Por Alejandro Bonzi*.
Las ganas de “volver a la normalidad” son, con seguridad, uno de los deseos más compartidos a nivel planetario. Desde que las afecciones provocadas por el SARS-CoV-2 (o Covid-19) fueran oficialmente declaradas como pandemia el pasado 11 de marzo, casi todos los países se encuentran con medidas que han modificado de forma sustancial el estilo de vida de sus poblaciones. A pesar de ello, en términos ambientales, muchas personas tienen por consuelo la errónea percepción de que por lo menos el planeta se está tomando “un respiro”. Sin embargo, esa idea se sostiene más por el deseo que por lo que sucede en la realidad. En efecto, cabe aquí la pregunta acerca de cuál era el estado ambiental al momento de ser declarada la pandemia, para no equivocarnos con el deseo de volver atrás.
El 05 de Noviembre del 2019, un equipo de investigación instaba a la declaración de una “emergencia climática” en un artículo refrendado por más de 11.000 científicos y científicas de alrededor del planeta. En él, argumentaron que el cambio climático había tomado una velocidad inesperada y que sus efectos se habían intensificado. El estudio evaluó el desempeño de las políticas ambientales y los indicadores climáticos, desde que fueran delineados en la primera conferencia ambiental en Ginebra en 1979 y en las subsiguientes grandes convenciones climáticas hasta la actualidad. Las conclusiones a las que arribaron no fueron nada auspiciosas.
Los científicos y científicas encontraron que no se habían producido cambios significativos en la gestión de la contaminación planetaria en relación con la cantidad de gases de efecto invernadero emitidos; particularmente el dióxido de carbono, el metano y el óxido nitroso. El aumento de estos gases está llevando la temperatura media de la Tierra a “puntos de inflexión climáticos”. Esto significa que, de no haber cambios drásticos en la manera en la que se producen y gestionan estos contaminantes, se esperan consecuencias como la pérdida de superficie costera ocasionada por el aumento del nivel del mar, la acidificación y salinización de los suelos, alteraciones extremas de las lluvias, y aumentos de la temperatura y humedad a niveles mucho más altos que los soportables por la capacidad humana de termorregulación. Todo esto se traduce en que vastas áreas de la Tierra quedarían inhabitables.
La situación ambiental anterior a la pandemia era bastante problemática. A esta complicación hay que sumar otra situación también preocupante: la idea que se está instalando de que, gracias a las restricciones que impuso la pandemia a la actividad humana, el planeta por fin encontró cierto alivio. Esto es falso.
Es cierto que en el tiempo que llevamos en cuarentena se ha observado una gran disminución de emisiones de automóviles, aviones, industrias contaminantes, y una merma generalizada del consumo de bienes. Sin embargo, algunos análisis han encontrado que estos cambios no han sido significativos como para disminuir el calentamiento global. El hecho de que una gran mayoría de la población del planeta esté recluida en sus hogares, genera una alta demanda de energía en forma de electricidad. Además, la cuarentena no alteró la sobrecarga existente de dióxido de carbono en la atmósfera.
Los científicos y científicas encontraron que no se habían producido cambios significativos en la gestión de la contaminación planetaria en relación con la cantidad de gases de efecto invernadero emitidos; particularmente el dióxido de carbono, el metano y el óxido nitroso. El aumento de estos gases está llevando la temperatura media de la tierra a “puntos de inflexión climáticos”.
El panorama ambiental a futuro es grave. De hecho, según John Gowdy, académico y profesor del Instituto Politécnico Rensselaer de Nueva York, el deterioro de las condiciones climáticas podría volver a revivir escenarios pre-civilizatorios como hace cientos de miles de años, durante el pleistoceno, la época geológica en la que aparecieron los primeros humanos modernos (Homo sapiens). En ese entonces el clima era sumamente inestable. La agricultura era imposible. La humanidad satisfacía sus necesidades primarias únicamente a través de la caza, pesca y recolección de frutos silvestres. Recién con la estabilidad climática del holoceno, hace aproximadamente 12.000 años, fue posible el cultivo de granos silvestres formando la base de la civilización tal y como la conocemos. Volver a escenarios climáticos similares sería catastrófico.
El planeta no ha “ganado tiempo” con la pandemia. Por lo tanto, nuestra tarea de aquí en adelante es que la “normalidad” no venga acompañada de una inestabilidad ecológica, social y política exacerbada.
*Licenciado en Ciencias con Mención en Biología por la Universidad Nacional de Asunción. Activista socio-ambiental al servicio de las comunidades.
Ilustración de portada: Roberto Goiriz.