como muchos de mis amigos en aquel entonces, exhibir la figura de este ícono revolucionario parecía apropiado para confirmar a cualquiera que no se hubiera dado cuenta ya, que yo estaba en contra de todos los valores que el sistema capitalista representa. Por supuesto, en ese momento, sabía muy poco sobre el rostro que colgaba en mi pared, y menos sobre el significado más amplio de la estrella que tenía la boina. Pero tenerlo allí me parecía lo más genial. De hecho, mi madre, una revolucionaria escritora, tenía dos libros sobre el Che. Uno era de Jorge G. Castañeda, titulado La vida y la muerte del Che Guevara, y el otro del renombrado historiador francés Pierre Kalfon, llamado sobriamente Che. La lectura de estos me dio una idea mucho más clara de quién era el mito y de alguna manera me reconfortó en la elección de un héroe, a pesar de los muchos hechos perturbadores que también había leído sobre la revolución cubana, que hicieron que Jean-Paul Sartre se distanciara de la isla y ante los cuales hice todo lo posible por hacer la vista gorda. Al fin y al cabo: la guerra es la guerra (sic). En mi mente de entonces, lo genial se convirtió en lo correcto.  

En la época en que estudiaba periodismo en la Universidad de Greenwich, en Londres, estaba bien informado en el campo de la ideología guevarista y habría estado ansioso por saltar a cualquier barco para liberar una hipotética isla que necesitara ser liberada. Por suerte para mí, no encontré ninguna. Fue entonces cuando me encontré con el fotógrafo británico Keith Kardwell. Estaba exponiendo su obra en Londres, y me quedé sin palabras al descubrir una fotografía que había tomado del fotógrafo Alberto Díaz Korda. Era EL Alberto Díaz Korda, famoso por haber hecho la icónica foto del Che. Allí estaba el barbudo, sentado en el salón de su casa en Cuba, frente a la impresión original en tamaño gigante. Kardwell tenía un temperamento muy fuerte y se enfadó mucho conmigo por haber mirado su trabajo durante demasiado tiempo (¡imagínese!). Cuando le manifesté mi verdadero interés por la fotografía y puse sobre la mesa algunos de mis arraigados conocimientos, se disculpó y me ofreció una impresión original de la pieza. Había actualizado oficialmente mi gastado cartel por algo más adecuado para alguien de mi rango en la Revolución.   

Poco después, mi profesora de filosofía en Londres vio el retrato en mi sala de estar, y espontáneamente me dijo que había trabajado para Henry Kissinger a mediados de los años 70, y que había participado en reuniones con representantes de la CIA en las que se hablaba de la implicación de Estados Unidos en el golpe militar liderado por el general Pinochet en Chile. También se habló en esas reuniones de la ayuda que el Secretario de Estado estadounidense estaba prestando a algo llamado El Operativo Cóndor: “una especie de organización criminal que involucraba a varios países de Sudamérica durante la Guerra Fría”. Muy interesado en la historia de América del Sur, el Che que hay en mí despertó y sacó chispas de mi ordenador antes de asaltar la biblioteca de la universidad, tratando de conseguir una mejor imagen del Cóndor… hasta que me gradué y tuve que tomar un trabajo real, lo que hizo que las cosas se detuvieran durante unos años.  

Sin embargo, Sudamérica seguía llamándome y acabé viajando a Paraguay para tomar un rápido respiro en medio de la normalidad capitalista de mi vida. Una noche, completamente por casualidad, fui invitado a cenar por un grupo de amigos y me tocó sentarme justo al lado de un misterioso pequeño hombre que empezó a hablarme de la Operación Cóndor y de cómo había encontrado las 4 toneladas (ojo) de archivo que probaban la existencia de esa conspiración. La historia que me contó el doctor Martín Almada aquella noche fue tan increíble, que mi Che interior despertó de nuevo y renuncié a mi muy convencional trabajo como redactor en una empresa de comunicación especializada en vinos finos franceses (que no estaba nada mal) para mudarme a Paraguay y empezar a escribir un libro sobre Almada, Cóndor, y el panorama general de aquella época.  

No hace falta decir que mi mundo (excepto mi madre, la escritora revolucionaria) pensaba que estaba loco y quizás yo también tenía mis propias dudas sobre mi cordura, pero finalmente había encontrado una isla que podía liberar con mi pluma en lugar de con una pistola. La tentación era enorme como para resistirme. Al principio me trasladé a Paraguay por un año y acabé investigando durante ocho años completos. Ahora soy el autor de Opération Condor, un homme face à la terreur en Amérique latine (La Operación Cóndor, un hombre enfrentado al terror en América Latina), publicado en Francia por la editorial SaintSimon en octubre de 2020. Este libro me llevó a viajar por todo el mundo para conocer y entrevistar a cientos de personas, incluido el Papa Francisco cuando Martín Almada discutió con él la apertura del archivo del Vaticano sobre la Operación Cóndor. Maurice Lemoine, redactor jefe del periódico político francés más respetado, “Le Monde Diplomatique”, escribió un artículo sobre mi trabajo y más tarde me escribió personalmente diciendo que me considera el heredero intelectual de los investigadores John Dinges, Marie-Monique Robin y Pierre Abramovici: los mayores especialistas del Operativo Cóndor a nivel mundial. El sociólogo suizo y consejero de derechos humanos ante las Naciones Unidas, Jean Ziegler, a quien un solo encuentro con el Che, hace cinco décadas, le puso el mundo patas arriba, también me llamó para decirme que había escrito un documento histórico. A veces… hay que saltar, ¿no?  

¿Qué hay de mi tío el Che, dirás tú?  

A estas alturas de la historia, se llama Oscar Ferreira y sigue siendo un humilde vendedor de gafas de sol.  

¡Pero ya llegaremos a esa parte!   

* Escritor, periodista, guionista y dramaturgo francés, autor de la novela de no ficción Opération Condor, Un homme face à la terreur en Amérique latine, Saint Simon, 2020, 378p. ISBN 978-2-37435-025-7

Ilustración de portada (realizada para la versión original en inglés): Roberto Goiriz.

Traducción del artículo original (en inglés) al castellano: Grizzie Logan 

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