Por Enrique Gomáriz Moraga*.
A fines del pasado siglo cayó sobre la democracia representativa una buena cantidad de lluvia ácida. Y ante los daños que esa democracia presentaba, surgió una feliz alternativa: sustituirla por la democracia participativa, sobre la base de una poderosa ciudadanía activa. Sin embargo, tres décadas después no parece que los resultados de esa opción sean realmente los esperados. La deseada sustitución no ha tenido lugar en ninguna parte y la ciudadanía activa no ha pasado de funcionar como dispersas minorías activas. Por decirlo con un ejemplo doloroso: en el paraíso de los presupuestos participativos, Brasil, la alternativa activista no ha conseguido detener (algunos llegan a decir que más bien provocaron) la llegada al poder de un personaje como Bolsonaro.
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